Cuando en 1933, René Voillaume, funda
el Institutum Parvolorum Fratrum Iesu
(conocido en francés como Les Petits Frères de Jésus) lo hizo pensando en crear
una comunidad religiosa dedicada a la vida contemplativa y a la adoración
eucarística, inspirada en el estilo de vida de Carlos de Foucauld, aquel
místico monje y sacerdote francés mártir y santo de la Iglesia Católica.
Las comunidades de vida
contemplativa, al entregarse a la contemplación y poder llegar a un grado
eminente de unión mística con Dios, resuelven alejarse del Mundo, llevando una
vida retirada totalmente consagrada al tal propósito.
Cuarenta años más tarde de la
fundación de la Orden de los Hermanitos de Jesús - el 28 de abril de 1973 – Jacques
Maritain siendo uno de ellos, a sus noventa años se despedía del mundo y partía
al encuentro con Dios.
Pero ¿qué hizo que aquel joven filósofo
francés, brillante y curioso, de raíces protestante liberales, terminara sus
últimos años en una ermita de un monasterio católico en Toulouse? La respuesta
está en un nombre: Raissa Oumansoff.
Raissa y Jacques se habían
conocido a principio del siglo XX (1900) en La Sorbona durante sus estudios en
la Facultad de Ciencias. Ella de origen judío-ruso, él – como ya señaláramos –
protestante. Ambos con una tremenda necesidad (casi una angustia) de búsqueda
de la Verdad, no lograban dar con respuestas capaces de satisfacer sus
inquietudes. Intentaron encontrar en vano afán en la filosofía cientificista y
en las diversas expresiones del pensamiento contemporáneo, pero no sería hasta
que en 1905 empujados por esa indetenible fuerza que da la convicción de estar
por fin en la senda correcta, deciden convertirse al catolicismo tras un
determinante encuentro con el novelista León Bloy.
Es Raissa quien influye
deliberadamente en su esposo para que profundice en el estudio de la obra de
Santo Tomás de Aquino. Y así, mientras Maritain avanza en el desarrollo de la filosofía
y el pensamiento neotomista (junto a
Gilson, Cocteau, Green y otros), ella pone en marcha y lleva adelante una
comunidad de contemplación y oración, complementando así con la fuerza de la vida
espiritual, la coherencia de la propuesta intelectual seria y fundamentada.
El matrimonio Maritain-Oumansoff
era una pareja sólida a tal punto de contagiar sus creencias y su energía, su
convcción y su fe a todos sus cercanos y conocidos. “La casa de los Maritain… se convirtió en un centro de renacimiento
intelectual católico”.[1]
Jacques Maritain levanta sin
titubeos las ideas y planteamientos del pensamiento de la Iglesia Católica en
un momento de severa y profunda crisis de la cultura europea (y por qué no,
occidental toda). Parte así desde una visión cristiana actualizada a una
revisión de la filosofía hasta aterrizar con determinación en el campo de la
política. La influencia y la impronta de Maritain en la Declaración Universal
de los Derechos Humanos fue no sólo evidente, sino clave.
Pero sin duda alguna, será en Humanismo Integral[2]
donde Maritain nos ofrezca lo más excelso y profundo de su pensamiento y su
legado. Su llamado es a lograr que la filosofía social, política y económica,
no se mantenga sólo en los principios universales, sino que sea capaz de
descender, de ocurrir verdaderamente, de convertirse en realizaciones concretas.
El mismo papa Pablo VI en la encíclica Populorum
Progressio lo trae a colación, citando a Maritain y su obra:
“Es un humanismo pleno el que hay que
promover. ¿Qué quiere decir esto sino el desarrollo integral de todo hombre y
de todos los hombres? Un humanismo cerrado, impenetrable a los valores del
espíritu y a Dios, que es la fuente de ellos, podría aparentemente triunfar.
Ciertamente, el hombre puede organizar la tierra sin Dios, pero «al fin y al
cabo, sin Dios no puede menos de organizarla contra el hombre. El humanismo
exclusivo es un humanismo inhumano». No hay, pues, más que un humanismo
verdadero que se abre al Absoluto en el reconocimiento de una vocación que da
la idea verdadera de la vida humana. Lejos de ser norma última de los valores,
el hombre no se realiza a sí mismo si no es superándose.”[3]
Los Maritain-Oumansoff habían
conformado una dupla – digamos – perfecta. A través del amor en pareja y bajo
la guía de la fe, lograron conseguir el sentido de la vida en la búsqueda común
de la Verdad.
Sin embargo, los planes de Dios
son misteriosos. El 4 de noviembre de 1960, Raissa muere víctima de un cáncer,
serena en la tranquilidad de su casa, rodeada de sus más cercanos amigos y por
supuesto con Jacques a su lado. Y este hecho marcó en Jacques Maritain un
definitivo cambio en su vida, como él mismo confiesa:
“Ahora todo ha quedado roto y descoyuntado
en mi interior (…) Me encuentro como un árbol viejo que aún mantiene algunas
raíces en la tierra, aunque algunas otras ya han sido entregadas a los vientos
del cielo.”[4]
Al cabo de unos meses, Maritain
ingresaba en 1961 a vivir con los Hermanitos de Jesús, y en 1971 se hizo uno de
ellos: “me retiré del mundo gracias a la
acogida que me han hecho los Hermanitos de Jesús, a quienes Raissa y yo hemos
amado con amor de elección desde su fundación” escribirá a los meses de su
llegada a Touluse.
Allí morirá como un monje más,
dedicado a la contemplación, la oración y la adoración eucarística… y con la
certeza del encuentro definitivo.
Juan Salvador Pérez
Artículo para el Papel Literario de El Nacional
[1] El
Matrimonio Maritain y su tiempo. Josep Vall i Mundó. 2011
[2] Humanismo
Integral. Jacques Maritain. Biblioteca Palabra. 1999
[3] Carta
Encíclica Populorum Progressio. Pablo VI. 26 de marzo 1967
[4] El
Matrimonio Maritain y su tiempo. Josep Vall i Mundó. 2011
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