Si el título de este libro de Andrés Torres Queiruga
(Editorial Trotta. 2011) nos resulta denso, ni hablar entonces del subtítulo:
de la ponerología a la teodicea.
Torres Queiruga, en un esfuerzo – vano – por abordar de
manera filosófica un tema teológico, nos presenta un tratado profundo y muy
serio sobre el origen del mal, sobre la manera de pensarlo, de repensarlo.
Utiliza como argumento medular para desarrollar su estudio,
el famoso dilema de Epicuro: “O Dios quiere quitar el mal del mundo, pero no
puede; o puede, pero no lo quiere quitar; o no puede ni quiere. Si quiere y no
puede es impotente; si puede y no quiere, no nos ama; si no quiere y puede, no
es el Dios bueno y, además, es impotente; si puede y quiere – y esto es lo más
seguro – , entonces ¿de dónde viene el mal real y por qué no lo elimina?”.
Este ha sido y es el dilema sobre el mal y sobre Dios. De
allí, el autor reconoce y plantea hoy dos puntos
inesquivables: 1) para algunos, el mal se ha convertido en la “roca del
ateísmo”, pues la imagen de un Dios bueno y omnipotente – la única coherente
–resulta inaceptable. 2) para los otros, – creyentes – si Dios es amor y
omnipotente, el mal o es misterio o una
contradicción.
Torres Queiruga comienza su “repensar” del mal sobre estas
dos posiciones, partiendo primero por la postura secular, desde la ponerología, como si Dios no existiese, para
luego concluir en una teodicea - digamos - actualizada.
La ponerología como disciplina que estudia el mal (del
griego ponerós, malo) tras mucho deambular sólo puede concluir que
en un mundo material y finito, el mal es inevitable. La finitud, que esta vida
termine, que llegue a un final y ya, es pues, el mal mayor.
Pero esta postura – al menos para el creyente – resulta escasa, contradictoria e insatisfactoria.
Surge entonces la teodicea. Pero no como la justificación de
un Dios que permite el mal por razones misteriosas y punto, sino (y he aquí lo
novedoso del planteamiento de Torres Queiruga) como la respuesta reflexiva que
el hombre ante la inevitable aparición del mal – o la finitud – en el mundo
material, consigue en la trascendencia de lo Infinito.
Hasta aquí la reseña de este libro. Pero dirán ustedes y con
razón ¿y todo esto a qué viene?¿para qué sirve?
Repensar el mal no es ni debe entenderse sólo como un
ejercicio para intelectuales ociosos o una discusión bizantina… porque el mal lo evidenciamos, lo sentimos, lo sufrimos
y lo perpetramos todos nosotros, todos los días.
Impresiona, entristece y escandaliza ver como sociedades
completas, terminan por descomponerse llegando a niveles horribles de crueldad. Sucesos terribles como el surgimiento del III
Reich, son muestra patética de cómo un puñado de hombres envilecidos, al tomar
las riendas de un país (convenciendo a una parte y con el silencio de la otra), pudo
conducirlo a la descomposición más aberrante.
El mal – nos dice Tomás de Aquino – es la ausencia de un
bien debido. Es decir, sólo se enfrenta y se vence con bien, haciendo bien.
Viéndolo así, y pensando en esta Venezuela de hoy, el tema
nos debe preocupar, o para ser más precisos, ocupar.
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