jueves, 6 de septiembre de 2012

¿VAGABUNDO FIRSTCLASS?


Leyendo hace poco una entrevista que le hicieran a Facundo Cabral y re-publicada en el aniversario de su asesinato, me topé con el concepto de “vagabundo firstclass” .

Era la manera poética – muy a lo Cabral – como él prefería definirse a sí mismo.

De entrada me gustó el término, me pareció simpático el juego de palabras así como la imagen de ese trovador hippie-viejo, viviendo en un cuarto de hotel, con muy pocas cosas, y pendiente no más de ir por ahí cantando y compartiendo verdades…

Pienso yo que a eso se refería Cabral cuando se autodefinía así: como un buen errante que iba de una parte a otra, y que disfrutaba su estilo de vida a tal punto, que terminaba por resultarle de primera clase.
Pero definitivamente, una cosa es lo poético y otra lo prosaico. La vida de un vagabundo no siempre es tan firstclass. El testimonio de Hemingway sobre su estancia en París, nos muestra la cara ruda de esta vida: el hambre.

Aunque – tras el paso de los años – Hemingway haya dicho que pasar hambre fue un ejercicio forjador de disciplina; a mí siempre me ha impresionado esa historia de cómo en esos días de recia hambre parisina, él y su esposa se las ingeniaban para que mientras una distraía al policía, el otro atrapaba algunas palomas de la plaza, rápidamente les partía el pescuezo y las guardaba en el saco, para la cena…

Con este par de antecedentes, les refiero la experiencia que vivimos en estas vacaciones familiares. Aquí va.

Barcelona es siempre un buen destino, incluso en esta época de recesión ibérica… Y si bien el manual del viajero a Europa, en su cláusula primera, diga que no se debe viajar a ningún destino europeo con niños pequeños, nosotros (mi esposa, mi hermana y mi cuñado, mis compadres y yo) hicimos lo contrario. Total: 6 adultos y 9 niños.

Una tarde, luego de un agradable día en la Barceloneta, decidimos sentarnos a comer en uno de esos bonitos restaurantes que están frente a la playa… Evidentemente, la nuestra era una mesa laaarga.

Justo a nuestro lado, en una mesa pequeñita para dos, comiendo un gran plato de paella, con cesta de pan y copa de vino incluida, estaba sentado un solitario joven (calculo que 22 años). Esta escena que contada así no tiene nada de particular, sin embargo se torna complicada al detallarla.

El solitario joven era un tipo más bien harapiento, de aspecto muy descuidado. El pelo despeinado y pegado por lo sucio. Los pantalones rotos, al igual que la camiseta ruñida, estaban muy manchados de calle, gastados, de ese color grisáceo que adquiere la ropa de los pordioseros.

De pronto, al joven terminar de comer, se paró de la mesa y se largó del restaurante. Y tras él salieron tres mesoneros a detenerlo para que pagara lo debido.

El joven escoltado por los mal encarados, casi-burlados y furiosos mesoneros, se sienta (o lo hacen sentar) de nuevo en su mesa, y le traen la cuenta.

Como podrán imaginarlo, es imposible mantenerse indiferente ante una situación como esta… Primero, considerando que todos los comensales que estamos en un restaurante, estamos allí porque tenemos hambre, incluso (o quizás más) el joven harapiento… Luego, por lo persistente de las preguntas de nuestros niños ante el revuelo… Además, por aquello de la caridad cristiana y la compasión… Además, ante estos tiempos que se viven de crisis, de “indignados”, de desempleados… Además, al ver la cara de estoy-en-aprietos del tipo…

Uno piensa en todo. Uno piensa de todo.

Unos policías se asoman en el lugar, a la espera de que sean requeridos. Los mesoneros rodean la mesa del vagabundo. Yo trato de evitarlo, pero no lo logro y volteo… Veo la cara barbuda del joven… y pienso:
¿Cómo va a salir este pobre tipo de esta situación?

Pero justo en ese preciso momento, el vagabundo comienza – con la cabeza gacha – a hablar con los mesoneros… se excusa… y así no más, como un "buen burgés", revisa en sus bolsillos y saca de su billetera una tarjeta de crédito. Uno de los mesoneros trae la maquinita, conversan entre ellos y pasan la tarjeta.
El muchacho harapiento firma el voucher. Vuelve a levantarse y esta vez, sí se va.

Otro de los mesoneros le hace señas de “ok” a los policías y estos siguen su recorrido.

El que nos atiende a nosotros, nos dice – con cara de juez – que a la cuenta total del tipo, le agregaron 10 euros más por el mal rato, la carrera y la propina…

Y yo, ante todo esto, pienso en Cabral, pienso en Hemingway y me digo: “¡carajo! este sí que es un vagabundo firstclass”.


Juancho Pérez

3 comentarios:

  1. Por un momento pense que ibas a describir como te acercaste a la mesa, hablaste con los mesoneros y pagaste la cuenta!!! :)
    Un abrazo

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  2. Concuerdo con Mel. Pensé que te ibas a acercar a la mesa y pagar la cuenta.

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