sábado, 24 de noviembre de 2012

REPENSAR EL MAL



Si el título de este libro de Andrés Torres Queiruga (Editorial Trotta. 2011) nos resulta denso, ni hablar entonces del subtítulo: de la ponerología a la teodicea.

Torres Queiruga, en un esfuerzo – vano – por abordar de manera filosófica un tema teológico, nos presenta un tratado profundo y muy serio sobre el origen del mal, sobre la manera de pensarlo, de repensarlo.

Utiliza como argumento medular para desarrollar su estudio, el famoso dilema de Epicuro: “O Dios quiere quitar el mal del mundo, pero no puede; o puede, pero no lo quiere quitar; o no puede ni quiere. Si quiere y no puede es impotente; si puede y no quiere, no nos ama; si no quiere y puede, no es el Dios bueno y, además, es impotente; si puede y quiere – y esto es lo más seguro – , entonces ¿de dónde viene el mal real y por qué no lo elimina?”.

Este ha sido y es el dilema sobre el mal y sobre Dios. De allí, el autor reconoce y plantea hoy dos puntos inesquivables: 1) para algunos, el mal se ha convertido en la “roca del ateísmo”, pues la imagen de un Dios bueno y omnipotente – la única coherente –resulta inaceptable. 2) para los otros, – creyentes – si Dios es amor y omnipotente, el mal o es misterio o  una contradicción.

Torres Queiruga comienza su “repensar” del mal sobre estas dos posiciones, partiendo primero por la postura secular, desde la ponerología, como si Dios no existiese, para luego concluir en una teodicea  - digamos - actualizada.

La ponerología como disciplina que estudia el mal (del griego ponerós, malo)  tras mucho deambular sólo puede concluir que en un mundo material y finito, el mal es inevitable. La finitud, que esta vida termine, que llegue a un final y ya, es pues, el mal mayor.

Pero esta postura – al menos para el creyente – resulta  escasa, contradictoria e insatisfactoria.

Surge entonces la teodicea. Pero no como la justificación de un Dios que permite el mal por razones misteriosas y punto, sino (y he aquí lo novedoso del planteamiento de Torres Queiruga) como la respuesta reflexiva que el hombre ante la inevitable aparición del mal – o la finitud – en el mundo material, consigue en la trascendencia de lo Infinito.

Hasta aquí la reseña de este libro. Pero dirán ustedes y con razón ¿y todo esto a qué viene?¿para qué sirve?

Repensar el mal no es ni debe entenderse sólo como un ejercicio para intelectuales ociosos o una discusión bizantina… porque el mal lo evidenciamos, lo sentimos, lo sufrimos y lo perpetramos todos nosotros, todos los días.

Impresiona, entristece y escandaliza ver como sociedades completas, terminan por descomponerse llegando a niveles horribles de crueldad.  Sucesos terribles como el surgimiento del III Reich, son muestra patética de cómo un puñado de hombres envilecidos, al tomar las riendas de un país (convenciendo a una parte y con el silencio de la otra), pudo conducirlo a la descomposición más aberrante.

El mal – nos dice Tomás de Aquino – es la ausencia de un bien debido. Es decir, sólo se enfrenta y se vence con bien, haciendo bien.

Viéndolo así, y pensando en esta Venezuela de hoy, el tema nos debe preocupar, o para ser más precisos, ocupar.

Juancho Pérez

lunes, 12 de noviembre de 2012

Algo va mal… ok, pero ¿podría ir mejor?



Algo va mal, es el nombre que Tony Judt da a su ensayo sobre – digamos – el malestar contemporáneo. Comienza su libro con una frase desoladora: “Hay algo profundamente erróneo en la forma en que vivimos hoy.” Con esta expresión de denuncia profética, se lanza con fuerza y amplio dominio del escenario social y político del siglo pasado y lo que va de este, a cuestionar el aletargamiento del hombre actual.

1980 es la fecha para Judt, que marca el comienzo de la distorsión. Según él, las generaciones desde esa década en adelante (es decir, las nuestras), han sido formadas bajo la obsesionada y exclusiva búsqueda de la riqueza e indiferentes al resto. La consecuencia: la primacía de lo material, el desprecio de lo colectivo y lo público, la ceguera individualista, la creciente brecha entre ricos y pobres… Al final, obtenemos a un ser humano apoltronado en su comodidad y sólo preocupado en ello.

Si lo único que importa es producir riqueza, todo lo demás luce banal, y por supuesto también la política se banaliza. Los políticos se han convertido en tipos lights con mensajes lights.  Preocupados por parecerse cada vez más unos a otros, han desdibujado las fronteras ideológicas, han desaparecido los planteamientos serios, para ofrecer en cambio, la misma fórmula insípida de un prometedor bienestar, pero sin transmitir “ni convicción ni autoridad”.

Pero toda esta cultura de la comodidad, del bienestar, de la satisfacción material, toda esta ficción del éxito, choca y encuentra fin ante un concepto real, palpable y en peligroso crecimiento: la desigualdad.

¿Qué nos plantea Judt ante este panorama? No nos viene a hablar de socialismo, al que considera en el mejor de los casos un fracaso, y en el peor una excusa de dictadores. Tampoco nos vende el capitalismo, pues este no es un sistema político sino una forma de vida económica compatible con monarquías, dictaduras de derecha (caso Pinochet), repúblicas y hasta dictaduras de izquierda (caso China actual). Judt nos invita y nos propone algo diferente, nos habla de fraternidad, de actuar juntos para alcanzar una meta compartida. Nos resalta la necesidad de poner límites al egoísmo y producir armonía. Y esta propuesta la hace desde la figura del Estado, claro está que desde un Estado rescatado, repensando, eficiente, pero sobre todo conformado por hombres y mujeres sensibles, que participen y que sean disconformes.

Este último es quizás, el elemento más radical que propone Judt: hombres y mujeres que participen pero que sean responsablemente críticos, dentro y a través de la ley y los canales políticos, pero siempre disconformes.
Judt no apuesta, pero aspira a que haya cambios.

Sin embargo, honestamente, hoy resulta atrevido pensar que todos creemos que esto deba cambiar. No estoy seguro que la gran mayoría piense que esto está mal. No sé si realmente se quiera dejar de medir el éxito en cuentas corrientes, en ceros a la derecha, en carros blindados y escoltas… Sabemos que está mal, pero no sé si (aún) nos molesta el malestar…

Corrijo entonces el inicio de esta reseña: Algo va mal, es el nombre que Tony Judt da a su ensayo sobre, digamos, el estar-mal contemporáneo.


Juancho Pérez-Perazzo
@jonchoperez