lunes, 23 de julio de 2012

EL BURRO ILUMINADO DE IGNACIO DE LOYOLA




Miguel de Unamuno, ese gigante del pensamiento español del siglo XX, admirador de San Ignacio (quizá por paisano) aunque no de los jesuitas y su estilo jesuítico, planteó – ¿con ironía? – en su obra Vida de D. Quijote y Sancho, que la Compañía de Jesús debía su origen al burro en el cual iba montado Ignacio en su debutante peregrinar de Loyola a Barcelona.

Este año y este mes de julio, cumplí 20 años de graduado del Colegio San Ignacio. Por supuesto hubo reencuentro, misa, almuerzo y tragos. 

El reencuentro, como todo reencuentro, supuso desempolvar anécdotas, reconocernos más viejos (algunos más calvos, unos más gordos, otros más…), pero también reencontrarnos con nuestros orígenes y nuestras creencias para seguir adelante.

Por ello, aunque la fiesta de San Ignacio se celebra el 31 de julio, he querido adelantarme y referirles esta historia.

Resuelto Íñigo (aún no había cambiado su nombre por Ignacio) a convertirse en peregrino, deja atrás en el castillo de Loyola todos sus sueños de hidalgo caballero y emprende su camino a Jerusalén.
Si hoy es complicado viajar a esa parte del mundo, imagino que en pleno siglo XVI y a lomo de burro, la aventura sería más jodida aun… pero la determinación de un hombre que quería ser santo, sumada a la terquedad vasca, sirvieron de buen impulso.

En el viaje, aún por tierras españolas, Íñigo se encuentra con un moro del cual sólo sabemos tres cosas: que iba a caballo, por el mismo camino real y que conocía (al menos lo suficiente para sacar de quicio) algo de los dogmas de la religión católica.

El moro iba a una villa cercana, Íñigo seguiría más lejos, sin embargo ambos deciden hacerse compañía durante ese tramo. Comenzarían – imagino yo – como siempre se comienza a charlar de manera polite sobre el clima, pasarían luego a hablar sobre los peligros propios del viaje: salteadores y asaltantes de camino, etc. Seguirían algunas bromas, y luego entrarían en temas más serios, como por ejemplo qué hacía cada quien con su vida.

Íñigo entusiasmado con su nuevo enfoque de peregrino, habría comenzado a contar sus planes… y eso daría paso a los temas religiosos.

La “norma estrella” de las relaciones públicas, todos la conocemos, y es clarísima: Nunca hablar de religión ni de política… La historia que aquí refiero, es muestra elocuente del porqué de esta sabia máxima.

El moro –armado sólo con el conocimiento suficiente para hacer irritar – comenzó a hablar del absurdo que le resultaba el dogma de la Virginidad. Palabras más, palabras menos, dijo que él podía incluso respetar que hubiera concepción sin hombre, pero ¡después del parto!, ya allí si le resultaba imposible sostener aquello…
Íñigo, a la fecha más soldado que otra cosa, no logra (o quizá no supo cómo) dar argumentos ante la posición del moro… Claro está que la situación se tornó muy tensa y así las cosas, el moro – que iba a caballo – decide apurar el paso y separarse.

Íñigo al principio agradece la separación… ya se había vuelto pesada la compañía… pero mientras avanza en su burro, comienza a darle vueltas en su mente la siguiente idea: este moro ha blasfemado contra su Fe y peor aún (en el código de un hidalgo) ha insultado a su  Dama, a su Señora.

Una sola obsesión se apodera de Íñigo: Honrar el nombre manchado de su Señora… dándole muerte a aquel moro grosero.

El hombre que había partido de Loyola para ser peregrino y convertirse en santo, se encuentra de pronto invadido por la rabia y el odio. Él se da cuenta de eso.  Sabe que no puede estar bien. Pero no logra controlar su ira.

Es así que ante semejante dilema, decide lo siguiente: si al llegar a la bifurcación el burro sigue por el camino que conduce a la villa, dará muerte al moro y honrará  a su Señora y a su Fe. Si en cambio, el burro toma el desvío pequeño y se mantiene por el camino real, seguirá entonces a Monserrate…

Soltó las riendas…

Y así - nos dice Unamuno - el burro “…dejando el camino ancho y llano por donde había ido el moro, se fue por el que era más a propósito para Ignacio. Y ved como se debe la Compañía de Jesús a la inspiración de una caballería”.

Para mí, la lección – aunque difícil – es muy sencilla: los temas serios se discuten con gente seria; y ante la ira mejor pasar por burro.

El resto es encomendarse.

Que les aproveche.

Juancho Pérez