miércoles, 20 de noviembre de 2013

LOS HOMBRES DE OJOS LARGOS… un atrevimiento sobre Astronomía y Fe



A veces el significado de nuestras palabras, de nuestros conceptos, atiende más al desiderátum, al futuro, que a la acción presente… como bien lo expresa el poeta Nuno Júdice: “Atajo, es como dice en los diccionarios. Palabras que nos llevan más rápido hasta ese horizonte al que nunca pensábamos llegar”.

Por más que nos empeñemos, difícilmente las palabras o conceptos logran alcanzar la idea exacta que queremos expresar. Por ejemplo, la palabra “astrónomo”, que nos trae la idea de aquel que estudia y profesa las leyes de los astros, nos deja sin embargo con la inquietud ¿pero de verdad estos tipos podrán llegar a saber todo sobre el cosmos? ¿acaso no resultará exagerado – por no decir arrogante – pretender conocer el “nomos” de los “astros”? ¿es realmente esto posible para la mente del hombre?

Semanas atrás estuvo en Caracas, el P. José Gabriel Funes, s.j., director del Observatorio del Vaticano, dictando varias charlas sobre – claro está – Astronomía y Fe…

Tuve la oportunidad de ir a escucharle en una titulada: “Ciencia y fe al comienzo y al fin del universo”. Lo confieso, fue difícil llegar. Cruzar esta ciudad hasta Montalbán es una razón más que poderosa para desistir, pero creo que fue el título estilo tele-serie de NatGeo, lo que me hizo perseverar…  y por supuesto, el hecho de que quien iba a estar allí cerquita hablando sería el direttore della Specola Vaticana, lo cual no es poca cosa.

A finales del siglo XVI, el papa Gregorio mandó instalar en la Torre de los Vientos en el Vaticano un observatorio que permitiera ver y estudiar los astros. Confió estas instalaciones a los jesuitas astrónomos y matemáticos del Colegio Romano y encargó que preparasen la reforma del calendario que se promulgaría después en 1582: el Calendario Gregoriano (del cual hablaremos en otra oportunidad).

Tres siglos más tarde, a principios de marzo 1891, León XIII (otro súper papa) funda el Observatorio de la Colina Vaticana, justo detrás de la Basílica de San Pedro, con una doble intención: por supuesto para continuar con la importantísima tradición del estudio de la astronomía; pero al mismo tiempo, para contrarrestar de manera tajante y manifiesta los ataques liberales de la época que acusaban a la Iglesia Católica de ir en contra del progreso científico.

Con la entrada del siglo XX, la llegada de la luz eléctrica y el abrupto crecimiento urbano, el cielo de Roma adquirió tal luminosidad que hizo imposible continuar desde allí con la observación y el estudio astronómico. Por ello, en la década de los 30, el Observatorio se traslada a la residencia estiva de Castelgandolfo, sobre las colinas Albani, a unos 35 km al sur de Roma, donde actualmente continúa activa la sede principal de la Specola Vaticana.



En 1981, el Observatorio funda un segundo centro de investigación, el “Vatican Observatory Research Group (VORG)” en Tucson, Arizona. Y recientemente, en 1993, La Specola en colaboración con el Observatorio Steward, construyó el Telescopio Vaticano de Tecnología Avanzada (VATT) que fue colocado en el Monte Graham (Arizona),  - según los entendidos - el mejor sitio astronómico del continente norteamericano.

Como podrán darse cuenta, todas estas credenciales dieron mayor fuerza a mi determinación de atravesar Caracas para escuchar al P. Funes.

Al entrar en la sala, me encontré con un auditorio conformado básicamente por alumnos y profesores, y allá al fondo estaba sentado sólo un curita bajito, de aspecto simple, que me hizo recordar al father Brown de las historias de G.K. Chesterton.

El padre Funes comienza su exposición con un chiste: ¿Me escuchan bien? – pregunta mientras da unos toquecitos en el micrófono, y ante la respuesta afirmativa de la audiencia replica “¡pues cuánto lo siento!”…  El inicio de Funes me hizo recordar la primera intervención pública de Francisco, quien también comenzaba su pontificado con un chiste: “mis hermanos cardenales fueron a buscar al papa casi al fin del mundo…”. Ambos utilizaron el humor y la humildad para cautivar a su público.

De inmediato comenzó la exposición realizada de manera sencilla y pedagógica, sin embargo dado mis muy precarios conocimientos de astronomía, tuve que esforzarme para no perderme entre tanta información: que si el Universo se estima tiene una edad de 13.7 mil millones de años, que si está conformado por más 100.000.000.000 de galaxias, que si el modelo cosmológico del Big Bang es la explicación más compartida y satisfactoria sobre el inicio del Universo… que si la expansión del Universo y la teoría de Hubble… que si la radiación cósmica de fondo, que si el balance energético del Universo… que si 4% de materia ordinaria, que si 27% de materia oscura, que si 69% de energía oscura…

Yo iba tomando apuntes en mi libreta como quien no se quiere perder un dato, pero mientras seguía escuchando y anotando, una gran duda comenzó a darme vueltas en la cabeza: ¿y todo esto al final qué importa, si total ya estamos aquí?

Pero mi gran duda consiguió respuesta – paradójicamente – gracias a una pregunta “retórica” que soltó a la audiencia el P. Funes en su exposición: “…y cabe preguntarnos ¿por qué existe el Universo y no la Nada?

Esta pregunta me hizo pensar: ¿Es posible que yo estuviera allí sentado, escuchando a ese sacerdote astrónomo, hablando sobre el origen del Universo, y sigo más allá, que todo nuestro mundo, y todas las cosas, y la vida misma exista simplemente por un acto de simple casualidad cósmica, es decir, por pura coincidencia?

Ante la pregunta de si se originó la vida por azar, respondía el científico y astrónomo Sir Fred Hoyle: Imaginemos que una persona intenta resolver el cubo de Rubik a ciegas. La probabilidad de conseguir un perfecto acoplamiento de los colores es de 1 entre 50.000.000.000.000.000.000 aproximadamente. Esta probabilidad es prácticamente igual a la de que una sola de las 200.000 proteínas de nuestro cuerpo haya evolucionado al azar, por casualidad…

Para Hoyle, que no es un hombre creyente, sin embargo tiene que existir la intervención de un designio inteligente… una inteligencia controladora que permita explicar el origen de todo. Él lo llama el Universo Inteligente. Yo, más ingenuo y menos científico, prefiero llamarlo Dios.

Y surge de inmediato la segunda gran duda: ¿y por qué Dios ó el Universo Inteligente ha creado este Universo que no necesita? ¿Para qué fabricar todo este embrollo?

En este punto los creyentes y los no-creyentes nos distanciamos. Los no-creyentes consiguen respuesta en una suerte de retroalimentación del universo con el universo mismo, es decir, la inteligencia controladora existe en virtud del apoyo que recibe del propio universo… la razón de la existencia ordenada del Universo es precisamente la existencia ordenada del Universo.

En mí opinión, una explicación lógica pero aburrida... le falta algo…

En cambio, desde la concepción del creyente, el origen del Universo, es misteriosamente un perfecto acto de amor.

El P. Funes concluía toda su científica disertación así: “…es que para mí, la mejor manera de explicar a Dios, es entenderlo como un amoroso padre…”

Claro que esta imagen no es para nada original ni tampoco novedosa, pero es increíblemente atinada, sobre todo cuando la entendemos desde nuestro rol de padres… pues nos obliga a situarnos en ese instante en el cual, incluso en este planeta cada vez más complejo, ante la certeza de enfermedades, de riesgos, de sufrimiento, de corrupción, de muerte, ante la existencia del mal… decidimos corajudamente dejar todo eso a un lado y en un compartido acto de amor traer al mundo una criatura.
Esta es una explicación que no explica… es un misterio que resulta científicamente ilógico… pero al menos para mí es una hermosísima (y muy divertida) manera de entender la razón de nuestra existencia.

Pero volvamos al inicio de esta reflexión, al alcance de los conceptos. Nos dice el P. Funes que los nativos que viven en Tucson, Arizona en la reserva indígena que se encuentra en la misma zona donde el Vaticano tiene su observatorio, ante la ausencia de una palabra que defina al astrónomo, los llaman los hombres de ojos largos… y la verdad es que esta definición (aparte de ser mucho más gráfica) me resulta más precisa pues centra todo el tema del Universo no allá lejos en las reglas de las constelaciones y galaxias, sino en la visión del hombre que intenta entender desde aquí, por qué está aquí y qué debe hacer aquí.

Juancho Pérez

@jonchoperez