Me refirió alguna vez un muy buen
amigo jesuita, una anécdota – o digamos una experiencia – de cuando estuvo de
misión en Angola. Después de una fuerte tormenta tropical, este sacerdote salió
a ver los estragos que habían causado la lluvia y el viento en la selva donde
él se encontraba. El paisaje era desolador ante aquel triste espectáculo de
árboles caídos. Por un lado se percató de que los árboles de raíces profundas y
de troncos rígidos se habían quebrado por la fuerza del viento. Por otro lado,
los árboles de troncos flexibles pero de raíces pequeñas, habían sido arrasados
y arrancados de la tierra. Sólo se mantuvieron en pie, sólo lograron sobrevivir
al poderoso embiste del viento y la lluvia, aquello árboles de raíces profundas
y troncos flexibles.
La anécdota me sirve para poder
abordar el tema de este artículo. ¿Cómo es la situación hoy día del catolicismo
en Venezuela?
Yo sólo puedo hablar desde mi particular
experiencia como hombre laico, creyente y vinculado de alguna manera a la
actividad de la Iglesia Católica venezolana, pero nunca como representante ni
menos aún como voz autorizada. Lo hago estrictamente desde mi condición de
simple varón cristiano. Observo y reflexiono, para ubicarme y entender, más que
para ofrecer diagnóstico y pretender criticar.
¿Raíces fuertes?
Resulta bastante sencillo, casi
un lugar común, decir que Venezuela es desde siempre un país católico. Como
todos sabemos, de los mismos barcos de los conquistadores descendieron también
los frailes y monjes con la cruz como estandarte y la misión de evangelizar.
Desde muy temprano se comienza a
organizar formal y jerárquicamente la Iglesia en el territorio de Venezuela. La
presencia del episcopado se remonta al siglo XVI, con la primera diócesis de
Venezuela en Coro, de fecha 21 de marzo de 1.531, trasladada después a Caracas,
(7 de marzo de 1638); luego la diócesis de Mérida (17 febrero de 1778); la de
Ciudad Bolívar (20 mayo de 1790); Maracaibo (28 julio de 1897). Estas diócesis
abarcaban amplios territorios y estaban muy aisladas entre sí. Es decir, no se
puede hablar de un episcopado colegiado y con conciencia de unidad. De hecho,
no será sino hasta principios del siglo XX que se comenzará tímidamente a
hablar del Episcopado Venezolano, cuando en 1.904 se celebra la primera
conferencia - utilizada la palabra en la acepción de reunión - del Episcopado
Venezolano.
Pero formalmente, será en
noviembre de 1.973, cuando en el boletín No. 2 del Secretariado Permanente del
Episcopado Venezolano aparecerán publicados los estatutos de la Conferencia
Episcopal Venezolana, celebrándose, de conformidad a lo allí establecido la
Primera Asamblea Plenaria Ordinaria de la Conferencia Episcopal Venezolana, del
7 al 12 de enero de 1974.
Es decir, si bien la presencia de
la Iglesia se remonta a los tiempos de la conquista, no será sino hasta bien
entrado el siglo XX que se tenga una concepción sólida, unificada y con
conciencia de cuerpo.
Hoy día la Iglesia cuenta con 42
jurisdicciones eclesiásticas en el país, distribuidas en 9 arquidiócesis, 27
diócesis, 3 vicariatos apostólicos, 2 exarcados y un ordinariato militar. Algo
más de dos mil sacerdotes, algo menos de cuatrocientos diáconos permanentes y sesenta
obispos (41 titulares, 3 auxiliares y 16 eméritos), siendo las diócesis con
mayor número de sacerdotes San Cristóbal (208), Trujillo (154), Barquisimeto
(148), Mérida (127), Caracas (121).
Según los estudios de opinión y
diversas encuestas, el número de católicos (o de personas que así se
consideran) varía desde el 75 por ciento de la población, hasta más del 90,
claramente cifras altísimas.
Visto así, tanto por la histórica
presencia como por el número de fieles, Venezuela es un país irrefutablemente
católico. Pero ¿realmente lo somos? Más allá de lo nominal ¿qué significa eso?
En un muy interesante trabajo del
sociólogo norteamericano Rodney Stark sobre el surgimiento y crecimiento del
cristianismo[1],
este investigador se pregunta cómo de aquel inicial grupúsculo de no más de 120
seguidores judíos al momento de la muerte de Jesús, llegamos a casi 34 millones
de cristianos en apenas trescientos años. Este crecimiento que suena y se lee
milagroso, Stark lo presenta como un ritmo de crecimiento sin duda importante
pero normal, a una rata de 40% por década durante los primeros siglos, lo cual
ha sido el ritmo de crecimiento de otras confesiones religiosas exitosas en la
historia. De allí entonces que para Stark, el fenómeno de la expansión del
cristianismo no radicó tanto en la rata de crecimiento, sino en lo exitoso del
mensaje del como oferta religiosa, en lo atractivo de su propuesta, en el
contenido novedoso de aquella buena nueva.
El cristianismo creció como
creció, gracias al testimonio de vida de los cristianos de los primeros siglos,
a su ética práctica que logró inspirar a una sociedad romana agotada y vacía.
Las circunstancias históricas se convirtieron en oportunidades que fueron
correctamente aprovechadas, permitiendo así el posicionamiento del cristianismo
principalmente en las clases medias, pero también en las clases bajas, así como
en importantes, determinantes e influyentes familias de clase alta.
Según Stark, las repuestas y propuestas
de los cristianos frente a temas como el papel de la mujer en la sociedad, al
trato de los esclavos, a la dignidad de todos los hombres (p.e. la condena del
circo y los juegos), la activa solidaridad y el servicio desprendido ante los
enfermos, llegando incluso a temas más de corte íntimo familiar como la
fertilidad, el infanticidio, el aborto, representó una verdadera revolución
cultural que permitió el auge del crecimiento del cristianismo.
Vuelvo entonces a la pregunta que
nos hicimos arriba ¿somos realmente un país católico en los términos esenciales
del mensaje y de la práctica que supone ser cristianos – seguidores de Cristo –
hoy día en Veneuela? ¿Son nuestras raíces católicas una consecuencia histórica
del descubrimiento, la conquista y la colonia proyectada en el devenir de los
años y la tradición, o verdaderamente atiende a un convencimiento profundo,
convencido y práctico del mensaje de Cristo en la vida diaria de todos nosotros?
¿Tronco flexible?
El gran G.K. Chesterton decía –
insistía más bien – al hablar del Catolicismo, que los fieles realmente no queremos
una religión que tenga razón cuando nosotros tenemos razón, lo que nosotros
queremos es una religión que tenga razón cuando nosotros estamos equivocados.
En importantes estudios sobre la
religiosidad y la fe[2],
ha quedado últimamente comprobado que los seres humanos no sólo se interesan
más por estos temas sino que reconocen la necesidad de creer y pertenecer a
cultos religiosos. Puedo referir a manera de ejemplo, mi reciente experiencia
personal del pasado miércoles de ceniza. Ese día fuí a misa en mi parroquia en
la mañana, y la gran cantidad de fieles me impresionó, sobre todo al compararla
con la habitual escaza asistencia de la misa del mismo horario los domingos. Al
final del día le comenté al párroco mi grata impresión, y me respondió
contándome que la asistencia en las misas del mediodía y la tarde había sido aún
mayor. La revista America Magazine también realizó la misma observación en la
realidad norteamericana, una asistencia inusualmente grande de personas que
participan en la celebración de la imposición de cenizas. El artículo[3]
se pasea por diversas razones para explicar el fenómeno, pero la más
convincente (al menos para mí) es la necesidad en la gente de participar, de
sentirse parte.
En Venezuela la Iglesia Católica
goza de una reputación muy favorable como institución. Según el informe 2021
realizado por Latinobarómetro, más del 70 por ciento de la población venezolana
reconoce a la Iglesia Católica como una institución confiable. El trabajo
llevado a cabo por Caritas en todo el territorio del país frente a la crisis
que atraviesa la gente, la voz de denuncia del episcopado ante la situación
nacional, el compromiso social de los párrocos y demás organizaciones y órdenes
eclesiales, dan base sólida para este reconocimiento.
Sin embargo, al mismo tiempo la
Iglesia Católica es percibida por muchos, sobre todo entre jóvenes, cómo una
institución anquilosada en el tiempo en lo relativo a muchos temas actuales (y
clásicos) como lo son la sexualidad, la participación de la mujer, etc. Pero
más allá de estos debates que sin duda deben darse, la Iglesia necesita – y lo
sabe – continuar con el aggiornamento
que comenzó en el Concilio Vaticano II. El actual pontificado ha iniciado un
proceso interesante, novedoso y acaso poco conocido, de consulta abierto a
todos los hombres y mujeres del mundo. Ha sido llamado este proceso por el
Vaticano como el sínodo de la sinodalidad, por su significado etimológico:
caminar juntos.
La Iglesia debe hablar con
claridad y con determinación, esto siempre lo ha hecho. Pero no basta con ello,
la Iglesia sobre todo necesita ser entendida, y para ello es imprescindible
conocer qué opinan y cómo piensan sus fieles, y así siguiendo a Chesterton
servir realmente de faro de la fe. En esto consiste la flexibilidad, no en el
cambio esencial del mensaje sino en el proceso de sensible escucha.
A manera de conclusión.
Difícilmente sea Venezuela un
país – como señala Google de manera bastante ligera – con más de 30 millones de
católicos. Pero la realidad es que la religión no se trata de un tema de
proselitismo de fieles, de quién tiene la lista más larga… esas son obsesiones
anacrónicas y concepciones equivocadas.
Las religiones – nos dice Xavier
Zubiri – son la plasmación ulterior de la religación, y la historia de las
religiones, el enriquecimiento progresivo del poder de lo real o deidad, que es
manifestación de la realidad de Dios oculta en el fondo de toda realidad[4].
La Iglesia Católica es
institución, sin duda. Pero también la Iglesia Católica somos todos los fieles
que la conforman. Hablar de la Iglesia Católica supone pues hablar de la
estructura jerárquica, de obispos, curas, parroquias… y al mismo tiempo implica
hablar de todos nosotros que nos llamamos católicos de a pie.
Tenemos en Venezuela, como vimos,
una Iglesia Católica con raíces históricas desde el siglo XV pero que hoy posee
una presencia institucional, respeto y reconocimiento que se lo ha ganado a
pulso, sudor y lágrimas en el acompañamiento de la gente que más sufre en el
país.
Tenemos además un gran número de
venezolanos que nos definimos como católicos, y que se evidencia ello – o al
menos debería evidenciarse –en la conducta cristiana en la calle, en la casa,
ante los otros.
Porque más allá de las cenizas en
la frente, la procesión no siempre va por fuera.
Juan Salvador Pérez
[1] “La
expansión del Cristianismo. Un estudio Sociológico”. Rodney Stark, Editorial
Trotta, 2009.
[2] A
tales fines vale la pena revisar los estudios publicados por el Pew Research
Center.
[3] Why so many Catholics want to get
their ashes—even if they rarely go to Mass. Bruce T. Morril s.j. www.americamagazine.org 2022.
[4]
Sobre la religión de Xavier Zubiri. Juan Carlos Infante Gómez, Universidad
Complutense de Madrid. 2018