lunes, 2 de octubre de 2023

CUANDO DIOS DEJA DE ESTAR SOLO (Una visión de la relación entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento)

 


G.K. Chesterton, ese gigante del pensamiento de principios del siglo XX, planteó en alguno de sus profundos ensayos sobre fe y religión, que todo el Antiguo Testamento – se podría decir – es el mensaje y testimonio de un Dios que se encuentra solo, ante la insensatez y el empeño de los hombres en no avanzar en su salvación.

“La idea central de gran parte del Antiguo Testamento podría ser la idea de la soledad de Dios. Dios no es sólo el personaje principal del Antiguo Testamento; Dios es propiamente el único personaje del Antiguo Testamento. Comparadas con Su claridad de propósito todas las demás voluntades parecen pesadas y automáticas, como las de los animales; comparados con Él todos los hijos de la carne son sombras. Una y otra vez, se insiste en la misma cosa: «¿A quién demandó consejo?» (Is 40:14) «Yo he pisado el lagar solo y nadie había conmigo.» (Is 63:3). Los patriarcas y profetas no son más que meras armas o herramientas, pues el Señor es un guerrero. Utiliza a Josué como un hacha o a Moisés como una vara de medir. Para Él, Sansón es sólo una espada e Isaías una trompeta. De los santos del cristianismo se supone que son como Dios, como si fueran estatuillas de Él. Del héroe del Antiguo testamento no se supone que sea de la misma naturaleza que Dios más de lo que se supone que una sierra o de un martillo sean de la misma naturaleza que el carpintero. Ésa es la clave y la característica principal de las Escrituras hebreas en su conjunto. Hay, sin duda, en dichas Escrituras innumerables ejemplos del humor burdo, las emociones exacerbadas y las poderosas personalidades que nunca faltan en la prosa y en la poesía primitiva. Sin embargo, la característica principal sigue siendo la misma: la intuición de que Dios no sólo es más fuerte que el hombre, no sólo no es más secreto que el [213] hombre, sino que Él significa más, que Él sabe mejor lo que está haciendo, que, comparados con Él, tenemos algo de la vaguedad, la sin razón y el vagar de las bestias que perecen. Es «Él quien se sienta sobre el círculo de la tierra desde donde sus habitantes parecen saltamontes» (Is 40:22). Casi podríamos decirlo así: el libro está tan interesado en afirmar la personalidad de Dios que casi afirma la impersonalidad del hombre. A menos que algo haya sido concebido por ese gigantesco cerebro cósmico, dicha cosa será vacía e incierta; el hombre carece de la tenacidad suficiente para asegurar su continuidad. «Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas» (Salmo 127:1).

De modo que el Antiguo Testamento se regodea constantemente en la idea de la aniquilación del hombre comparado con el propósito divino.”[1]

Dios está solo, pero no porque Él quiera estarlo, de hecho es justamente todo lo contrario, pues de haberlo querido así no tendría ningún sentido el misterio de la Creación. Dios está sólo porque su proyecto salvífico para los hombres sólo cobrará sentido con la venida de Jesús su hijo.

Así nos lo expresa C.S. Lewis en sus hermosas reflexiones sobre los salmos:

“La segunda razón para aceptar el Antiguo Testamento en este sentido puede expresarse de un modo más sencillo y es, por supuesto, mucho más compulsiva. En un principio, estamos obligados a ello por Nuestro Señor. En el famoso camino a Emaús, Él reprochó a los dos discípulos que creyeran lo que los profetas habían dicho. Debían haber sabido por sus Biblias que el Ungido, cuando viniera, alcanzaría la gloria a través del sufrimiento. Después les explicó, a partir de Moisés (es decir, el Pentateuco), todos los pasajes del Antiguo Testamento que se referían a Él (Lucas 24, 25-27). Y se identificó a SÍ mismo claramente con una figura mencionada con frecuencia en las Escrituras.”[2]

Este suficiente argumento de Lewis, consigue aún más fortaleza en lo expuesto por el entonces Cardenal Ratzinger en la presentación del documento «El pueblo judío y sus Escrituras sagradas en la Biblia cristiana», publicado en 2001. Nos dice quien luego sería Benedicto XVI:

“Jesús de Nazaret tuvo la pretensión de ser el auténtico heredero del Antiguo Testamento (de la «Escritura») y de darle la interpretación válida, interpretación ciertamente no a la manera de los maestros de la Ley, sino por la autoridad de su mismo Autor: «Enseñaba como quien tiene autoridad (divina), no como los maestros de la Ley» (Mc 1,22). El relato de Emaús resume otra vez esta pretensión: «Empezando por Moisés y por todos los Profetas, les explicó lo que en todas las Escrituras se refiere a él» (Lc 24,27). Los autores del Nuevo Testamento intentaron fundamentar en concreto esta pretensión: muy subrayadamente Mateo, pero no menos Pablo, utilizaron los métodos rabínicos de interpretación e intentaron mostrar que precisamente esta forma de interpretación desarrollada por los maestros de la Ley conducía a Cristo como clave de las «Escrituras». Para los autores y fundadores del Nuevo Testamento, el Antiguo Testamento es simplemente la «Escritura»; sólo al cabo de algún tiempo la Iglesia pudo formar poco a poco un canon del Nuevo Testamento, que también constituía Sagrada Escritura, pero siempre de modo que como tal presuponía y tenía como clave de interpretación la Biblia de Israel, la Biblia de los Apóstoles y sus discípulos, que sólo entonces recibió el nombre de Antiguo Testamento”[3].

Entendido esto así, el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento simplemente son un mismo Libro, son las Escrituras, separadas de manera deliberada (y acaso práctica y convenientemente) por los hombres en tiempos posteriores. Sin embargo, esta división que trajo consigo serios y no poco confusos conflictos, tendrá su lenta pero sólida corrección con el devenir del tiempo, hasta llegar a nuestros tiempos en los cuales el Documento de la Pontificia Comisión Bíblica presentado por Ratzinger en 2001 dice sobre ello: «Sin el Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento sería un libro indescifrable, una planta privada de sus raíces y destinada a secarse» (Núm. 84).

Este Documento de la Comisión Bíblica, sólo vino a ratificar lo que en 1965 ya había dejado en claro la Constitución Dogmática Dei Verbum, sobre la Divina Revelación, al establecer la unidad de ambos textos:

“16. Dios, pues, inspirador y autor de ambos Testamentos, dispuso las cosas tan sabiamente que el Nuevo Testamento está latente en el Antiguo y el Antiguo está patente en el Nuevo. Porque, aunque Cristo fundó el Nuevo Testamento en su sangre, no obstante los libros del Antiguo Testamento recibidos íntegramente en la proclamación evangélica, adquieren y manifiestan su plena significación en el Nuevo Testamento, ilustrándolo y explicándolo al mismo tiempo.”[4]

Dicho todo lo anterior, nos parece que el tema ya no necesita más explicación.

Sin embargo, quisiera dejar - a manera de cierre - una belleza de escena que puede ayudarnos a humanizar y darnos una visión práctica de esta relación continua y perenne que siempre se da entre Antiguo y Nuevo Testamentos.

Me tomo la libertad de traer a la memoria una escena de la película Las sandalias del pescador, basada en la novela del mismo nombre de Morris West.

Ya habiendo sido electo papa el cardenal Lakota en el Cónclave, y en cualidad de pontífice Kiril I, este se permite una última “escapada” del Vaticano para recorrer la noche romana ataviado simplemente con una sotana negra de sacerdote. En su caminata le toca acudir a dar la extremaunción a un hombre moribundo. Todo en la estética de la escena transmite humildad, una vivienda pobre, los familiares gente sencilla. Hay una doctora atendiendo los últimos minutos de la agonía del hombre. Kiril I (vestido de sotana) se percata de que ya no hay nada que hacer y comienza con el rito católico de la extremaunción, cuando algún familiar le dice que tanto el agonizante como el resto de los presentes son todos son judíos.

Kiril, hace silencio, se retira un poco, se lleva la mano a la cara y comienza entonces a entonar el cántico Shemá Israel, al que se unen los presentes.

Tanto  la imagen como el mensaje de la escena más que conmovedor son elocuentes. Shemá Israel (Escucha, Israel) es el nombre de una de las principales plegarias de la religión judía, pero esta oración reaparece en los Evangelios de Marcos y Lucas y en ocasiones forma parte también de la liturgia cristiana.

Y así, cuando aquel sacerdote católico (que en realidad es el pontífice recién electo) sorprende a todos con su gesto, en esa clara fraternal, humanizante y salvífica unión de todos, en ese continuum entre Antiguo y Nuevo Testamento, cuando Dios deja de estar solo.


Juan Salvador Pérez



[1] CHESTERTON, G.K, «El libro de Job» en "Correr tras el propio sombrero y otros ensayos", traducido por TEMPRANO GARCÍA, MIGUEL, editado por MANGUEL, ALBERTO, ed. Acantilado, Barcelona, 2005, pp. 212-221.

[2] C.S. LEWIS. Reflexiones sobre los salmos. Los pensamientos más profundos de un clásico. Planeta Testimonio. 2010

[3] Presentación que escribió el cardenal Joseph Ratzinger del documento «El pueblo judío y sus Escrituras sagradas en la Biblia cristiana», publicado el 24 de mayo de 2001 por la Comisión Pontificia Bíblica, de la que era presidente, en calidad de prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

[4] CONSTITUCIÓN DOGMÁTICA DEI VERBUM SOBRE LA DIVINA REVELACIÓN. S.S. Pablo VI. Roma, 18 de noviembre de 1965.


martes, 30 de mayo de 2023

EL PARÁCLITO


 

Según la teología cristiana, La Trinidad es el dogma y pilar fundamental sobre la naturaleza de Dios: un ser único que existe como tres personas distintas Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Cada una de ellas es enteramente Dios, "El Padre es lo mismo que es el Hijo, el Hijo lo mismo que es el Padre, el Padre y el Hijo lo mismo que el Espíritu Santo, es decir, un solo Dios por naturaleza"[1].

Borges, en su erudición y su ironía quiso definirla como un caso de teratología intelectual, una deformación que sólo el horror de una pesadilla pudo parir.[2]

Ese mismo Borges librepensador afirmará con inspirada intuición que “el Espíritu (…) no consiente mejor definición que la de ser la intimidad de Dios con nosotros, su inmanencia en los pechos”.[3]

Hay quienes definen al Espíritu Santo como fuerte viento, también como lengua de fuego, pero la palabra Paráclito lo define con una hermosa precisión: el consolador, el consejero.

Esa brisa suave, ese susurro, esa intimidad de Dios con nosotros, que nos pide silencio y calma para orientarnos a la trascendencia.

 

Juan Salvador Pérez



[1] Catecismo de la Iglesia Católica. No. 253. El Dogma de la Santísima Trinidad.

[2] Jorge Luis Borges. Discusión. Una vindicación de la cábala. Alianza Editorial, 1999.

[3] Ibidem.

martes, 25 de abril de 2023

JACQUES MARITAIN: Filósofo, esposo y monje


 A 50 años de su muerte

Cuando en 1933, René Voillaume, funda el Institutum Parvolorum Fratrum Iesu (conocido en francés como Les Petits Frères de Jésus) lo hizo pensando en crear una comunidad religiosa dedicada a la vida contemplativa y a la adoración eucarística, inspirada en el estilo de vida de Carlos de Foucauld, aquel místico monje y sacerdote francés mártir y santo de la Iglesia Católica.

Las comunidades de vida contemplativa, al entregarse a la contemplación y poder llegar a un grado eminente de unión mística con Dios, resuelven alejarse del Mundo, llevando una vida retirada totalmente consagrada al tal propósito.

Cuarenta años más tarde de la fundación de la Orden de los Hermanitos de Jesús - el 28 de abril de 1973 – Jacques Maritain siendo uno de ellos, a sus noventa años se despedía del mundo y partía al encuentro con Dios.

Pero ¿qué hizo que aquel joven filósofo francés, brillante y curioso, de raíces protestante liberales, terminara sus últimos años en una ermita de un monasterio católico en Toulouse? La respuesta está en un nombre: Raissa Oumansoff.

Raissa y Jacques se habían conocido a principio del siglo XX (1900) en La Sorbona durante sus estudios en la Facultad de Ciencias. Ella de origen judío-ruso, él – como ya señaláramos – protestante. Ambos con una tremenda necesidad (casi una angustia) de búsqueda de la Verdad, no lograban dar con respuestas capaces de satisfacer sus inquietudes. Intentaron encontrar en vano afán en la filosofía cientificista y en las diversas expresiones del pensamiento contemporáneo, pero no sería hasta que en 1905 empujados por esa indetenible fuerza que da la convicción de estar por fin en la senda correcta, deciden convertirse al catolicismo tras un determinante encuentro con el novelista León Bloy.

Es Raissa quien influye deliberadamente en su esposo para que profundice en el estudio de la obra de Santo Tomás de Aquino. Y así, mientras Maritain avanza en el desarrollo de la filosofía y el pensamiento neotomista (junto a Gilson, Cocteau, Green y otros), ella pone en marcha y lleva adelante una comunidad de contemplación y oración, complementando así con la fuerza de la vida espiritual, la coherencia de la propuesta intelectual seria y fundamentada.

El matrimonio Maritain-Oumansoff era una pareja sólida a tal punto de contagiar sus creencias y su energía, su convcción y su fe a todos sus cercanos y conocidos. “La casa de los Maritain… se convirtió en un centro de renacimiento intelectual católico”.[1]

Jacques Maritain levanta sin titubeos las ideas y planteamientos del pensamiento de la Iglesia Católica en un momento de severa y profunda crisis de la cultura europea (y por qué no, occidental toda). Parte así desde una visión cristiana actualizada a una revisión de la filosofía hasta aterrizar con determinación en el campo de la política. La influencia y la impronta de Maritain en la Declaración Universal de los Derechos Humanos fue no sólo evidente, sino clave.

Pero sin duda alguna, será en Humanismo Integral[2] donde Maritain nos ofrezca lo más excelso y profundo de su pensamiento y su legado. Su llamado es a lograr que la filosofía social, política y económica, no se mantenga sólo en los principios universales, sino que sea capaz de descender, de ocurrir verdaderamente, de convertirse en realizaciones concretas. El mismo papa Pablo VI en la encíclica Populorum Progressio lo trae a colación, citando a Maritain y su obra:

“Es un humanismo pleno el que hay que promover. ¿Qué quiere decir esto sino el desarrollo integral de todo hombre y de todos los hombres? Un humanismo cerrado, impenetrable a los valores del espíritu y a Dios, que es la fuente de ellos, podría aparentemente triunfar. Ciertamente, el hombre puede organizar la tierra sin Dios, pero «al fin y al cabo, sin Dios no puede menos de organizarla contra el hombre. El humanismo exclusivo es un humanismo inhumano». No hay, pues, más que un humanismo verdadero que se abre al Absoluto en el reconocimiento de una vocación que da la idea verdadera de la vida humana. Lejos de ser norma última de los valores, el hombre no se realiza a sí mismo si no es superándose.”[3]

Los Maritain-Oumansoff habían conformado una dupla – digamos – perfecta. A través del amor en pareja y bajo la guía de la fe, lograron conseguir el sentido de la vida en la búsqueda común de la Verdad.

Sin embargo, los planes de Dios son misteriosos. El 4 de noviembre de 1960, Raissa muere víctima de un cáncer, serena en la tranquilidad de su casa, rodeada de sus más cercanos amigos y por supuesto con Jacques a su lado. Y este hecho marcó en Jacques Maritain un definitivo cambio en su vida, como él mismo confiesa:

“Ahora todo ha quedado roto y descoyuntado en mi interior (…) Me encuentro como un árbol viejo que aún mantiene algunas raíces en la tierra, aunque algunas otras ya han sido entregadas a los vientos del cielo.”[4]

Al cabo de unos meses, Maritain ingresaba en 1961 a vivir con los Hermanitos de Jesús, y en 1971 se hizo uno de ellos: “me retiré del mundo gracias a la acogida que me han hecho los Hermanitos de Jesús, a quienes Raissa y yo hemos amado con amor de elección desde su fundación” escribirá a los meses de su llegada a Touluse.

Allí morirá como un monje más, dedicado a la contemplación, la oración y la adoración eucarística… y con la certeza del encuentro definitivo.

Juan Salvador Pérez


Artículo para el Papel Literario de El Nacional



[1] El Matrimonio Maritain y su tiempo. Josep Vall i Mundó. 2011

[2] Humanismo Integral. Jacques Maritain. Biblioteca Palabra. 1999

[3] Carta Encíclica Populorum Progressio. Pablo VI. 26 de marzo 1967

[4] El Matrimonio Maritain y su tiempo. Josep Vall i Mundó. 2011


martes, 18 de abril de 2023

LA PROFECÍA DEL ABRAZO... (UNA APROXIMACIÓN A HABACUC)

 


Nos enseña la escolástica que hay tres clases de personas: Personas Divinas: Dios (tres Personas distintas en una sola naturaleza divina), personas angelicales: los ángeles y los demonios (espíritus puros), y las personas humanas: los hombres y las mujeres (compuesto de alma y cuerpo).

Somos nosotros, las personas humanas, acaso las menos elevadas en lo espiritual por nuestra doble condición de alma y cuerpo. Sin embargo, el Padre Pío de Pietrelcina al hablar de la envidia de los ángeles solía decir que ellos “sólo nos tienen envidia por una cosa: ellos no pueden sufrir por Dios”. Yo me atrevería a decir que hay otra cosa más por la cual nos podrían envidiar – si es que cabe el término – nosotros podemos abrazarnos.

Habacuc es uno de los profetas menores, es decir, pertenece al grupo de los Doce Profetas[1] que son los doce libros proféticos de menor longitud del Antiguo Testamento, que van a continuación de los profetas mayores (Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel). El libro consta de tres capítulos y se divide en tres géneros diferentes: una discusión entre Dios y Habacuc, un oráculo de la aflicción,  un Salmo.

Vayamos por partes.

La discusión entre el profeta y Dios es sin duda un atrevimiento, pero ¿quién no ha cuestionado a Dios en los momentos duros, en las pruebas, en las dificultades, ante las injusticias? Comienza  Habacuc su diálogo “Señor, ¿hasta cuándo gritaré pidiendo ayuda sin que tú me escuches?”.

La respuesta final de este diálogo se convierte en el oráculo de la aflicción, Dios le dedica su anuncio y su vaticinio al afligido con una frase cargada de profunda fe, un llamado a la confianza y sobre todo a la paciencia: “Tú espera, aunque parezca tardar, pues llegará en el momento preciso...”, y termina este segundo capítulo con una clara y contundente advertencia a los opresores, también a ellos les habla: “Ay de ti, que te haces rico con lo que no te pertenece” “Ay de ti, que construyes tus ciudades sobre la base del crimen y la injusticia” “En lugar de honor, te cubrirás de vergüenza… y convertirá en humillación tu gloria”.

Por último, en el tercer capítulo, Habacuc nos lega un salmo a la manifestación de Dios, un canto hermoso a la certeza de la actuación misericordiosa, esperanzada, confiada y justa de la Providencia: “Entonces me llenaré de alegría a causa del Señor mi salvador. Le alabaré aunque no florezcan las higueras, ni den frutos los viñedos y los olivares; aunque los campos no den su cosecha; aunque se acaben los rebaños de ovejas y no haya reses en los establos. Porque el Señor me da fuerza; da a mis piernas la ligereza del ciervo y me lleva a alturas donde estaré a salvo”.

Habacuc en su libro, al interpelar a Dios nos interpela a nosotros, pues nos coloca de cara a la gran interrogante de por qué Dios permite que sucedan ciertas cosas. ¿Existe acaso una pregunta más actual e importante que esta? La ponerología como disciplina que estudia el mal (del griego ponerós, malo)  tras mucho deambular sólo puede concluir que en un mundo material y finito, el mal es inevitable. La finitud - que esta vida termine, que llegue a un final y ya - es pues el mal mayor. Pero la respuesta que nos da Habacuc, es otra. Supera lo secular y se posa sobre lo Divino. Surge entonces la teodicea, pero no como la justificación de un Dios que permite el mal por razones misteriosas y punto, sino - y he aquí el aporte fundamental de Habacuc al Cristianismo - como la respuesta reflexiva que el hombre encuentra ante la inevitable aparición del mal en el mundo material: la trascendencia divina de lo Infinito.

Quisiera para terminar volver a la idea inicial de esta breve aproximación. En su etimología, Habacuc significa aquel que abraza fuerte. El abrazo fuerte no como simple muestra de cariñoso sentimentalismo, sino como necesario consuelo ante la aflicción. Un consuelo que está siempre en las manos de Dios, pero que encuentra concreción en los brazos de los hombres y mujeres, porque en el mundo de los hombres y las mujeres, Dios actúa a través de nosotros.

Es esta la profecía del abrazo.

 

“Que bien nos vendría un abrazo.

Que nos acomode un poco.

Que nos haga ver

Que no estamos tan solos...

Ni tan locos. Ni tan rotos.”[2]

 

 Juan Salvador Pérez



[1] Son los 12 profetas menores: Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas ,Nahum, Habacuc, Sofonías,

Hageo, Zacarías y Malaquías

[2] Poema de Nicolás Andreoli.

 


martes, 31 de enero de 2023

COMUNICAR ES ACOMPAÑAR

 



1.       La palabra acompañar.

Cuando hablamos de la belleza de las palabras, entran en consideración dos elementos que se interrelacionan y complementan: su fonética (su sonoridad agradable) y su significado, es decir, lo que esa palabra representa.

Pensemos – por ejemplo – en la palabra conticinio, ese momento de la noche en el cual todo está en silencio. O la palabra perenne, como aquello que es continuo, incesante, que no tiene intermisión.  O la palabra serendipia ese descubrimiento o hallazgo afortunado, valioso e inesperado que se produce de manera accidental o casual, o cuando se está buscando una cosa distinta.

Dentro de este grupo de palabras hermosas (por su forma y fondo), hay una quizás menos exótica por lo coloquial que nos resulta, pero igualmente altiva en su concepto, la palabra acompañar.

Acompañar es la palabra que se define en su etimología por la acción de ir juntos a buscar y compartir el pan (ad cum pane ire). Los que van juntos en busca de algo (digamos pan), y una vez que consiguen ese algo (ese pan, digamos) compartirlo ¿no es este, acaso, un concepto hermoso? Pues no se trata de ir en manada, como lobos, al ataque de la presa y luego que los más fuertes coman primero y todo lo que puedan, mientras los demás esperan por la sobras. No. Se trata de algo que nos diferencia de los animales, que nos eleva de lo salvaje y nos lleva a compartir como iguales aquello que con necesidad buscábamos. El otro renuncia y comparte algo de los suyo por mí, yo renuncio y comparto algo de lo mío por el otro ¿no es esta, acaso, una acción que dignifica, que nos hace humanos?.

Al acompañarnos, los hombres nos hacemos más humanos, porque no sólo nos reconocemos en el otro (la otredad) sino que además nos respetamos como iguales, con las mismas necesidades y como capaces de ayudarnos en la misma búsqueda.

 

2.       Los compañeros de camino.

De acompañar, viene la palabra compañero, aquellos que comen del mismo pan. Aquellos que se acompañan, que se hacen compañía, que van juntos en la misma búsqueda, que comparten el mismo sendero, el mismo camino. Quizás por ello así se definieron así mismos los primeros cristianos: los seguidores del Camino. Ser cristiano, supone saber acompañar y acompañar supone compartir. Pero ¿a quién acompañamos y qué compartimos?

 

Comencemos por lo primero ¿a quién acompañamos?

Partamos de la frase de Cipriano de Cartago  extra Ecclesiam nulla salus (fuera de la Iglesia no hay salvación), que se remonta a los primeros siglos del cristianismo, para llegar a la fórmula de Vaticano II extra mundum nulla salus (fuera del mundo no hay salvación), la cual otorga a la salvación no solo una dimensión religiosa, sino también “histórica y social”, la evolución del concepto de quiénes son (o deben ser) nuestros compañeros de camino ha ido desde una visión estricta – acaso excluyente – hasta una concepción amplísima que abarca a todo el mundo.

Ciertamente se ha intentado avanzar desde la segunda mitad del siglo XX en una profundización postconciliar– y podríamos apurar en calificar como aún más excluyente – que hace un planteamiento aún más radical: extra pauperes nulla salus (fuera de los pobres no hay salvación).

Esta es una sentencia durísima, y de entrada resulta excluyente. “Los pobres son la inmensa mayoría” y desde su condición de pobreza nos brindan a los no pobres la respuesta a su situación mediante la esperanza (la verdadera esperanza, el que “espera”) y la denuncia (que exige nuevos modelos humanizantes). Los pobres marcan la dirección y el contenido fundamental de la praxis, pero ¡cuidado! no se trata sólo “sobre dar a ellos, sino sobre recibir de ellos”.

El planteamiento entonces no es a quién acompañamos, sino quiénes nos acompañamos.

Debemos enfocar el tema distinto, sin pretensiones ni visiones redentoras verticales, sino cambiando tanto la posición de quien ayuda y también del que es ayudado, para colocarnos todos en una posición activa, en la cual todos damos y recibimos, en un juego entre iguales, de “tú a tú”.

En este sentido, se entiende pues la sentencia extra pauperes nulla sallus, no como una suerte de “pauperización universal”, sino de una búsqueda real – de nuevo, activa – de solución al drama de los pobres, de las mayorías, y en última instancia una respuesta que incumbe o debe incumbir a todos, una garantía de que todos salgamos ganando.

Implica esto una manera de abordar los conceptos de pobre y pobreza, más calmada y más amplia, sin gríngolas ideológicas. Se nos presenta así el “mundo de la pobreza” desde una concepción más abierta, más honda y más diversa, en la cual se cuenta no sólo a los pobres en lo económico, sino a los excluidos socialmente, los marginados religiosamente, los oprimidos culturalmente, los dependientes socialmente, los minusválidos físicamente, los atormentados psicológicamente, los humildes espiritualmente.

Podríamos atrevernos a ofrecer un planteamiento en torno a lo arriba expuesto: fuera de los otros, de los demás no hay salvación. Nulla salus sine alliis, vel, Extra alios nulla salus.


3.       El pan que hay que compartir

Definido pues que los compañeros son todos los hombres y mujeres (así, amplio y sin etiquetas) sigamos con la segunda pregunta que surge del acompañar, el objeto sobre sobre el cual cobra sentido la compañía, ¿cuál es entonces ese pan que debemos y necesitamos compartir?

El papa Francisco nos lo hizo saber en reciente reunión con los empleados del Dicasterio de Comunicación del Vaticano:

“Las periferias existenciales no son sólo las que por razones económicas se encuentran al margen de la sociedad, sino también las que están llenas de pan pero vacías de sentido; son también las que viven en situaciones de marginalidad debido a determinadas elecciones, o a fracasos familiares, o a acontecimientos personales que han marcado indeleblemente su historia”.[1]

Ese pan que da sentido al acompañar no se trata de una respuesta estrictamente material (aunque en ocasiones lo sea), no es una categoría sociológica, no es una condición social específica, y por supuesto no puede ser de ninguna manera un constructo ideológico.

Acompañar, ser compañeros, es más una cercana sonrisa, una paciente espera, un sentido consejo, una sincera advertencia, una genuina entrega, una desprendida entrega de lo mío para que el otro también sea un compañero, se haga mí compañero.

Pero sobre todo, el acompañar demanda, exige y requiere una constante actitud de comprensión del otro, sus circunstancias y condiciones, su verdadera situación pues la realidad siempre es más compleja que la teoría.

4.       Comunicar es hacer común.

El acompañar, representa una especial responsabilidad para los medios de comunicación en general y los comunicadores en particular. Comunicar (del latín communicāre) significa compartir, expresar, transmitir, difundir; es decir, comunicar es hacer común, hacer que algo sea de todos.

Esto nos obliga a reflexionar y repensar cuál debe ser la función específica de SIC en este sentido. Nos dice el papa Francisco al respecto:

“La comunicación es, por decirlo así, el oficio de los vínculos dentro de los cuales las voz de Dios resuena y se hace escuchar”[2]

Tres recomendaciones hace el pontífice a los comunicadores. En primer lugar hacer que las personas se sientan menos solas. Escuchar a la gente y poner especial atención a las preguntase inquietudes de las personas.

“Por lo pronto, toda verdadera comunicación está hecha sobre todo de escucha concreta, está hecha de encuentros, de rostros, de historias… Si no sabemos estar en la realidad, nos limitaremos a señalar desde arriba en direcciones que nadie escuchará. La comunicación debe ser una gran ayuda para la Iglesia, para vivir concretamente en la realidad, favoreciendo escucha e interceptando los grandes interrogantes de los hombres y mujeres de hoy”.

La segunda recomendación, o consejo, es dar voz a quien no tiene voz, para evitar que las personas se sientan y se encuentren marginadas y censuradas. Esto implica dos  acciones importantes: saber escuchar a las “periferias existenciales” y “dirigir una Palabra que salve”.

La tercera recomendación que plantea el Santo Padre es buscar siempre preservar la unidad y la verdad, luchando contra la calumnia, la violencia verbal, el personalismo y el fundamentalismo.[3]

Podemos afirmar sin temor a equivocarnos, que la Revista SIC es actualmente no sólo un medio de comunicación de la Iglesia universal, sino acaso hoy en Venezuela es una de las voces vigentes y más longevas de la Iglesia en Venezuela. Sus 85 años de existencia así lo comprueban y evidencian, pero además de ello, esta larga trayectoria histórica trae consigo una responsabilidad mayor de cara al futuro del país.

5.       Los desafíos que se vislumbran en el camino.

La Revista SIC ha asumido desde su comienzo en 1938 esa doble función de acompañar comunicando. Nos hemos propuesto hablar con firmeza desde la esperanza entendida esta como virtud teologal que lleva a la acción audaz. Nos hemos avocado a comprender la importancia y los tiempos de las realidades y los procesos sociales y comunitarios. Hemos centrado en el Bien Común toda la reflexión y todos nuestros planteamientos, partiendo de la concepción que el pensamiento social de la Iglesia ofrece desde la persona humana como digno hijo de Dios.

Sin embargo, hoy desde SIC debemos avanzar en un asunto pendiente y verdaderamente urgente para Venezuela, sobre todo de cara a la importante coyuntura que se vive en estos tiempos aciagos.

El país requiere de un debate nacional serio, de nivel y contenido profundo sobre las visiones y soluciones en lo relativo a lo que significa en este momento ser venezolano, nuestra identidad y nuestra cultura. Es necesario ofrecer propuestas al liderazgo social, económico y político del país y al mismo tiempo hacer un responsable llamado a la acción. Es necesario asumir la formación ciudadana, repensar la función del Estado. Es fin, resulta urgente ocuparnos con compromiso y concreción de la reconciliación y la reconstrucción nacional como prioridad.

Por todo esto, es menester que SIC haga todo lo que esté a su alcance para lograr fomentar esta necesaria discusión.

Sepa Venezuela que cuenta con todo nuestro esfuerzo y tesón para ello.

¡Sigamos adelante!

Juan Salvador Pérez



[1] Encuentro del S.S. Francisco con los empleados del Dicasterio para la Comunicación del Vaticano. 12 de noviembre de 2022

[2] Ibidem

[3] Los 3 consejos del Papa Francisco para los comunicadores vaticanos. https://www.aciprensa.com/noticias/los-3-consejos-del-papa-francisco-para-los-comunicadores-vaticanos-12523


EL PAPA Y LA ALONDRA




 Era el día 29 de junio - fiesta de San Pedro y Pablo - de 1951, cuando aquel grupo de jóvenes se ordenaba como sacerdotes en la catedral de Freising. En el preciso momento durante el cual el anciano Cardenal Faulhaber imponía sus manos sobre el joven Joseph Ratzinger, una pequeña alondra salió de su nido en el altar mayor y mientras revoloteaba por la catedral llamaba la atención de todos con su extravagante y agradable canto.

Nos refiere el mismo Ratzinger que él, más allá de supersticiones, pensó en ese instante que aquel bonito revuelo era una confirmación providencial de que estaba haciendo lo correcto[1].

Y efectivamente así fue. Cincuenta y cuatro años después, el destacado teólogo, el implacable prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el hombre duro de Juan Pablo II, era elegido como el 265 ° papa de la Iglesia Católica.

Benedicto XVI vendría a formar parte de ese listado de papas que desde el siglo XX se han caracterizado por provenir de orígenes – digamos – “plebeyos”[2].  Campesinos-artesanales (como Pío X y Juan XXIII), de extracción funcionarial (como Pio XII y Pablo VI), de clase media baja (como Juan Pablo II), hijo de un policía de pueblo (como Benedicto XVI), o descendiente de humildes inmigrantes italianos (como Francisco). Y ha sido este grupo de pontífices – más allá de consideraciones subjetivas particulares – quienes al mismo tiempo han perfilado una Iglesia sensiblemente preocupada, enfocada y dedicada a entender y atender los temas sociales.

El 25 de diciembre de 2005, pasados ocho meses de su elección como papa, Benedicto XVI hacía pública su primera encíclica. Deus Caritas Est, la tituló.

“Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él » (1 Jn 4, 16). Estas palabras de la Primera carta de Juan expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana: la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino.”[3]

Se entendió, o al menos así lo hacían saber los expertos vaticanistas, que Benedicto XVI manteniendo la línea de su antecesor fijaba en su primera encíclica la línea programática de su pontificado. Quizás esa hubiese sido su intención. Pero los derroteros de la vida y los planes de la Providencia no siempre coinciden con los planes y proyectos.

 

Pero más allá de lo programático o no, lo que sí dejaba muy en claro Benedicto XVI en Deus Caritas Est, era precisamente eso, que Dios es Amor y que el amor es la base del mensaje de Cristo. No podemos ser cristianos sino entendemos y asumimos esto así. Como bien señalaba el cardenal Renato Raffaele Martino «en el origen del ser cristiano no hay una decisión ética o una gran idea, sino más bien el encuentro con un acontecimiento, una Persona que da a la vida un nuevo horizonte, y con ello la dirección decisiva».

Dos encíclicas más ofrecería Benedicto XVI, Spe Salvi (2007) donde desarrolla la idea de la esperanza como virtud teológica indispensable para la salvación; y Caritas in Veritate (2009) encíclica que aborda con fuerza - y sobre todo realismo actualizado - los temas del pensamiento social de la Iglesia.

Sin embargo, el pontificado de Benedicto XVI será recordado en términos históricos por un hecho que poco tiene que ver con lo pastoral, al menos en lo teórico pastoral: su dimisión.

El 11 de febrero de 2013, durante la celebración de un consistorio ordinario público para anunciar las fechas de canonización de las beatas María Guadalupe García Zavala, de México; y Laura Montoya, de Colombia, y de los mártires italianos Antonio Primaldo y más de 800 compañeros suyos; al final de la reunión Benedicto XVI de manera imperturbable, solemne y absolutamente calmada leyó en latín (esa lengua que tanto le gustaba y que él promovía con empeño dentro de la Iglesia) su manifestación de renunciar voluntariamente a su cargo.

Quapropter bene conscius ponderis huius actus plena libertate declaro me ministerio Episcopi Romae, Successoris Sancti Petri, mihi per manus Cardinalium die 19 aprilis MMV commissum renuntiare” (Bien consciente de la seriedad de este acto, con total libertad declaro que renuncio al ministerio del Obispo de Roma, sucesor de San Pedro, confiado a mí por los cardenales el 19 de abril del 2005).

Benedicto XVI renunciaba, o para ser más precisos en los términos, dimitía a su cargo como Obispo de Roma. Renunciar es abandonar, desistir. En cambio dimitir es dejar un cargo o función, que fue precisamente lo que hizo en ese acto.

Aducía que por razones de salud, deterioro y debilidad de su cuerpo, se hallaba en incapacidad para cumplir adecuadamente el ministerio petrino. Con esta resolución Benedicto marcaba una diferencia notable y evidente con el pontificado longevo y largo de su predecesor. Juan Pablo II con su tesón nos legó un testimonio del valor de la vejez, Benedicto XVI dimitiendo también hizo lo propio.

Entender las limitaciones no es un abandono ni un desistimiento, por el contrario, es una forma excelsa de responsabilidad. Consciente de ello, supo entender que no era el papa que la Iglesia requería para los tiempos que se viven.

 

La alondra es un ave pequeña, que comienza su actividad muy temprano en el día apenas sale el sol. Es un ave inquieta, que con su vuelo ascendente y su entonado canto traen consigo alegría a quienes lo aprecian. Es un ave diurna, que una vez comienza a ponerse el sol, vuelve a su nido e inicia su descanso.

Benedicto XVI solía compararse así mismo con un buey o con una animal de faena. Sin duda lo fue, trabajó y estudió mucho. Pero su final se corresponde más con la actitud de la alondra, quizás por ello aquel pajarito causó tal revuelo al momento del “adsum” del joven Ratzinger.

El sábado 31 de diciembre de 2022, a las 09.34 de la mañana, muere el papa emérito Benedicto XVI. “Jesus, ich liebe dich” (“Jesús, te amo”, en alemán) fueron sus últimas palabras.

 

Juan Salvador Pérez



[1] Milestones, memoirs 1927 – 1977. Joseph Ratzinger. Ignatius Press. 1998

[2]  El término lo utilizan Fernando García de Cortázar y José  Ma. Lorenzo. LOS PAPAS Y LA IGLESIA DEL SIGLO XX. Editorial Debolsillo. 2005.

[3] Deus Caritas Est. Benedicto XVI. 2005