lunes, 7 de febrero de 2022

¿PUEDE VENEZUELA TRANSITAR HACIA UNA DEMOCRACIA? (una reflexión desde la Evangelii Gaudium)


 

En el más reciente documento de trabajo de la politóloga venezolana Maryhen Jímenez, publicado por la Fundación Carolina titulado “El difícil camino hacia una democratización en Venezuela” (enero 2022), la destacada investigadora de Oxford se hace – nos hace – la pregunta más importante sobre el futuro político del país ¿puede Venezuela transitar hacia una democracia?

Sin ánimos de hacer spoiler apuro la respuesta que ella misma nos da al final de su trabajo[1]: dándose las circunstancias ideales, es decir, comenzando ya a hacer lo que hay que hacer, el trayecto de la democratización no será lineal y se concretaría, eventualmente, en el largo plazo.

¿Cuáles son esas circunstancias ideales que nos plantea el estudio?

Lo primera circunstancia que resalta este estudio, el punto de partida de su tesis, es el hecho de que recuperar la democracia en Venezuela es un asunto a largo plazo, aclaratoria que resulta necesario siempre hacer – aunque parezca de Perogrullo - por si aún hubiese ingenuos soñadores o temerarios irresponsables que siguiesen sucumbiendo a la tentación de la inmediatez y los atajos amentes.

En la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, el papa Francisco nos presenta los cuatro principios fundamentales - en su criterio - para la construcción de la paz y justicia:

a)      el tiempo es superior al espacio;

b)      la unidad es superior al conflicto;

c)       la realidad prevalece sobre la idea; y

d)      el todo es más que las partes y la mera suma de las partes.

Así planteado, el primer punto expuesto por Jiménez, coincide perfectamente con el primer principio propuesto por S.S. Francisco. El tiempo es superior al espacio.

Nos dice el #223 de la Exhortación Apostólica:

“Este principio permite trabajar a largo plazo, sin obsesionarse por resultados inmediatos. Ayuda a soportar con paciencia situaciones difíciles y adversas, o los cambios de planes que impone el dinamismo de la realidad. Es una invitación a asumir la tensión entre plenitud y límite, otorgando prioridad al tiempo. Uno de los pecados que a veces se advierten en la actividad sociopolítica consiste en privilegiar los espacios de poder en lugar de los tiempos de los procesos. Darle prioridad al espacio lleva a enloquecerse para tener todo resuelto en el presente, para intentar tomar posesión de todos los espacios de poder y autoafirmación. Es cristalizar los procesos y pretender detenerlos. Darle prioridad al tiempo es ocuparse de iniciar procesos más que de poseer espacios. El tiempo rige los espacios, los ilumina y los transforma en eslabones de una cadena en constante crecimiento, sin caminos de retorno. Se trata de privilegiar las acciones que generan dinamismos nuevos en la sociedad e involucran a otras personas y grupos que las desarrollarán, hasta que fructifiquen en importantes acontecimientos históricos. Nada de ansiedad, pero sí convicciones claras y tenacidad.”[2]

La segunda circunstancia que Jiménez nos expone en su trabajo como un elemento clave a superar, es la imposibilidad en la oposición política venezolana para avanzar en unidad, con reglas internas claras y acciones coordinadas. Advierte el estudio que los momentos de mayor éxito para la oposición y de mayor derrota del oficialismo han coincidido siempre con la existencia de una instancia de coordinación opositora que ha dado orden y foco. “La gran diferencia entre los diversos intentos de coordinación —informal y formal— que ha emprendido la oposición venezolana está en la (ausencia de) institucionalidad interna”. No es secreto para nadie la actual situación de disgregación, atomización y diferencias profundas que atraviesa la oposición política venezolana, sin embargo sería deseable que los diversos actores democráticos de la oposición diseñaran una nueva institucionalidad interna que les permita decidir y crear colectivamente un objetivo, y definir candidaturas y un programa conjunto de cara a los futuros procesos electorales. Mientras tanto, desde las cuatro gobernaciones y las 123 alcaldías no-oficialistas (Luján, 2021), los y las dirigentes electos podrían aprovechar el espacio limitado para organizar las bases, crear vínculos con grupos no-partidistas, reestablecer la confianza entre actores y abonar así la regeneración de la oposición venezolana.[3]

A este respecto, la Evangelii Gaudium nos propone el segundo principio fundamental: la unidad es superior al conflicto.

Nos dice en los núemros 227 y 228 de la Exhortación Apostólica:

“227.Ante el conflicto, algunos simplemente lo miran y siguen adelante como si nada pasara, se lavan las manos para poder continuar con su vida. Otros entran de tal manera en el conflicto que quedan prisioneros, pierden horizontes, proyectan en las instituciones las propias confusiones e insatisfacciones y así la unidad se vuelve imposible. Pero hay una tercera manera, la más adecuada, de situarse ante el conflicto. Es aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso. «¡Felices los que trabajan por la paz!» (Mt 5,9).

228. De este modo, se hace posible desarrollar una comunión en las diferencias, que sólo pueden facilitar esas grandes personas que se animan a ir más allá de la superficie conflictiva y miran a los demás en su dignidad más profunda. Por eso hace falta postular un principio que es indispensable para construir la amistad social: la unidad es superior al conflicto. La solidaridad, entendida en su sentido más hondo y desafiante, se convierte así en un modo de hacer la historia, en un ámbito viviente donde los conflictos, las tensiones y los opuestos pueden alcanzar una unidad pluriforme que engendra nueva vida. No es apostar por un sincretismo ni por la absorción de uno en el otro, sino por la resolución en un plano superior que conserva en sí las virtualidades valiosas de las polaridades en pugna.”[4]

La tercera circunstancia que plantea el documento de estudio es la moderación estratégica. Nos dice Jiménez que a medida que una oposición coordina sus acciones de una manera formal y logra movilizar a su favor a diversos grupos de la sociedad, la coalición autoritaria aumenta los niveles de represión para intimidar, hostigar y fracturar a su adversario.

Esto ha quedado más que comprobado en el caso venezolano. Entonces ¿cómo se puede avanzar ante la inexorable conducta represiva del oficialismo?

Sostiene Jiménez que la moderación estratégica puede traer una serie de beneficios, como lo son: i) comprensión de las limitaciones impuestas por un contexto autoritario y represivo; ii) acciones consensuadas entre diversos grupos que busquen la apertura del autoritarismo con cautela y ambición, y iii) manejo de expectativas sobre cambios inmediatos y rechazo a las vías violentas para obtener el poder.

En todo caso, la realidad es que ha resultado nada efectivo el enfrentamiento frontal y violento como estrategia de la oposición para derrotar al oficialismo. Por el contrario, la experiencia histórica demuestra cómo la adaptación de las acciones a las condiciones reales y factibles, de grupos opositores ante regímenes autoritarios, ha resultado una estrategia exitosa.

Es indispensable – nos advierte Jiménez – que los actores no-oficialistas moderen sus expectativas, comprendan las limitaciones impuestas por el contexto autoritario y construyan una visión que pueda ayudar a tejer puntos de encuentro de cara al futuro. La moderación estratégica, si bien resulta costosa en el corto y medio plazo, es una ruta gradual y lenta que puede traer beneficios a los partidos políticos a largo plazo.[5]

Moderar expectativas, comprender limitaciones, es decir, entender y asumir la realidad. Es este precisamente el tercer principio que S.S. Francisco nos propone en Evangelii Gaudium: La realidad es más importante que la idea.

 

Nos dice la Exhortación Apostólica en los números 231 y 232:

“231. Existe también una tensión bipolar entre la idea y la realidad. La realidad simplemente es, la idea se elabora. Entre las dos se debe instaurar un diálogo constante, evitando que la idea termine separándose de la realidad. Es peligroso vivir en el reino de la sola palabra, de la imagen, del sofisma. De ahí que haya que postular un tercer principio: la realidad es superior a la idea. Esto supone evitar diversas formas de ocultar la realidad: los purismos angélicos, los totalitarismos de lo relativo, los nominalismos declaracionistas, los proyectos más formales que reales, los fundamentalismos ahistóricos, los eticismos sin bondad, los intelectualismos sin sabiduría.

 

232. La idea —las elaboraciones conceptuales— está en función de la captación, la comprensión y la conducción de la realidad. La idea desconectada de la realidad origina idealismos y nominalismos ineficaces, que a lo sumo clasifican o definen, pero no convocan. Lo que convoca es la realidad iluminada por el razonamiento. Hay que pasar del nominalismo formal a la objetividad armoniosa. De otro modo, se manipula la verdad, así como se suplanta la gimnasia por la cosmética. Hay políticos —e incluso dirigentes religiosos— que se preguntan por qué el pueblo no los comprende y no los sigue, si sus propuestas son tan lógicas y claras. Posiblemente sea porque se instalaron en el reino de la pura idea y redujeron la política o la fe a la retórica. Otros olvidaron la sencillez e importaron desde fuera una racionalidad ajena a la gente.”[6]

La última circunstancia ideal que nos plantea Jiménez en su estudio para poder avanzar en el camino de la democratización de Venezuela es poseer una identidad democrática y prográmatica, es decir, democratizar el discurso y la política interna de los partidos.

Esto supone no solamente lo obvio, las democracias requieren de demócratas, sino que además el liderazgo debe y tiene que ser siempre coherente y consecuente con la democracia, en sus propios partidos, en sus planteamientos y planes nacionales, en la vinculación y apoyos internacionales, en la gestión cotidiana y por último pero importantísimo, en materia de rendición de cuentas y transparencia.

La democracia es más que discurso, va más allá de slogans, supera los simples acuerdos entre los actores. La democracia es una manera integral de entender la vida en sociedad, es una forma de gobierno que requiere esencialmente de la participación de todos, pero que al mismo tiempo supera a todas las partes, para poder así llegar al bien de todos, al Bien Común.

Es esto lo que el papa Francisco no propone en el cuarto principio fundamental para la construcción de la paz y justicia: el todo es superior a la parte.

“235. El todo es más que las partes, y también es más que la mera suma de ellas. Entonces, no hay que obsesionarse demasiado por cuestiones limitadas y particulares. Siempre hay que ampliar la mirada para reconocer un bien mayor que nos beneficiará a todos. Pero hay que hacerlo sin evadirse, sin desarraigos. Es necesario hundir las raíces en la tierra fértil y en la historia del propio lugar, que es un don de Dios. Se trabaja en lo pequeño, en lo cercano, pero con una perspectiva más amplia. Del mismo modo, una persona que conserva su peculiaridad personal y no esconde su identidad, cuando integra cordialmente una comunidad, no se anula sino que recibe siempre nuevos estímulos para su propio desarrollo. No es ni la esfera global que anula ni la parcialidad aislada que esteriliza.

 

236. El modelo no es la esfera, que no es superior a las partes, donde cada punto es equidistante del centro y no hay diferencias entre unos y otros. El modelo es el poliedro, que refleja la confluencia de todas las parcialidades que en él conservan su originalidad. Tanto la acción pastoral como la acción política procuran recoger en ese poliedro lo mejor de cada uno. Allí entran los pobres con su cultura, sus proyectos y sus propias potencialidades. Aun las personas que puedan ser cuestionadas por sus errores, tienen algo que aportar que no debe perderse. Es la conjunción de los pueblos que, en el orden universal, conservan su propia peculiaridad; es la totalidad de las personas en una sociedad que busca un bien común que verdaderamente incorpora a todos.”[7]

 

Volvamos, para terminar, a la pregunta inicial: ¿puede Venezuela transitar hacia una democracia?

La respuesta es sí. Pero toca tomárnoslo en serio y comenzar a transitar ese camino con determinación, armonía, coherencia y conciencia.

 

 Juan Salvador PÉREZ



[1] Realmente vale la pena leer con detenimiento el documento de estudio “El difícil camino hacia una democratización en Venezuela” (Fundación Carolina, enero 2022), en el cual Jiménez realiza un agudo y preciso análisis de la situación política actual venezolana.

[2] Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium del santo padre Francisco a los obispos a los presbíteros y diáconos a las personas consagradas y a los fieles laicos sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual. 2013

[3] El difícil camino hacia una democratización en Venezuela. Maryhen Jiménez.  Fundación Carolina. 2022

[4] Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium. 2013

[5] El difícil camino hacia una democratización en Venezuela. Maryhen Jiménez.  Fundación Carolina. 2022

[6] Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium. 2013

[7] Ibidem.