Asume gestión la nueva directiva
de la Conferencia Episcopal Venezolana y lo hace dejando en claro mediante
exhortación pastoral su preocupada opinión por la situación en Venezuela
subrayando tres tristes y escandalosas realidades:
“el desmantelamiento de las instituciones democráticas y de las empresas del
Estado; el dramático éxodo debido a la emigración forzada de cerca de seis
millones de compatriotas expatriados por falta de oportunidades de desarrollo
en el país, sobre todo jóvenes en edad productiva; la pobreza de la gran
mayoría de nuestro pueblo, con particular acento en la desnutrición de la
infancia y las situaciones de injusticias que viven las personas de avanzada
edad”[1].
Los obispos venezolanos denuncian
que la democracia está muy debilitada, lo cual se evidencia en una trágica y
acelerada pérdida de la libertad individual y social; en el deterioro profundo
del sistema educativo; en las deficiencias estructurales del modelo económico
nacional que genera graves deficiencias que impiden trabajo digno y salario
justo para todos los venezolanos.
Pero esta realidad –
tremendamente delicada y que nos afecta a todos – para nadie es nueva ni desconocida, como
tampoco lo es el clamor que el episcopado ha venido haciendo recurrente y
responsablemente desde hace tantos años ante este dramático panorama.
Nuestros obispos nos proponen,
nos plantean, refundar la nación desde
el principio cristiano de la “encarnación”. Para ello debemos colocar el foco
en lo humano como condición de lo social, desde los valores y principios que
permitan la construcción del bien común, la verdad, la justicia, la
solidaridad, la responsabilidad, la honestidad, la cultura del trabajo
productivo.
Esto ha costado mucho entenderlo.
El retroceso de la democracia no es culpa de terceros, sino responsabilidad de
todos nosotros. ¿Somos realmente demócratas? ¿Practicamos y vivimos en lo más
íntimo la democracia?
Recientemente el papa Francisco
sostuvo un encuentro con las autoridades, sociedad civil y el cuerpo
diplomático en su último viaje a Grecia. Ofreció en las palabras de su discurso
una reflexión muy seria sobre la situación de la democracia.
Nos dice el papa que la democracia requiere la participación y la
implicación de todos y por tanto exige esfuerzo y paciencia; la democracia es
compleja, mientras el autoritarismo es expeditivo y las promesas fáciles
propuestas por los populismos se muestran atrayentes. Por ello, en diversas sociedades, preocupadas por la
seguridad y anestesiadas por el consumismo, el cansancio y el malestar conducen
a una suerte de “escepticismo democrático” (…) también existe un escepticismo,
en relación a la democracia, provocado por la distancia de las instituciones,
por el temor a la pérdida de identidad y por la burocracia[2].
Francisco – al igual que nuestros
obispos – advierte con gran preocupación el retroceso de la democracia. La
invitación del papa es primero a superar las ideologías (“es muy triste cuando las ideologías se apoderan de la interpretación
de una nación, de un país y desfiguran la patria” dijo el papa en 2020);
segundo a creer, confiar y a apostar por la buena
política, en cuanto arte del bien común (dirigir una atención particular, prioritaria, a las franjas más débiles);
y tercero, un llamado a la participación de todos y cada uno de nosotros como
exigencia fundamental (no sólo para
alcanzar objetivos comunes, sino porque responde a lo que somos: seres
sociales, irrepetibles y al mismo tiempo interdependientes).
La democracia retrocede si no
entendemos y si no asumimos todos, gobernantes y gobernados, que la razón de
ser de los gobiernos es hacer progresar a los países, consolidar las naciones y
construir las patrias (que hemos recibido
de nuestros mayores. Patria, paternidad. Viene de ahí. Y es algo que tenemos
que dar a nuestros hijos).
No es un asunto sólo de
políticos. Es un tema de ciudadano, de personas, de sujetos consientes y
responsables, que entiendan la democracia en la doble dirección que la
entendieron desde su origen en Atenas, como un
mensaje orientado hacia lo alto y también como un mensaje hacia el otro; que a las seducciones del autoritarismo responda con la democracia; que
a la indiferencia individualista oponga el cuidado del otro, del pobre y de la
creación, pilares esenciales para un humanismo renovado, que es lo que
necesitan nuestros tiempos[3].
Sólo así podremos detener el
retroceso de la democracia. Hagamos caso a De Gasperi, y dejemos las izquierdas o las derechas, que lo decisivo es ir hacia adelante encaminados hacia la
justicia social.
Juan Salvador Pérez
[1]
Exhortación Pastoral CXVII Asamblea
Ordinaria Plenaria, 13 de enero de 2022.
[2]
Discurso del Papa en su visita a Grecia, 4 de diciembre de 2021.
[3]
Ibidem.
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