Spaemann nos recordaba que la dignidad no es una propiedad que se adquiere por méritos o capacidades; es el reconocimiento de que cada persona es un fin en sí misma y nunca un medio para un fin.
En la era de la IA, el riesgo no es solo que las máquinas "nos superen", sino que empecemos a tratar a las personas como simples conjuntos de datos o recursos optimizables. La Doctrina Social de la Iglesia nos ofrece una brújula clara en este sentido: el trabajo y la técnica deben estar al servicio del hombre, y no al revés.
Desde la ética de la IA, propongo tres pilares para el liderazgo que viene:
· Prioridad de la persona: Ninguna decisión algorítmica debe ser final sin una mediación humana que considere la singularidad de cada caso.
· Transparencia ética: El progreso técnico es ciego si no se fundamenta en valores de justicia y bien común.
· El valor de lo "no funcional": La dignidad reside precisamente en aquello que la IA no puede replicar: nuestra capacidad de amar, de sufrir, de conmoverse y de dar sentido a la existencia.
Para 2026, el mayor reto de las organizaciones no será la adopción tecnológica, sino la preservación de su humanismo. Como líderes, nuestra tarea es asegurar que la eficiencia nunca opaque la dignidad.
Juan Salvador Pérez

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