Cuando Sócrates le pregunta a Laques, aquel famoso y
destacado general ateniense, sobre el concepto de valentía este responde con
total convicción: “En verdad, Sócrates, me preguntas una cosa que no ofrece
dificultad. El hombre que guarda su puesto en una batalla, que no huye, que
rechaza al enemigo; he aquí un hombre valiente”.
Ante esa respuesta tan estrictamente bélica, Sócrates
replantea su pregunta:
He aquí por qué te decía antes que había sido yo causa de
que no hubieses respondido bien, porque yo te había interrogado mal, puesto que
quería saber de ti lo que es un hombre valiente, no sólo en la infantería, sino
también en la caballería y demás especies de armas; y no sólo un hombre
valiente en todo lo relativo a la guerra, sino también en los peligros de la
mar, en las enfermedades, en la pobreza y en el manejo de los negocios
públicos; y lo mismo un hombre valiente en medio de los disgustos, las
tristezas, los temores, los deseos y los placeres; un hombre valiente, que sepa
combatir sus pasiones, sea resistiéndolas a pie firme, sea huyendo de ellas,
porque el valor, Laques, se extiende a todas estas cosas.
Ciertamente la valentía para Sócrates trasciende y va más
allá de la pura actitud temeraria y aguerrida en el combate. Es igualmente
valiente aquel hombre que muestra su valor contra los placeres, contra las
tristezas, contra los deseos, contra los temores.
Entendida así la valentía, nos colocamos en presencia de una
de las cuatro virtudes cardinales: la fortaleza. Las virtudes cardinales no son
habilidades o buenas costumbres, sino que son los pilares sobre los cuales se
yergue toda la vida moral del ser humano.
La fortaleza es la virtud moral que asegura en las
dificultades la firmeza y la constancia en la búsqueda del bien. Reafirma la
resolución de resistir a las tentaciones y de superar los obstáculos en la vida
moral. La virtud de la fortaleza hace capaz de vencer el temor, incluso a la
muerte, y de hacer frente a las pruebas y a las persecuciones. Capacita para ir
hasta la renuncia y el sacrificio de la propia vida por defender una causa
justa.
Pero frente a este concepto tan preciso, hermoso y lleno de
verdad sobre la valentía y la fortaleza, el filósofo español José Antonio
Marina, en su Anatomía del miedo, un tratado sobre la valentía, nos plantea la
pregunta fundamental, real, humana, cotidiana y desafiante: ¿Podemos
comportarnos valerosamente, aunque estemos zarandeados por el miedo? ¿Somos en
realidad capaces de superarnos? ¿Se puede aprender el valor?
Marina en su libro realiza una profunda descripción del
hombre frente al miedo. Pasando por los diversos miedos, desde los normales
hasta los patológicos, nos presenta un tratado psicológico-filosófico sobre el
miedo. Y su evidente conclusión es que el miedo nos paraliza. La angustia, la
ansiedad, el pánico, el temor, revelan nuestra vulnerabilidad. Y el poder del
miedo no solo afecta a los individuos, sino también a las sociedades.
Las personas al igual que las sociedades, al paralizarse y
dejar de actuar, entran en crisis. Jared Diamond en su libro Crisis compara
las crisis que las personas atraviesan en sus vidas con las crisis que los
países atraviesan en su historia. Establece un paralelismo entre los factores que
según los expertos inciden en la superación de una crisis personal y los lleva
al plano de la superación de las crisis en los países. Esto supone las
siguientes acciones y resoluciones: reconocer que estamos ante una crisis
(tanto en lo personal como en lo nacional), así como nuestras responsabilidades
personales en la acción, y por supuesto la responsabilidad nacional. Definir
cuáles son los problemas a los que hay que dar solución. Aceptar y obtener la
necesaria ayuda material y emocional de otros individuos y grupos. Adoptar las
referencias y experiencias (bien de personas como de países) que nos sirvan de
modelo de resolución de problemas. Fortalecer nuestra identidad, lo que somos,
lo que creemos, nuestros valores. Es más que necesaria la autoevaluación
honesta, ya lo decía el mismo San Ignacio de Loyola, puede faltar la oración,
pero no puede faltar el examen. Revisar y entender lo sucedido en experiencias
anteriores. Debemos además ser flexibles y pacientes con nuestros procesos y
nuestros fracasos.
Como podemos evidenciar, las relaciones persona/sociedad
poseen profundas implicaciones y conexiones que se entrelazan, sin duda para lo
bueno, pero también para lo malo. Es decir, tanto en lo personal como en lo
nacional se cae en profundas crisis y en ambos casos se debe tener la valentía
–volvemos a la fortaleza como virtud– suficiente como para reconocer qué es lo
que deben cambiar para hacer frente a la nueva situación, y poder así salir de
las crisis.
La historia del siglo XX mostró, con suficientes y sólidos
testimonios, cuán dramáticas resultaron las aberradas aventuras totalitarias.
Tanto el fascismo como el comunismo en su disparatado afán de controlarlo todo,
partieron de la premisa de que todo (tanto la persona como la sociedad) es
objeto de dominación política. Es una anulación total de todo lo que esté fuera
de la ideología legitimadora imperante. La misma historia del siglo XX nos
mostró también la suerte que corrieron aquellas aventuras totalitarias: el
fracaso.
Sin embargo, persisten hoy en día regímenes que pretenden ya
no imponer dominaciones totales, porque saben que fracasarán indefectiblemente,
sino aplicar fórmulas de control autoritario.
La ciencia política diferencia ambos conceptos. Para Hannah
Arendt, lo determinante de un régimen totalitario es la dominación total como
la única forma de gobierno y en el cual no es posible la coexistencia4.
Mientras que un régimen autoritario, según J.J. Linz, es aquel sistema político
con un pluralismo político limitado y no responsable, sin una ideología
elaborada, sin una movilización política intensiva o vasta; y en los que un
jefe (o pequeño grupo) ejerce el poder dentro de los límites que formalmente
están mal definidos pero que de hecho son fácilmente previsibles.
Si bien la diferencia en el concepto pudiese resultar sutil,
no hay ninguna duda en cuanto al efecto de ambos regímenes en la gente: la
opresión.
Desde los inicios de la humanidad, los poderosos –quienes
ejercen el poder– han sabido que la opresión produce el miedo, y el miedo como
enseñaba Maquiavelo es siempre más aconsejable para los príncipes porque los
hombres aman según su voluntad, y temen según la voluntad del príncipe.
El miedo, apunta José Antonio Marina, es una emoción individual
pero contagiosa, o sea, social. Y como vimos arriba, una sociedad paralizada es
una sociedad en crisis. De allí que si la pretensión autoritaria se impone en
un país y la gente sucumbe al miedo como mecanismo de control, estemos en
presencia de un país en crisis.
Y entonces ¿qué podemos hacer ante el miedo? ¿Cuál es la
actitud que la sociedad debe tomar ante esta conducta viciosa?
En su libro Jesús aproximación histórica, José A. Pagola al
señalar la razón de por qué en la época de Jesús había tantos casos de
posesiones, poseídos y endemoniados, nos dice:
Probablemente es más acertado ver en el fenómeno de la
posesión una compleja estrategia utilizada de manera enfermiza por personas
oprimidas para defenderse de una situación insoportable […] ¿Había alguna
relación entre la opresión que ejercía sobre Palestina el Imperio romano y el
fenómeno contemporáneo de tantas personas poseídas por el demonio? […]
Probablemente a nosotros se nos escapa el terror y la frustración que generaba
el Imperio romano sobre gentes absolutamente impotentes para defenderse de su
crueldad.
Pero aquella reacción llena de temor y de frustración, no
solo era inútil como solución a la opresión del poderoso, sino que además era
una conducta viciosa que conducía tanto a la persona en particular como a la
sociedad en general, al despeñadero.
Evagrio Póntico, aquel monje del desierto que se dedicó a
finales del siglo IV a estudiar los vicios malvados, puso especial atención a
un (mal) pensamiento que él definió como la acedia o el demonio meridiano,
refiriéndose a ese momento de la vida en el cual a la persona (y podríamos
incluir –como ya hemos argumentado arriba– a la sociedad también) le embarga
una aversión por el lugar donde se encuentra, por su estado de vida, un completo
desaliento hacia todo. Y daba como uno de los remedios ante este desánimo
general, mantener la perseverancia de manera activa, permanecer en el camino
del bien, de lo bueno.
Volviendo al diálogo inicial de Sócrates con Laques en algún
momento el sabio filósofo le dice al general: “el verdadero valor es la
paciencia […] puesto que, según nuestros principios, ser paciente es ser
valiente”
Así, ante la parálisis que produce un gobierno autoritario,
ante la acedia y el desaliento que se apoderan de la gente, la respuesta del
país no puede ser el temor y la frustración, básicamente porque no nos llevan a
ninguna solución, sino la paciente y perseverante fortaleza como virtud.
El párrafo del editorial de la revista SIC N° 821: 2020:
¿túnel o camino?, nos da claras luces:
Como vivo en la normalidad creo verdadera normalidad: una
convivencia con normas humanizadoras introyectadas. Se trata de arrinconar al
gobierno, pero sin desafiarlo explícitamente. Si conseguimos crear verdadero
orden, el desorden establecido se verá como un adefesio monstruoso y perderá
cualquier atisbo de legitimidad. Será percibido por la mayoría como una
imposición inhumana y además infecunda. Será despreciado, más que temido.
Hoy lo virtuoso es ser valiente para dentro de este entorno
adverso, llevar la vida con normalidad, con dignidad. Tener la fortaleza de
mantenernos firmes en la esperanza, de resistir sin resignación, con serena
paciencia y no dejarnos arrastrar por el desaliento.
A la tentación de la acedia se le vence con la virtud de la
fortaleza, a la pretensión autoritaria se le derrota con la convicción
democrática. Es una batalla que se libra en estos dos frentes, en lo personal y
en lo social, pero sobre todo es una batalla que tenemos cómo ganarla.
(*) Artículo publicado en la Revista SIC, Marzo 2020.
Notas:
PLATÓN (2013): Centaur Editions.
MARINA, José Antonio (2006): Anatomía del miedo, un tratado
sobre la valentía. Anagrama.
DIAMOND, Jared (2019): Cómo reaccionan los países en los
momentos decisivos. DEBATE.
ARENDT, Hannah (1998): Los orígenes del totalitarismo.
Taurus.
ROMERO, María Teresa y ROMERO, Aníbal (1994): Diccionario de
política. Panapo.
PAGOLA, J.A. (2007): Jesús. Aproximación histórica. Editorial
PPC.
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