miércoles, 20 de noviembre de 2013

LOS HOMBRES DE OJOS LARGOS… un atrevimiento sobre Astronomía y Fe



A veces el significado de nuestras palabras, de nuestros conceptos, atiende más al desiderátum, al futuro, que a la acción presente… como bien lo expresa el poeta Nuno Júdice: “Atajo, es como dice en los diccionarios. Palabras que nos llevan más rápido hasta ese horizonte al que nunca pensábamos llegar”.

Por más que nos empeñemos, difícilmente las palabras o conceptos logran alcanzar la idea exacta que queremos expresar. Por ejemplo, la palabra “astrónomo”, que nos trae la idea de aquel que estudia y profesa las leyes de los astros, nos deja sin embargo con la inquietud ¿pero de verdad estos tipos podrán llegar a saber todo sobre el cosmos? ¿acaso no resultará exagerado – por no decir arrogante – pretender conocer el “nomos” de los “astros”? ¿es realmente esto posible para la mente del hombre?

Semanas atrás estuvo en Caracas, el P. José Gabriel Funes, s.j., director del Observatorio del Vaticano, dictando varias charlas sobre – claro está – Astronomía y Fe…

Tuve la oportunidad de ir a escucharle en una titulada: “Ciencia y fe al comienzo y al fin del universo”. Lo confieso, fue difícil llegar. Cruzar esta ciudad hasta Montalbán es una razón más que poderosa para desistir, pero creo que fue el título estilo tele-serie de NatGeo, lo que me hizo perseverar…  y por supuesto, el hecho de que quien iba a estar allí cerquita hablando sería el direttore della Specola Vaticana, lo cual no es poca cosa.

A finales del siglo XVI, el papa Gregorio mandó instalar en la Torre de los Vientos en el Vaticano un observatorio que permitiera ver y estudiar los astros. Confió estas instalaciones a los jesuitas astrónomos y matemáticos del Colegio Romano y encargó que preparasen la reforma del calendario que se promulgaría después en 1582: el Calendario Gregoriano (del cual hablaremos en otra oportunidad).

Tres siglos más tarde, a principios de marzo 1891, León XIII (otro súper papa) funda el Observatorio de la Colina Vaticana, justo detrás de la Basílica de San Pedro, con una doble intención: por supuesto para continuar con la importantísima tradición del estudio de la astronomía; pero al mismo tiempo, para contrarrestar de manera tajante y manifiesta los ataques liberales de la época que acusaban a la Iglesia Católica de ir en contra del progreso científico.

Con la entrada del siglo XX, la llegada de la luz eléctrica y el abrupto crecimiento urbano, el cielo de Roma adquirió tal luminosidad que hizo imposible continuar desde allí con la observación y el estudio astronómico. Por ello, en la década de los 30, el Observatorio se traslada a la residencia estiva de Castelgandolfo, sobre las colinas Albani, a unos 35 km al sur de Roma, donde actualmente continúa activa la sede principal de la Specola Vaticana.



En 1981, el Observatorio funda un segundo centro de investigación, el “Vatican Observatory Research Group (VORG)” en Tucson, Arizona. Y recientemente, en 1993, La Specola en colaboración con el Observatorio Steward, construyó el Telescopio Vaticano de Tecnología Avanzada (VATT) que fue colocado en el Monte Graham (Arizona),  - según los entendidos - el mejor sitio astronómico del continente norteamericano.

Como podrán darse cuenta, todas estas credenciales dieron mayor fuerza a mi determinación de atravesar Caracas para escuchar al P. Funes.

Al entrar en la sala, me encontré con un auditorio conformado básicamente por alumnos y profesores, y allá al fondo estaba sentado sólo un curita bajito, de aspecto simple, que me hizo recordar al father Brown de las historias de G.K. Chesterton.

El padre Funes comienza su exposición con un chiste: ¿Me escuchan bien? – pregunta mientras da unos toquecitos en el micrófono, y ante la respuesta afirmativa de la audiencia replica “¡pues cuánto lo siento!”…  El inicio de Funes me hizo recordar la primera intervención pública de Francisco, quien también comenzaba su pontificado con un chiste: “mis hermanos cardenales fueron a buscar al papa casi al fin del mundo…”. Ambos utilizaron el humor y la humildad para cautivar a su público.

De inmediato comenzó la exposición realizada de manera sencilla y pedagógica, sin embargo dado mis muy precarios conocimientos de astronomía, tuve que esforzarme para no perderme entre tanta información: que si el Universo se estima tiene una edad de 13.7 mil millones de años, que si está conformado por más 100.000.000.000 de galaxias, que si el modelo cosmológico del Big Bang es la explicación más compartida y satisfactoria sobre el inicio del Universo… que si la expansión del Universo y la teoría de Hubble… que si la radiación cósmica de fondo, que si el balance energético del Universo… que si 4% de materia ordinaria, que si 27% de materia oscura, que si 69% de energía oscura…

Yo iba tomando apuntes en mi libreta como quien no se quiere perder un dato, pero mientras seguía escuchando y anotando, una gran duda comenzó a darme vueltas en la cabeza: ¿y todo esto al final qué importa, si total ya estamos aquí?

Pero mi gran duda consiguió respuesta – paradójicamente – gracias a una pregunta “retórica” que soltó a la audiencia el P. Funes en su exposición: “…y cabe preguntarnos ¿por qué existe el Universo y no la Nada?

Esta pregunta me hizo pensar: ¿Es posible que yo estuviera allí sentado, escuchando a ese sacerdote astrónomo, hablando sobre el origen del Universo, y sigo más allá, que todo nuestro mundo, y todas las cosas, y la vida misma exista simplemente por un acto de simple casualidad cósmica, es decir, por pura coincidencia?

Ante la pregunta de si se originó la vida por azar, respondía el científico y astrónomo Sir Fred Hoyle: Imaginemos que una persona intenta resolver el cubo de Rubik a ciegas. La probabilidad de conseguir un perfecto acoplamiento de los colores es de 1 entre 50.000.000.000.000.000.000 aproximadamente. Esta probabilidad es prácticamente igual a la de que una sola de las 200.000 proteínas de nuestro cuerpo haya evolucionado al azar, por casualidad…

Para Hoyle, que no es un hombre creyente, sin embargo tiene que existir la intervención de un designio inteligente… una inteligencia controladora que permita explicar el origen de todo. Él lo llama el Universo Inteligente. Yo, más ingenuo y menos científico, prefiero llamarlo Dios.

Y surge de inmediato la segunda gran duda: ¿y por qué Dios ó el Universo Inteligente ha creado este Universo que no necesita? ¿Para qué fabricar todo este embrollo?

En este punto los creyentes y los no-creyentes nos distanciamos. Los no-creyentes consiguen respuesta en una suerte de retroalimentación del universo con el universo mismo, es decir, la inteligencia controladora existe en virtud del apoyo que recibe del propio universo… la razón de la existencia ordenada del Universo es precisamente la existencia ordenada del Universo.

En mí opinión, una explicación lógica pero aburrida... le falta algo…

En cambio, desde la concepción del creyente, el origen del Universo, es misteriosamente un perfecto acto de amor.

El P. Funes concluía toda su científica disertación así: “…es que para mí, la mejor manera de explicar a Dios, es entenderlo como un amoroso padre…”

Claro que esta imagen no es para nada original ni tampoco novedosa, pero es increíblemente atinada, sobre todo cuando la entendemos desde nuestro rol de padres… pues nos obliga a situarnos en ese instante en el cual, incluso en este planeta cada vez más complejo, ante la certeza de enfermedades, de riesgos, de sufrimiento, de corrupción, de muerte, ante la existencia del mal… decidimos corajudamente dejar todo eso a un lado y en un compartido acto de amor traer al mundo una criatura.
Esta es una explicación que no explica… es un misterio que resulta científicamente ilógico… pero al menos para mí es una hermosísima (y muy divertida) manera de entender la razón de nuestra existencia.

Pero volvamos al inicio de esta reflexión, al alcance de los conceptos. Nos dice el P. Funes que los nativos que viven en Tucson, Arizona en la reserva indígena que se encuentra en la misma zona donde el Vaticano tiene su observatorio, ante la ausencia de una palabra que defina al astrónomo, los llaman los hombres de ojos largos… y la verdad es que esta definición (aparte de ser mucho más gráfica) me resulta más precisa pues centra todo el tema del Universo no allá lejos en las reglas de las constelaciones y galaxias, sino en la visión del hombre que intenta entender desde aquí, por qué está aquí y qué debe hacer aquí.

Juancho Pérez

@jonchoperez

viernes, 11 de octubre de 2013

EL DÍA QUE CONOCÍ A MAQUIAVELO… a propósito de los 500 años de El Príncipe.



Dos cosas son las que sobrevivieron a Nicolás Maquiavelo: su mala fama – tan mala que pasó a los diccionarios y al imaginario como concepto de lo inmoral, de aquel que está dispuesto a todo, sólo por lograr sus fines – y El Príncipe, como breviario inmortal de todos los hombres de Estado.

De la primera no hace falta decir mucho…  Me ha pasado a mí, y por eso infiero que nos ha pasado a todos, escuchar que fulano es un tipo maquiavélico, o que mengana tiene una expresión maquiavélica, y siempre el adjetivo conlleva la idea de algo pérfido o falto de escrúpulos.

En cuanto a El Príncipe, la cosa es más seria. Mucho se ha dicho, escrito y reflexionado sobre esta obra, que está cumpliendo en 2013 quinientos años de haber sido escrita. Aunque realmente aparecería publicado en 1531, cuatro años después de la muerte de su autor.

Nicolás Maquiavelo, como muchos otros antes que él (y también después), quiso dejar por escrito un manual sobre el arte de gobernar, una idea que no era ni original, ni escasa, ni novedosa, pero… ¿Qué hizo que este breviario se convirtiera en la obra inmortal que es hoy en día? ¿Por qué las observaciones y consejos de un funcionario administrativo (más bien de segunda línea) sobre cómo debería ser el gobierno de un príncipe lograron trascender de tal manera?

Maquiavelo parte de un realismo con presupuestos antropológicos, tomando la noción de la naturaleza malvada del hombre, es decir, la visión pesimista de la condición humana. Y de allí elabora un manual de acción, para así desde este “pesimismo pragmático” permitir al gobernante contener la tendencia al mal de los seres humanos para orientarlos a un bien común. Ese es el enfoque que hace de El Príncipe una obra tan útil y utilizada.

Existe, para ser justo, una tercera cosa sobreviviente al Maquiavelo de carne y hueso: la consideración que de él se hace como precursor de la Ciencia Política, tal cual hoy la conocemos… Algunos dirán que este reconocimiento es por consecuencia de El Príncipe  – puede ser – pero  no sólo por ello. Maquiavelo, con su inteligencia, sus conocimientos y su experiencia se ocupa y dedica a entender la relación de los hombres con el poder, con la política, como se evidencia en esta frase que suelta en una carta fechada en 1515: “todos estos príncipes nuestros tienen un propósito, y puesto que nos es imposible conocer sus secretos, nos vemos obligados en parte a inferirlo de las palabras y los actos que cumplen, y en parte a imaginarlo”.  Allí está el oficio de un politólogo…

Pero he traído toda esta historia sólo como preparación del terreno, para lo que realmente quiero referirles: el día que conocí a Maquiavelo.

Fue en un viaje a la Argentina. Por razones de trabajo, la empresa donde trabajaba entonces nos había convocado a todos los responsables de la región a una reunión sobre el nuevo enfoque que le daríamos a los asuntos públicos en la zona… La sede regional – ó como le gusta decirlo a los corporate, el headquarter para Suramérica – evidentemente estaba en Buenos Aires.

La reunión se dividió por temas. A cada quien se le asignó un grupo por tema específico (ya saben, lo típico, en base a cada perfil, habilidades y bla,bla,bla) y además se nombró un experto/responsable por tema. El tema en el grupo que a mí me tocó fue algo así como “la construcción y manejo de relaciones gubernamentales” (¡?). Yo pensé: coño yo vengo de Venezuela, de esta Venezuela de hoy en día… a mí ¿quién me va a echar cuentos…?

Entramos a la sala correspondiente para nuestro grupo, y nos recibe el experto/responsable. Un tipo más bien joven, con la clásica estampa de argentino, melenita, sonrisita cool, desenfado, hola-qué-tal-cómo-andás

Yo por supuesto, seguía pensando en las ventajas comparativas y competitivas (para continuar con la jerga gerencial) que tenía sobre el resto de la audiencia… y en eso arranca el experto/responsable: Buenas chicos, bienvenidos, mi nombre es Massimo Macchiavello, soy politólogo con un Phd en…

Y yo pensé: Politólogo, argentino, y además “MÁ-XI-MO-MA-QUIA-VE-LO”… qué le digo yo a este tipo que no sobre…

Levanto la mano para preguntar, el experto/responsable interrumpe su presentación y con un gestico de “adelante” me da la palabra, y yo de chistoso suelto mi intervención genial: Disculpa, ¿dijiste Maquiavelo como Maquiavelo… el del Príncipe?... La sala se ríe, y el experto/responsable con el característico ademán sureño entre arrogante y tipo cool, me responde: Ya esperaba yo la típica bromita de facultad!... ¿de dónde viene el amigo?...

Y en ese nano-segundo me dí cuenta que me había jodido en público…

El problema no es Maquiavelo ni lo maquiavélico, sino andar por ahí de pendejo.


Juancho Pérez
@jonchoperez


viernes, 6 de septiembre de 2013

LOS PAPAS PLEBEYOS…



Alguien me comentaba en estos días, que a este paso, a punta de tweets y consejos para-todo-público pronto el papa Francisco iba a terminar lanzando al mercado una agenda con frases diarias tipo Paulo Coelho. De entrada, dicha así, la expresión (y la imagen) me resultó chistosamente disparatada. ¿Por qué comparar a un papa con un mercader de la “auto-ayuda”?… pero en el fondo y después de pensarlo bien, puede que la  idea aunque imprecisa, nos sirva para tratar de abordar el tema del papado contemporáneo.

Hoy día, los papas gozan en líneas generales de buena aceptación en términos de opinión pública. Pero evidentemente esto no siempre ha sido así.

Basta sólo con recordar lo desgastada que estaba a finales del siglo XIX la figura del papado. En 1881, pasados ya 3 años de la muerte de Pio IX, para poder trasladar los restos de este papa al cementerio de Campo de Verano en Roma, hubo que organizar una maniobra secreta y nocturna. Sin embargo, toda la sigila no fue suficiente para evitar que la muchedumbre enardecida y rabiosa intentara echar al río Tíber los restos (la “carroña” gritaba el tumulto) de aquel papa tan impopular y detestado. El incidente no pasó a mayores, porque intervino el ejército italiano para poner orden en la situación.

Es cierto que aquellos eran tiempos peculiarmente anticlericales, de agitadas e incendiarias ideas liberales. Pero es también cierto que la Iglesia Católica era identificada con las viejas monarquías europeas, y no sólo se identificaba sino que prácticamente era en sí misma una vieja monarquía europea.  Los papas se habían convertido en distantes monarcas, ataviados, atareados y dedicados a demasiados asuntos temporales.

Los tiempos cambiarían. El siglo XX comenzaría de la mano de un papa más sensible, preocupado y ocupado en los graves problemas de su tiempo. León XIII con sus “Cosas Nuevas” (Rerum Novarum) abría la puerta y marcaba la pauta de los siguientes pontificados. Pero esto no sería lo único nuevo.

Existe un segundo elemento que definiría de forma importante los siguientes papados y es el hecho de que serían – precisamente – León XIII junto al corto papado de Benedicto XV, los últimos papas provenientes de familias aristócratas y nobles.

Los demás papas del XX e igual los del XXI, provendrían de orígenes – digamos – plebeyos: campesinos-artesanales (como Pío X y Juan XXIII), de extracción funcionarial  (como Pio XII y Pablo VI), de clase media baja (como Juan Pablo II), hijo de un policía de pueblo (como Benedicto XVI), ó descendiente de humildes inmigrantes italianos (como Francisco).  
  
El siglo XX, con su lamentable experiencia totalitaria y sus demostraciones de atroz abuso, dejó como impronta en la población mundial un rechazo y una desconfianza hacia toda clase de poder autoritario. Este será el tercer elemento definitorio del papado de los últimos ciento y pico de años. En palabras de Bernardo de Clairvaux “fides suadenda, no un porenda”: la fe debe persuadir, no imponerse.

En mi opinión, son estos tres elementos los que permitieron conformar y definir el estilo del papado contemporáneo, haciéndolo no sólo respetable sino sobre todo accesible, vinculado y vinculante al hombre actual; a tal punto que cualquier persona – creyente o no – pueda escuchar, entender y hasta identificarse con lo que diga o haga un papa.

Les pongo sólo 3 situaciones, a manera de ejemplo.

En 1981 (paradójicamente cien años después de aquel incidente tan hostil contra Pio IX) el mundo entero se horrorizaba y conmovía a la vez ante los disparos recibidos por Juan Pablo II en la Plaza San Pedro…

Luego, hace poco, aplaudiría con justificada aceptación y condescendencia la renuncia de Benedicto XVI…

Y ahora, se emociona e inspira en los gestos sencillos de Francisco.

No se trata pues de sabios gurúes que buscan vender frases de “auto-ayuda”, sino de hombres comunes  – como usted y yo – pero que ofrecen un camino a la trascendencia…  aunque sólo sea en ciento cuarenta caracteres.


Juancho Pérez

@jonchoperez

lunes, 19 de agosto de 2013

UNA DE ZOMBIES…


En estos tiempos de paternidad con niños chiquitos, ir al cine es un lujo, por no decir un imposible… sin embargo, días atrás, en una de esas oportunidades que se presentan y hay que tomarlas,  nos ofrecieron hacernos el quite con los niñitos y así pudimos aprovechar  de ir a ver una película…

El objetivo era simplemente ver una película, sin mayor análisis ni consulta previa, sin saber ni ver carteleras, sin preparación… llegamos incautamente directo a la sala de cines a ver qué había.

Elegimos World War Z.

Honestamente, yo me dejé llevar por eso de “world war”… vainas de varón.  A mi esposa, en cambio, la convenció más el reparto… “Brad Pitt es un estupendo actor” – me dijo...  El hecho es que coincidimos en la selección.

Pero por desconocimiento, no reparamos en la “Z” del título. Z de zombies, es decir, Guerra Mundial Zombie.

De haberlo sabido, esa hubiera sido la clave para jamás elegirla... pero no lo sabíamos.

La trama va así. Una terrible, desconocida e incontrolable epidemia llega a las principales ciudades de EEUU, Europa, Asia – fíjense ustedes que esas desgracias apocalípticas nunca ocurren en Yaritagua ni en Ocumare, siempre es para allá arriba lejos, aquí abajo gozamos de cierta prerrogativa tercermundista – afectando a los seres humanos y convirtiéndolos en una especie de seres vivos/muertos, que con características cadavéricas, les da por atacar y comerse a los humanos sanos y normales. Lo peor, es que la epidemia se transmite vía mordisco… con solo morderte, zas! ya eres un zombie…

Nuestra intención, como quedó clara arriba, era simplemente ir a disfrutar de una buena película, un rato ameno… pero con semejante trama no tuvimos chance de lograrlo. Quizás sea el sistema de audio surround a-todo-volumen de las salas de ahora, quizá lo bien logrado de los efectos especiales, quizás que nos tomó por sorpresa la trama, no lo sé… pero el hecho es que me entró una taquicardia en la película que me daba vergüenza.  “¿Por qué carajo te inquietas tanto si es una película de zombies, de Z-O-M-B-I-E-S, que no existen…?” me repetía, mientras trataba de controlarme…

Mientras iba pensando en ello, comencé a darle vueltas también a otros temas relacionados con la trama y que entre tanto mordisco, sangre y plomo, me iban quedando sin respuesta: ¿Por qué está la humanidad – los gringos en realidad – enfrentando a los zombies? ¿Qué clase de invasión es esta, qué persiguen los zombies… si son unos seres bobos y hambrientos y más muertos que vivos? ¿Qué pasó con los malos de antes, rusos, norcoreanos, terroristas? ¿Por qué ahora a los súper agentes de la CIA y los comandos de fuerzas élites les toca enfrentar al elenco de Thriller?

Una tercera gran duda me embargó durante toda la película: ¿Por qué no nos paramos y nos largamos de aquí?

No lo hicimos. Nos quedamos hasta el final.

En la película pasa lo que tiene que pasar. No quiero aguarles la fiesta a los amantes del género, vayan y véanla. Aunque según los entendidos en la materia, la película no es fiel al libro de Max Brooks.

Me enteré también después, que este autor es el hijo de Mel Brooks, y que – imagino que continuando con la tradición jodedora de su viejo – se ha vuelto un gurú en zombies a tal punto que los zombies-adictos van y compran sus libros y hasta se los leen… mientras Brooks simpáticamente se burlará de ellos y se enriquece gracias a ellos…

Salimos de la función, y en la vía de regreso yo seguía pensando en los zombies… ¿Por qué los zombies? ¿Qué de especial tienen estos personajes salidos de la tradición y del vudú haitiano, que atraen tanto a nuestra cultura contemporánea? ¿Cuál es el interés en unos seres de conducta autómata y semi-muerta? Y por último, ¿Por qué plantearnos una guerra mundial contra estos seres?...

Así fui todo el camino, hasta que llegamos a la casa.

Una vez allí, encontramos a los niños más grandes concentrados sin decir palabra pegados en sus Ipods, la más pequeña también estaba totalmente abstraída viendo algo en un tablet… una vez acostados los niños, y ya en nuestra cuarto, intenté comentarle algo a mi esposa, hasta que me di cuenta que era inútil, pues ella estaba entregada a Candy Crush Saga en su Smartphone…


Y entonces comprendí que no sólo estamos en guerra contra los zombies, sino que ya estamos contagiados…


Juancho Pérez


jueves, 4 de julio de 2013

UNA ANÉCDOTA A PROPÓSITO DEL 05 DE JULIO… ENTRE UN CURA Y UN PRÓCER…



Como ya sabemos, el 05 de julio de 1811 no se firmó ningún acta de independencia. 

El Congreso General convocado en 1810 para decidir la mejor clase de gobierno para Venezuela mientras durara el cautiverio del Rey Fernando VII, se había instalado el 02 de marzo de 1811. Conformado por 43 diputados, constituyó un gobierno provisional y comenzó sus sesiones para decidir el futuro de Venezuela.

Básicamente existían dos facciones: unos que apostaban a la independencia, y otros que preferían mantenerse fieles a la corona española. Y por supuesto, entre los dos extremos un grupo grande de indecisos y dudosos…

Quizás se sepa poco, pero 9 de aquellos 43 diputados eran clérigos, hombres de la Iglesia, y por supuesto si bien al igual que el resto de los demás podían estar en uno u otro bando, atendían primeramente a su condición de sacerdotes católicos… de pastores…

Entre estos 9 sacerdotes diputados, se encontraba el padre Ramón Ignacio Méndez, representante por Guasdualito, Provincia de Barinas.

Poco a poco, con el pasar de los meses, los grupos se iban definiendo, sin embargo no se terminaba de tomar una posición…

Así, en los últimos días de junio y primeros de julio, la Sociedad Patriótica (aquel influyente grupo que se había convertido en el principal promotor del rompimiento con España) decidió apretar el paso, se hacía necesario concretar.

El 03 de julio los diputados afectos a la Sociedad Patriótica comienzan seriamente a presionar y a exigir un pronunciamiento definitivo: la independencia de Venezuela.

La jugada funcionó. El debate se aceleró.

En la sesión del 05 de julio comienzan las acaloradas y largas discusiones entre las  posiciones de los diputados. La postura independentista cada vez gana más adeptos, poco a poco los diputados dudosos se van sumando a la idea, la intención de aprobar la declaración de independencia parecía indetenible entre los diputados…

Y es justo en ese momento tan crítico de la discusión cuando el padre Ramón Ignacio Méndez, que había llegado tarde a la sesión, solicita el derecho de palabra y comienza su exposición.

Méndez era un hombre reconocido y escuchado, y por tanto su intervención tendría gran importancia por su influencia. A fin de cuentas, era la voz de la Iglesia.

Quizás por la novedad, el ánimo y la emoción de los diputados participantes en ese primer Congreso, quizás porque nunca fue la intención verdadera de aquella Junta Suprema de Caracas de 1810, quizás porque habían cambiado los tiempos y las circunstancias, quizá simplemente porque pasó por inadvertido ó – en todo caso – como un tema menor; pero el hecho es que en toda la discusión sobre la independencia, se había dejado a un lado el origen e inicio de todo: el juramento de 1810.

El padre Méndez - más como pastor que como prócer - centró su intervención en ese punto crucial, para lo cual planteó dos preguntas y condicionó la firma del acta a las respuestas que se le dieran:

 “Sea la primera, que seríamos refractarios del juramento con que nos hemos obligado a conservar los derechos del señor don Fernando. Y por un acto libre y espontáneo expresado en la solemne instalación de este cuerpo, reparo que propongo con la denominación de religioso. Sea el segundo, que denominaré político, el que habiéndonos de elevar al alto rango de nación independiente necesitamos más que nunca que nuestros pasos vayan de acuerdo con los sentimientos de las demás naciones. ¿Y cómo es posible que los Estados nos admitan a tan distinguido rango cuando damos principio a esta grandiosa obra por desconocer en público lo mismo que hemos protestado en cuantos papeles públicos han salido de nuestras manos desde el 19 de abril, a saber: que reconocemos y conservamos los derechos del señor don Fernando VII?

¿No es violar la fe pública desentendernos ahora de estas mismas promesas y desmentir a la faz del universo lo que tanto ya hemos repermitido?

¿Qué juicio o qué concepto sino el más triste formarán de nosotros esas mismas naciones con quienes vamos necesariamente a entrar en relaciones? …”

Con aquella incisiva exigencia, el Padre Méndez obligaba al foro a pensar, buscar y dar razones serias, argumentos robustos, para decidir nuestra independencia. Dejó claro que no se trata de un tema menor: lo que estaba en el tapete era precisamente el primer acto soberano de una nación, su declaración de independencia, su partida nacimiento, y este no podía ser un acto espurio, oscuro, o con vicios de origen. Debe ser un acto seriamente pensado, seriamente reflexionado.

Las respuestas demandadas por Méndez serán impecablemente satisfechas por Juan Germán Roscio, quien asiéndose de la tradición del pensamiento escolástico del jesuita Francisco Suárez, utiliza la concepción de la ruptura del contrato social por una de las partes, a saber, la Corona Española, pudiendo entonces la otra parte afectada – la comunidad – crear un nuevo vínculo.

Otorgadas las razones exigidas, el padre Méndez acuerda firmar el acta de declaración de Independencia (en los días siguientes), pero aún más importante; de este incidente, de este choque entre las ideas liberales y los planteamientos a contracorriente de un clérigo, se erige con total seriedad el primer acto de nuestra historia republicana.

¡No es poca cosa! 

Ahora, a 202 años de aquello, disfrutemos del puente...


Juancho Pérez

@jonchoperez


sábado, 15 de junio de 2013

Del patético caso del compadre de compadre Pancho… (en la víspera del día del padre)




Como siempre ocurre, la semana antes del Día del Padre, vienen los actos escolares para celebrarlo, con sus tarjetas y regalitos hechos-por-nuestros-hijos-en-el-salón, poesías y frases de “eres el mejor” (y uno hasta se lo cree), juegos padres vs. padres, merienda con los hijos, etc… ah! claro y seguramente algún performance de corte artístico cultural y folclórico…

Este año no fue la excepción. Allí estábamos todos los papás en el colegio orgullosos desde muy temprano, pues la celebración comenzaría con una misa. Luego el acto cultural-artístico-folclórico.

El performance fue así. Primero canciones… emotivas… de esas que si no es porque estábamos entre papás y “uno, el hombre, no llora así no más”, algún lagrimón se nos pianta – como dice el tango.

Luego se levantan todas esas criaturitas, y sacan sus flautas dulces y comienza aquel jardín de grillos, y uno ¡coño! aguanta estoicamente aquella tortura porque son nuestros hijos – yo también fui niño, y estudié música, y soy hijo de músico, y entiendo lo útil que resulta este instrumento en la introducción a la formación musical, pero de verdad lo que aún no entiendo es quién y con qué intención le puso el calificativo dulce a esa flauta tan agria.

Por último, se sientan las flautas, se levantan los cuatros y arranca esa pieza clásica y preferida de los profesores de cuatro: El compadre Pancho.

Compadre Pancho, es un merengue venezolano (de Lorenzo Herrera) de muy fácil y básica ejecución en Re mayor, es decir – para los legos – que sólo requiere poner un dedo en una cuerda… así de fácil, de hecho tan fácil que todo aquel que agarra un cuatro más de dos veces se la sabe.

La selección de la pieza era evidentemente obvia por lo sencillo, pero ¿habrá reparado el profesor de cuatro en la letra del merengue, sobre todo en la previa de la celebración del día del padre?

Pusieron sólo a cantar a una niñita, acaso la más afinadita, y el resto del grupo tocando los cuatros.

Va la letra:

Oiga compadre Pancho, lo que me pasa lo sabe usted – comienza la confesión del compadre…

Que la negrita del rancho con el pulpero ayer se me fue – es decir, la mujer del compadre se fue con otro, y no cualquier otro, sino el tipo con plata dueño de la tienda del pueblo.

Ay mi compadre si usted la ve dígale por su hijito, compadre Pancho, vuelva otra vez – la mujer se fue, pero además dejó al hombre y al hijo, la vaina se complica… y el compadre de compadre Pancho le pide entre lamentos que le diga que vuelva. ¡Corín Tellado!

La ortodoxia y la prudencia social, con el tiempo han ido censurando el resto de la letra *, de hecho poco se canta la parte que sigue y donde se explica por qué se larga la negrita, dejando casa, marido e hijo: porque el compadre del compadre Pancho, había golpeado – imagino que una vez más – a su mujer por planchar mal la camisa…

Pues miren ustedes, esa fue la pieza elegida para celebrar el día del padre. Menudo meta-mensaje.

Y así mientras la afinadita niña cantaba el estribillo del merengue en el acto de celebración del día del padre, yo pensaba sentadito en mi silla: situaciones incómodas en la vida todos las padecemos…Pero sin duda, unos la pasan peor que otros.


Juancho Pérez

@jonchoperez

* Para el curioso que quiera ver la letra completa del merengue http://sunblde.netai.net/Musica/Letras/Venezuela/Compadre_Pancho.html

sábado, 25 de mayo de 2013

Poder, dominación… y ficciones



El libro de José Antonio Marina La pasión del poder: Teoría y práctica de la dominación (Anagrama 2008) es para mí la continuación – diría más bien conclusión – de otro libro suyo al cual ya hemos hecho referencia antes, Anatomía del Miedo: un tratado sobre la valentía.

El filósofo español nos ofrece, como siempre de manera pedagógica pero profunda, su visión sobre el poder y la dominación. Prefiere – opta por –  hablarnos de control pues según él, “tiene poder quien puede controlar el comportamiento propio (poder autorreferente) o el de otras personas (poder social)”.

En su análisis, Marina parte de la evidente y tan estudiada esfera del poder social y nos pasea por las diversas formas de control: el liderazgo, la seducción, las apariencias, la opinión, las relaciones amorosas, la familia, las organizaciones, las empresas, las instituciones y por supuesto, el poder político.

Llegamos así al segundo elemento clave de su tratado, la relación dominador/dominado. “En la relación de poder está el sujeto que se impone y el sujeto que obedece”, al primero se le ha dedicado páginas y páginas de estudio, pero poco se ha dicho del dominado, perdiéndose así  la mitad del fenómeno: “una teoría del poder no puede estar completa sin una teoría de la impotencia”.

La impotencia se manifiesta de diversas maneras, en el sometimiento, en la docilidad, la sumisión, la  dependencia, y – la cual para Marina reviste especial atención – en la obediencia.

Para Marina posee la obediencia una relevancia particular, al menos en el mundo occidental, pues se yergue sobre la tradición cristiana. Utiliza como ejemplo para su argumento una correspondencia escrita por Ignacio de Loyola dirigida a los padres y hermanos jesuitas en Portugal: “la obediencia introduce en el alma el resto de las virtudes y las mantiene”… y concluye: “y esta sujeción y subordinación no se hace sin conformidad del entendimiento y voluntad del inferior al superior”. Es decir, obedecer al otro debe ser una decisión pensada y voluntaria (discernida) por parte del que obedece, para hacerse virtuoso.

Esta manera de comprender, de asumir, de entender la obediencia, por supuesto se trasmitió al mundo político, que “al fin y al cabo se consideró durante siglos que estaba instaurado por Dios”. Así la obediencia llega a nuestros días, no ya bajo la oferta y garantía de la salvación futura, sino de forma secularizada como la garantía de dos elementos que siempre han acompañado, definido y determinado al ser humano como ser social: la necesidad de seguridad y de bienestar.

Esto nos conduce al tercer eje del planteamiento de Marina sobre el poder: las ficciones.

Los seres humanos no nacemos libres, ni somos iguales, pero queremos intentar que esto sea así y por ello nos comportamos – o al menos lo intentamos – como si así fuese. Aquí comienza la obra de la mente humana frente a la realidad: construimos nuestras ficciones.

“Un proyecto es una idea, un ficto, una ficción que queremos convertir en realidad”, de allí que “necesitamos ficciones jurídicas, políticas y éticas porque la inteligencia humana tiene la capacidad de pensar cosas inexistentes que sería bueno que existieran, por ejemplo una ciudad justa o una humanidad digna”.

Lo mismo ocurre con el poder, al no ser posible eliminar las relaciones de poder, pues les creamos un límite, una ficción: la dignidad.

Para Marina la dignidad es una ficción que va en dos direcciones, como reconocimiento y respeto del otro, pero también como reconocimiento y respeto de uno mismo.

En algún momento, Marina suelta esta pregunta y la deja sin respuesta inmediata: “¿debemos educar a nuestros alumnos para la obediencia o para la rebelión?”. La respuesta nos la da en los últimos párrafos del libro, y es precisamente en este punto, donde se encuentran y complementan sus tratados sobre el poder y sobre la valentía.

“El poder no puede desaparecer, sino cambiar de nuevo de titularidad. No es el monarca, no es la nación, no es el pueblo el titular, sino el sujeto que se hace responsable de su azarosa presencia en el mundo, y que, superando la angustia de la precariedad, se lanza a una azarosa y valiente navegación”.

No se trata pues de obedientes o rebeldes, se trata de hombres y mujeres conscientes de su dignidad y de la dignidad de los otros. Hombres y mujeres dignos.

José Antonio Marina confiesa que escribe para aclararse, yo admito que le leo con el mismo fin.


Juancho Pérez

@jonchoperez

sábado, 4 de mayo de 2013

El Rey y el Principito




En el primero de los planetas que visita el Principito, encuentra sentado en su trono a un rey vestido de púrpura y armiño. Este personaje a la vez sencillo y majestuoso, cuando ve al Principito exclama: “¡Ah! Un súbdito…” Y comienza a darle órdenes: te prohíbo bostezar.

Ante la sorpresa y la extrañeza del Principito y  - por supuesto - la total desobediencia de este, el rey consternado y casi molesto, revierte las órdenes y comienza a ordenar justo lo contrario de lo anterior: pues te ordeno que bosteces.

Y nos dice Saint-Exupéry: “Y es que el rey aspiraba por encima de todo a que su autoridad fuese respetada. No toleraba la desobediencia. Era un monarca absoluto. Pero como era muy bueno, daba órdenes razonables”. “La autoridad se apoya sobre todo en la razón. Si ordenas a tu pueblo que vaya a tirarse al mar, – nos dice el rey – hará la revolución. Tengo derecho a exigir obediencia, porque mis órdenes son razonables”.

Este es el encuentro del Principito con la política, pero podemos llegar más allá. Saint-Exupéry, con este rey, nos permite reconocer los diversos elementos teóricos para definir lo que entendemos por “política”.
Vayamos por partes.

Nos topamos así al inicio de la relación, en el primer instante del encuentro, la concepción clásica de la política como lucha, poder, voluntad

Esta trilogía la apreciamos en la reacción del rey ante el bostezo del Principito. El rey convencido de su autoridad, de su superioridad, ve en el otro a un súbdito. Además un súbdito que rompe, que contraría una norma o una costumbre, que hace lo indebido. El rey, el poder, pues ante esta conducta, se planta y actúa con violencia: prohíbe, impone, obliga, castiga, controla… “que su autoridad fuese respetada”.

Ante la prohibición de bostezar, replica el niño: “No puedo remediarlo, he hecho un viaje muy largo y no he dormido”. “Entonces – le dijo el rey – te ordeno que bosteces…”.

La respuesta del Principito a la orden del rey y la consecuente reacción de este, nos permite arribar a la segunda trilogía en torno a la naturaleza de la política: paz, razón y justicia.

El rey, el poder, busca la resolución del conflicto por la vía pacífica, la política-como-paz, lo cual implica evidentemente el reconocimiento del otro, no su eliminación. Es en suma, una convivencia en la cual la “ley de las leyes” sustituya a la ley de la jungla… “Pero como era muy bueno, daba órdenes razonables”.

Pero aún queda una tercera posición, que va más allá de las concepciones clásicas antes expuestas, y que Saint-Exupéry nos la presenta también.

En este mismo capítulo, nos señala otra concepción del poder, en la misma línea de Hanna Arendt, según la cual la política es el espacio del “logos”, de la razón, del diálogo, y en virtud de ello, la violencia no puede ser jamás la esencia de la política, sino todo lo contrario.

Es decir, a más violencia, menos poder.

Nos dice el rey: “Si ordenas a tu pueblo que vaya a tirarse al mar, hará la revolución…”.

Esta es la idea de Arendt, para quien el poder requiere de legitimidad, mientras que la violencia necesita justificación, y en el instante en el cual la justificación se impone a la legitimidad, se acaba el poder y se impone la violencia.

Es, como bien señala Arendt, el apoyo del pueblo – con su obediencia –  el que presta poder a las instituciones de un país, y se petrifican o decaen tan pronto como el poder vivo del pueblo deja de apoyarlas, de obedecerlas.
Esta interesante postura, sin duda representa un quiebre con las posiciones clásicas, pues diferencia al poder de la violencia. 

El poder es no-violento.

Pero debemos estar atentos igualmente al concepto de violencia, pues esta no es ni bestial ni es irracional, es simplemente un medio para alcanzar un fin para obtener cambios.

Sólo nos queda, ante esta posición de Arendt, hacernos una sola - pero capital - pregunta: ¿a qué se debe esa obediencia? ¿por qué un ser humano obedece a otro? 

Esa respuesta no nos la da la ciencia política.

Pero terminemos pues, con nuestro relato del Principito.

Al cabo de un rato, el Principito ya aburrido de aquel planeta pero preocupado por no apenar al viejo rey, le pidió que le diera la orden de marcharse, y así sucedió.

En aquel planeta, en el reino de este rey, no habitaba nadie más que él. 


Juancho Pérez
@jonchoperez


viernes, 22 de febrero de 2013

EXTRA PAUPERES NULLA SALUS



Ya lo decía Aristóteles: el tiempo es la medida del cambio. Por ello, que las personas con el tiempo cambiemos, es lo natural.  Que además, cambiemos nuestras ideas, es lo esperable… o al menos que las mejoremos.

“Fuera de los pobres no hay salvación” (Trotta 2007), en este compendio de ensayos (pequeños ensayos utópicos proféticos – así lo subtitula su autor), el jesuita Jon Sobrino nos presenta su visión sobre los pobres. Advierte desde el prólogo que sus planteamientos serán novedosos, escandalosos y contraculturales. 

Veamos.

Sobrino utiliza como columna vertebral de su argumentación (y hace suyo) el planteamiento de otro jesuita, Ignacio Ellacuría, sobre lo que llaman la civilización de la pobreza, en contraposición a lo que definen como la civilización de la riqueza. Nos dice Sobrino: “En un mundo configurado pecaminosamente por el dinamismo capital-riqueza es necesario suscitar un dinamismo contrario que lo supere salvíficamente. De ahí la tesis: la civilización de la pobreza rechaza la acumulación del capital como motor de la historia y la posesión-disfrute de la riqueza como principio de humanización, y hace de la satisfacción universal de las necesidades básicas el principio del desarrollo y del crecimiento de la solidaridad compartida el fundamento de la humanización”. En realidad, esta postura – propia de la dialéctica de oposición – no es para nada novedosa, ni como argumento en general, ni en Sobrino en particular.

En cuanto a lo escandaloso, sin duda su premisa fundamental lo es: Fuera de los pobres no hay salvación. Esta es una sentencia durísima, y de entrada resulta excluyente. Partiendo del dogma católico Extra Ecclesiam nulla salus (fuera de la Iglesia no hay salvación), que se remonta a los padres de la Iglesia, pasa por la fórmula utilizada post Vaticano II de extra mundum nulla salus (fuera del mundo no hay salvación), la cual según Sobrino otorga a la salvación no solo una dimensión religiosa, sino también “histórica y social”, hasta llegar a su planteamiento medular, Extra pauperes nulla salus (fuera de los pobres no hay salvación). “Los pobres son la inmensa mayoría” y desde su condición de pobreza nos brindan a los no-pobres la respuesta a su situación mediante la esperanza (la verdadera esperanza, el que “espera”) y la denuncia (que exige nuevos modelos humanizantes). Los pobres – nos dice Sobrino – marcan la dirección y el contenido fundamental de la praxis, no se trata sólo “sobre dar a ellos, sino sobre recibir de ellos”.

Esta manera de enfocar el tema, este cambio en el papel del que ayuda y también del que es ayudado, es sin duda un planteamiento contracultural, pues nos coloca a todos – repito, a TODOS – en una posición activa, en la cual todos damos y recibimos, en un juego entre iguales, de “tú a tú”.

En este sentido, se entiende pues la sentencia extra pauperes nulla sallus, no como una suerte de “pauperización universal”, sino de una búsqueda real – activa – de solución al drama de los pobres, de las mayorías, y en última instancia una respuesta que incumbe o debe incumbir a todos, una garantía de que todos salgamos ganando.

Por último, aunque Sobrino no lo dice, faltaría un calificativo más a su compendio de ensayos: amplio.
Se aprecia en Sobrino, una manera de abordar los conceptos de pobre y pobreza, más calmada y más amplia. Nos presenta el “mundo de la pobreza” desde una concepción más abierta, más honda y más diversa, en la cual cuenta no sólo a los pobres en lo económico, sino a los excluidos socialmente, los marginados religiosamente, los oprimidos culturalmente, los dependientes socialmente, los minusválidos físicamente, los atormentados psicológicamente, los humildes espiritualmente.

Así Sobrino nos señala su camino de salvación. Si prefieren, si les incomoda, no lo tomen pues como un tema para salvarnos (allá arriba), sino como una forma de no perdernos (aquí abajo).


Juancho Pérez
@jonchoperez

martes, 22 de enero de 2013

UN BUENAGENTE SIN TROFEO




Vivimos en un mundo en el cual se gana o se pierde, así nos han enseñado, así funciona… Claro que con matices, enfoques y maneras de abordarlo. Por ejemplo, a mí los jesuitas me enseñaron desde niño que si ganábamos debíamos ser “caballeros” y respetar al contendor… y si perdíamos, pues a continuar con bríos…

Pero la verdad, es que cuando leí esta noticia que les comentaré de seguidas, me “sorprendió” en las 3 acepciones que el DRAE hace del término: 1.- me tomó desprevenido, porque ya uno no suele encontrar noticias así; 2.- me conmovió, por lo raro e imprevisto de esta clase de conductas; y 3.- me permitió descubrir lo que otro – en este caso en particular, el corredor Iván Fernández Anaya – ocultaba o disimulaba.

Les refiero la historia. El pasado mes de diciembre, en la localidad Navarra de Burlada (España), se celebró una carrera de cross-country. Atletas de diversas nacionalidades compitieron, como es lo natural en estos eventos. De hecho, la carrera estuvo punteada buena parte y hasta el final por el corredor keniata Abel Mutai (medallista olímpico en Londres 2012). En segundo lugar y a cierta distancia le seguía el español Iván Fernández Anaya.

Al entrar en el tramo final y a unos escasos 50 metros de la meta, Mutai confundido afloja el paso en su carrera pensando que ya había terminado. Ante las señas del público que le indicaban continuar y que aún no había terminado la carrera, Mutai (sin entender ni una palabra de español) les corresponde con gestos de saludo…

Iván Fernández se percata de la situación. Tiene dos opciones: apretar el paso y ganar la carrera ante el despiste del puntero keniata, o la otra opción, hacer lo que hizo.

Fernández corre hasta colocarse detrás de Mutai, y comienza entre señas, empujones y ánimos a indicarle dónde está la meta.

Abel Mutai ganó la carrera de Navarra. Fernández quedó en segundo lugar, perdió. Esta vez decidió perder…en este mundo nuestro, en el cual se gana o se pierde.

Y yo concluyo, que a mi enseñanza jesuita de infancia sobre el ganar y el perder, le falta una posibilidad: también se puede ser “caballero” sin ganar.


Juancho Pérez
@jonchoperez