martes, 31 de enero de 2023

COMUNICAR ES ACOMPAÑAR

 



1.       La palabra acompañar.

Cuando hablamos de la belleza de las palabras, entran en consideración dos elementos que se interrelacionan y complementan: su fonética (su sonoridad agradable) y su significado, es decir, lo que esa palabra representa.

Pensemos – por ejemplo – en la palabra conticinio, ese momento de la noche en el cual todo está en silencio. O la palabra perenne, como aquello que es continuo, incesante, que no tiene intermisión.  O la palabra serendipia ese descubrimiento o hallazgo afortunado, valioso e inesperado que se produce de manera accidental o casual, o cuando se está buscando una cosa distinta.

Dentro de este grupo de palabras hermosas (por su forma y fondo), hay una quizás menos exótica por lo coloquial que nos resulta, pero igualmente altiva en su concepto, la palabra acompañar.

Acompañar es la palabra que se define en su etimología por la acción de ir juntos a buscar y compartir el pan (ad cum pane ire). Los que van juntos en busca de algo (digamos pan), y una vez que consiguen ese algo (ese pan, digamos) compartirlo ¿no es este, acaso, un concepto hermoso? Pues no se trata de ir en manada, como lobos, al ataque de la presa y luego que los más fuertes coman primero y todo lo que puedan, mientras los demás esperan por la sobras. No. Se trata de algo que nos diferencia de los animales, que nos eleva de lo salvaje y nos lleva a compartir como iguales aquello que con necesidad buscábamos. El otro renuncia y comparte algo de los suyo por mí, yo renuncio y comparto algo de lo mío por el otro ¿no es esta, acaso, una acción que dignifica, que nos hace humanos?.

Al acompañarnos, los hombres nos hacemos más humanos, porque no sólo nos reconocemos en el otro (la otredad) sino que además nos respetamos como iguales, con las mismas necesidades y como capaces de ayudarnos en la misma búsqueda.

 

2.       Los compañeros de camino.

De acompañar, viene la palabra compañero, aquellos que comen del mismo pan. Aquellos que se acompañan, que se hacen compañía, que van juntos en la misma búsqueda, que comparten el mismo sendero, el mismo camino. Quizás por ello así se definieron así mismos los primeros cristianos: los seguidores del Camino. Ser cristiano, supone saber acompañar y acompañar supone compartir. Pero ¿a quién acompañamos y qué compartimos?

 

Comencemos por lo primero ¿a quién acompañamos?

Partamos de la frase de Cipriano de Cartago  extra Ecclesiam nulla salus (fuera de la Iglesia no hay salvación), que se remonta a los primeros siglos del cristianismo, para llegar a la fórmula de Vaticano II extra mundum nulla salus (fuera del mundo no hay salvación), la cual otorga a la salvación no solo una dimensión religiosa, sino también “histórica y social”, la evolución del concepto de quiénes son (o deben ser) nuestros compañeros de camino ha ido desde una visión estricta – acaso excluyente – hasta una concepción amplísima que abarca a todo el mundo.

Ciertamente se ha intentado avanzar desde la segunda mitad del siglo XX en una profundización postconciliar– y podríamos apurar en calificar como aún más excluyente – que hace un planteamiento aún más radical: extra pauperes nulla salus (fuera de los pobres no hay salvación).

Esta es una sentencia durísima, y de entrada resulta excluyente. “Los pobres son la inmensa mayoría” y desde su condición de pobreza nos brindan a los no pobres la respuesta a su situación mediante la esperanza (la verdadera esperanza, el que “espera”) y la denuncia (que exige nuevos modelos humanizantes). Los pobres marcan la dirección y el contenido fundamental de la praxis, pero ¡cuidado! no se trata sólo “sobre dar a ellos, sino sobre recibir de ellos”.

El planteamiento entonces no es a quién acompañamos, sino quiénes nos acompañamos.

Debemos enfocar el tema distinto, sin pretensiones ni visiones redentoras verticales, sino cambiando tanto la posición de quien ayuda y también del que es ayudado, para colocarnos todos en una posición activa, en la cual todos damos y recibimos, en un juego entre iguales, de “tú a tú”.

En este sentido, se entiende pues la sentencia extra pauperes nulla sallus, no como una suerte de “pauperización universal”, sino de una búsqueda real – de nuevo, activa – de solución al drama de los pobres, de las mayorías, y en última instancia una respuesta que incumbe o debe incumbir a todos, una garantía de que todos salgamos ganando.

Implica esto una manera de abordar los conceptos de pobre y pobreza, más calmada y más amplia, sin gríngolas ideológicas. Se nos presenta así el “mundo de la pobreza” desde una concepción más abierta, más honda y más diversa, en la cual se cuenta no sólo a los pobres en lo económico, sino a los excluidos socialmente, los marginados religiosamente, los oprimidos culturalmente, los dependientes socialmente, los minusválidos físicamente, los atormentados psicológicamente, los humildes espiritualmente.

Podríamos atrevernos a ofrecer un planteamiento en torno a lo arriba expuesto: fuera de los otros, de los demás no hay salvación. Nulla salus sine alliis, vel, Extra alios nulla salus.


3.       El pan que hay que compartir

Definido pues que los compañeros son todos los hombres y mujeres (así, amplio y sin etiquetas) sigamos con la segunda pregunta que surge del acompañar, el objeto sobre sobre el cual cobra sentido la compañía, ¿cuál es entonces ese pan que debemos y necesitamos compartir?

El papa Francisco nos lo hizo saber en reciente reunión con los empleados del Dicasterio de Comunicación del Vaticano:

“Las periferias existenciales no son sólo las que por razones económicas se encuentran al margen de la sociedad, sino también las que están llenas de pan pero vacías de sentido; son también las que viven en situaciones de marginalidad debido a determinadas elecciones, o a fracasos familiares, o a acontecimientos personales que han marcado indeleblemente su historia”.[1]

Ese pan que da sentido al acompañar no se trata de una respuesta estrictamente material (aunque en ocasiones lo sea), no es una categoría sociológica, no es una condición social específica, y por supuesto no puede ser de ninguna manera un constructo ideológico.

Acompañar, ser compañeros, es más una cercana sonrisa, una paciente espera, un sentido consejo, una sincera advertencia, una genuina entrega, una desprendida entrega de lo mío para que el otro también sea un compañero, se haga mí compañero.

Pero sobre todo, el acompañar demanda, exige y requiere una constante actitud de comprensión del otro, sus circunstancias y condiciones, su verdadera situación pues la realidad siempre es más compleja que la teoría.

4.       Comunicar es hacer común.

El acompañar, representa una especial responsabilidad para los medios de comunicación en general y los comunicadores en particular. Comunicar (del latín communicāre) significa compartir, expresar, transmitir, difundir; es decir, comunicar es hacer común, hacer que algo sea de todos.

Esto nos obliga a reflexionar y repensar cuál debe ser la función específica de SIC en este sentido. Nos dice el papa Francisco al respecto:

“La comunicación es, por decirlo así, el oficio de los vínculos dentro de los cuales las voz de Dios resuena y se hace escuchar”[2]

Tres recomendaciones hace el pontífice a los comunicadores. En primer lugar hacer que las personas se sientan menos solas. Escuchar a la gente y poner especial atención a las preguntase inquietudes de las personas.

“Por lo pronto, toda verdadera comunicación está hecha sobre todo de escucha concreta, está hecha de encuentros, de rostros, de historias… Si no sabemos estar en la realidad, nos limitaremos a señalar desde arriba en direcciones que nadie escuchará. La comunicación debe ser una gran ayuda para la Iglesia, para vivir concretamente en la realidad, favoreciendo escucha e interceptando los grandes interrogantes de los hombres y mujeres de hoy”.

La segunda recomendación, o consejo, es dar voz a quien no tiene voz, para evitar que las personas se sientan y se encuentren marginadas y censuradas. Esto implica dos  acciones importantes: saber escuchar a las “periferias existenciales” y “dirigir una Palabra que salve”.

La tercera recomendación que plantea el Santo Padre es buscar siempre preservar la unidad y la verdad, luchando contra la calumnia, la violencia verbal, el personalismo y el fundamentalismo.[3]

Podemos afirmar sin temor a equivocarnos, que la Revista SIC es actualmente no sólo un medio de comunicación de la Iglesia universal, sino acaso hoy en Venezuela es una de las voces vigentes y más longevas de la Iglesia en Venezuela. Sus 85 años de existencia así lo comprueban y evidencian, pero además de ello, esta larga trayectoria histórica trae consigo una responsabilidad mayor de cara al futuro del país.

5.       Los desafíos que se vislumbran en el camino.

La Revista SIC ha asumido desde su comienzo en 1938 esa doble función de acompañar comunicando. Nos hemos propuesto hablar con firmeza desde la esperanza entendida esta como virtud teologal que lleva a la acción audaz. Nos hemos avocado a comprender la importancia y los tiempos de las realidades y los procesos sociales y comunitarios. Hemos centrado en el Bien Común toda la reflexión y todos nuestros planteamientos, partiendo de la concepción que el pensamiento social de la Iglesia ofrece desde la persona humana como digno hijo de Dios.

Sin embargo, hoy desde SIC debemos avanzar en un asunto pendiente y verdaderamente urgente para Venezuela, sobre todo de cara a la importante coyuntura que se vive en estos tiempos aciagos.

El país requiere de un debate nacional serio, de nivel y contenido profundo sobre las visiones y soluciones en lo relativo a lo que significa en este momento ser venezolano, nuestra identidad y nuestra cultura. Es necesario ofrecer propuestas al liderazgo social, económico y político del país y al mismo tiempo hacer un responsable llamado a la acción. Es necesario asumir la formación ciudadana, repensar la función del Estado. Es fin, resulta urgente ocuparnos con compromiso y concreción de la reconciliación y la reconstrucción nacional como prioridad.

Por todo esto, es menester que SIC haga todo lo que esté a su alcance para lograr fomentar esta necesaria discusión.

Sepa Venezuela que cuenta con todo nuestro esfuerzo y tesón para ello.

¡Sigamos adelante!

Juan Salvador Pérez



[1] Encuentro del S.S. Francisco con los empleados del Dicasterio para la Comunicación del Vaticano. 12 de noviembre de 2022

[2] Ibidem

[3] Los 3 consejos del Papa Francisco para los comunicadores vaticanos. https://www.aciprensa.com/noticias/los-3-consejos-del-papa-francisco-para-los-comunicadores-vaticanos-12523


EL PAPA Y LA ALONDRA




 Era el día 29 de junio - fiesta de San Pedro y Pablo - de 1951, cuando aquel grupo de jóvenes se ordenaba como sacerdotes en la catedral de Freising. En el preciso momento durante el cual el anciano Cardenal Faulhaber imponía sus manos sobre el joven Joseph Ratzinger, una pequeña alondra salió de su nido en el altar mayor y mientras revoloteaba por la catedral llamaba la atención de todos con su extravagante y agradable canto.

Nos refiere el mismo Ratzinger que él, más allá de supersticiones, pensó en ese instante que aquel bonito revuelo era una confirmación providencial de que estaba haciendo lo correcto[1].

Y efectivamente así fue. Cincuenta y cuatro años después, el destacado teólogo, el implacable prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el hombre duro de Juan Pablo II, era elegido como el 265 ° papa de la Iglesia Católica.

Benedicto XVI vendría a formar parte de ese listado de papas que desde el siglo XX se han caracterizado por provenir de orígenes – digamos – “plebeyos”[2].  Campesinos-artesanales (como Pío X y Juan XXIII), de extracción funcionarial (como Pio XII y Pablo VI), de clase media baja (como Juan Pablo II), hijo de un policía de pueblo (como Benedicto XVI), o descendiente de humildes inmigrantes italianos (como Francisco). Y ha sido este grupo de pontífices – más allá de consideraciones subjetivas particulares – quienes al mismo tiempo han perfilado una Iglesia sensiblemente preocupada, enfocada y dedicada a entender y atender los temas sociales.

El 25 de diciembre de 2005, pasados ocho meses de su elección como papa, Benedicto XVI hacía pública su primera encíclica. Deus Caritas Est, la tituló.

“Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él » (1 Jn 4, 16). Estas palabras de la Primera carta de Juan expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana: la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino.”[3]

Se entendió, o al menos así lo hacían saber los expertos vaticanistas, que Benedicto XVI manteniendo la línea de su antecesor fijaba en su primera encíclica la línea programática de su pontificado. Quizás esa hubiese sido su intención. Pero los derroteros de la vida y los planes de la Providencia no siempre coinciden con los planes y proyectos.

 

Pero más allá de lo programático o no, lo que sí dejaba muy en claro Benedicto XVI en Deus Caritas Est, era precisamente eso, que Dios es Amor y que el amor es la base del mensaje de Cristo. No podemos ser cristianos sino entendemos y asumimos esto así. Como bien señalaba el cardenal Renato Raffaele Martino «en el origen del ser cristiano no hay una decisión ética o una gran idea, sino más bien el encuentro con un acontecimiento, una Persona que da a la vida un nuevo horizonte, y con ello la dirección decisiva».

Dos encíclicas más ofrecería Benedicto XVI, Spe Salvi (2007) donde desarrolla la idea de la esperanza como virtud teológica indispensable para la salvación; y Caritas in Veritate (2009) encíclica que aborda con fuerza - y sobre todo realismo actualizado - los temas del pensamiento social de la Iglesia.

Sin embargo, el pontificado de Benedicto XVI será recordado en términos históricos por un hecho que poco tiene que ver con lo pastoral, al menos en lo teórico pastoral: su dimisión.

El 11 de febrero de 2013, durante la celebración de un consistorio ordinario público para anunciar las fechas de canonización de las beatas María Guadalupe García Zavala, de México; y Laura Montoya, de Colombia, y de los mártires italianos Antonio Primaldo y más de 800 compañeros suyos; al final de la reunión Benedicto XVI de manera imperturbable, solemne y absolutamente calmada leyó en latín (esa lengua que tanto le gustaba y que él promovía con empeño dentro de la Iglesia) su manifestación de renunciar voluntariamente a su cargo.

Quapropter bene conscius ponderis huius actus plena libertate declaro me ministerio Episcopi Romae, Successoris Sancti Petri, mihi per manus Cardinalium die 19 aprilis MMV commissum renuntiare” (Bien consciente de la seriedad de este acto, con total libertad declaro que renuncio al ministerio del Obispo de Roma, sucesor de San Pedro, confiado a mí por los cardenales el 19 de abril del 2005).

Benedicto XVI renunciaba, o para ser más precisos en los términos, dimitía a su cargo como Obispo de Roma. Renunciar es abandonar, desistir. En cambio dimitir es dejar un cargo o función, que fue precisamente lo que hizo en ese acto.

Aducía que por razones de salud, deterioro y debilidad de su cuerpo, se hallaba en incapacidad para cumplir adecuadamente el ministerio petrino. Con esta resolución Benedicto marcaba una diferencia notable y evidente con el pontificado longevo y largo de su predecesor. Juan Pablo II con su tesón nos legó un testimonio del valor de la vejez, Benedicto XVI dimitiendo también hizo lo propio.

Entender las limitaciones no es un abandono ni un desistimiento, por el contrario, es una forma excelsa de responsabilidad. Consciente de ello, supo entender que no era el papa que la Iglesia requería para los tiempos que se viven.

 

La alondra es un ave pequeña, que comienza su actividad muy temprano en el día apenas sale el sol. Es un ave inquieta, que con su vuelo ascendente y su entonado canto traen consigo alegría a quienes lo aprecian. Es un ave diurna, que una vez comienza a ponerse el sol, vuelve a su nido e inicia su descanso.

Benedicto XVI solía compararse así mismo con un buey o con una animal de faena. Sin duda lo fue, trabajó y estudió mucho. Pero su final se corresponde más con la actitud de la alondra, quizás por ello aquel pajarito causó tal revuelo al momento del “adsum” del joven Ratzinger.

El sábado 31 de diciembre de 2022, a las 09.34 de la mañana, muere el papa emérito Benedicto XVI. “Jesus, ich liebe dich” (“Jesús, te amo”, en alemán) fueron sus últimas palabras.

 

Juan Salvador Pérez



[1] Milestones, memoirs 1927 – 1977. Joseph Ratzinger. Ignatius Press. 1998

[2]  El término lo utilizan Fernando García de Cortázar y José  Ma. Lorenzo. LOS PAPAS Y LA IGLESIA DEL SIGLO XX. Editorial Debolsillo. 2005.

[3] Deus Caritas Est. Benedicto XVI. 2005