La democracia es mucho más que la práctica de las elecciones y del gobierno de la mayoría:
es un tipo de moral, de virtud, de escrupulosidad, de sentido cívico, de respeto al adversario, es un código moral”.
Pierre Mendes Francia
Recientemente, en Trieste, se celebró la 50ª Semana Social de los católicos en Italia. En ocasión de ello el papa Francisco publicó un texto inédito con una suerte de antología de sus discursos y mensajes titulada: “En el corazón de la democracia”.
Francisco, en franca y absoluta coherencia con la tradición de la Doctrina Social de la Iglesia, resalta la conveniencia de la democracia como sistema de gobierno para las sociedades y los Estados seculares.
Desde el pensamiento y las enseñanzas sociales de la Iglesia así se ha entendido siempre.
Cuando en su radiomensaje de víspera de Navidad, en el año 1.944, el papa Pio XII centra su discurso en la elección que la Iglesia hacía de la democracia como forma de gobierno preferida, no solo lo hace desde la constatada, vivida y sufrida experiencia de la Guerra Mundial, ni de haber presenciado el desastre que supuso la experiencia dictatorial de los años precedentes, sino que lo hace desde la “cuidadosa meditación de las complejas realidades de la existencia humana, en sociedad, y en un contexto internacional, a la luz de la Fe y de la tradición viva de la Iglesia”.[1]
Pio XII no apuesta a la democracia como fin, sino como medio:
“… Nos dirigimos Nuestra atención al problema de la democracia, para examinar según qué normas debe ser regulada para que se pueda llamar una verdadera y sana democracia, acomodada a las circunstancias de la hora presente; esto indica claramente que el cuidado y la solicitud de la Iglesia se dirige no tanto a su estructura y organización exterior —que dependen de las aspiraciones propias de cada pueblo—, cuanto al hombre como tal que, lejos de ser el objeto y corno elemento pasivo de la vida social, es por el contrario, y debe ser y seguir siendo, su agente, su fundamento y su fin.”[2]
Al entenderse desde La Doctrina Social de la Iglesia que la democracia consiste en “un ordenamiento y, como tal, un instrumento y no un fin, su carácter moral no es automático, sino que depende de su conformidad con la ley moral a la que, como cualquier otro comportamiento humano, debe someterse; esto es, depende de la moralidad de los fines que persigue y de los medios de que se sirve.”[3]
Democracia y moral
Esa “conformidad moral”, es decir, esos medios de los cuales se servirá, son los siguientes:
- Asegurar la participación de los ciudadanos en las opciones políticas,
- Garantizar a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica.
- Rechazar la formación de grupos dirigentes restringidos que, por intereses particulares o por motivos ideológicos, usurpan el poder del Estado.
- Instaurar un Estado de derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona humana.
- Suscitar las condiciones necesarias para la promoción de las personas concretas, mediante la educación y la formación en los verdaderos ideales, así como de la “subjetividad” de la sociedad mediante la creación de estructuras de participación y de corresponsabilidad.
Establece la Doctrina Social de la Iglesia como valores de la democracia, por supuesto el respeto formal de las reglas, pero no sólo se puede limitar a ello, sino que debe acontecer una aceptación convencida de los valores que inspiran los procedimientos democráticos: la dignidad de toda persona humana, el respeto de los derechos del hombre, la asunción del «bien común»[4] como fin y criterio regulador de la vida política.
Pero se nos hace una advertencia no sólo categórica, sino muy clara: “Si no existe un consenso general sobre estos valores, se pierde el significado de la democracia y se compromete su estabilidad.”[5]
Democracia para la doctrina social
Es decir, para hablar de democracia en los términos de la Doctrina Social de la Iglesia, debe existir: Estado de Derecho, División de Poderes, Control Social, Rendición de Cuentas y Participación Ciudadana; y todo esto en la base de una recta concepción de la persona humana.
Ante esto, la pregunta que nos hacemos surge de manera prácticamente obligada ¿Atienden hoy en día nuestras democracias verdaderamente a estas condiciones existenciales?
La respuesta nos la da el mismísimo Papa en Trieste: “Es evidente que en el mundo de hoy la democracia no goza de buena salud”.
¿La democracia en crisis?
La preocupación no es reciente ni exclusiva del Francisco. Ya desde finales de los 70 y en los 80, Cuando J.J. Linz planteó las causas del quiebre de las democracias, lo hizo en cuanto a elementos objetivos como lo son la constante y creciente deslegitimación del sistema, que aleja a quienes lo deberían apoyar y defender; como consecuencia que se genera de la imposibilidad de la democracia en enfrentar con éxito a una serie de problemas que no logra solucionar ni dar respuesta. Pero al mismo tiempo, para Linz cobra mayor importancia el rol (o el papel) que juegan los “actores”, incluso más que los elementos de carácter estructural, otorgándole así un protagonismo definitivo y definitorio a la actuación y el compromiso del liderazgo político, que son en principio quienes tienen la capacidad de luchar por cambiar el derrotero por el que avanza la democracia. De allí que la lealtad, la semi-lealtad o la deslealtad de los dirigentes con la democracia sea de importancia capital para el quiebre o el sostenimiento de esta.[6]
Levitsky y Ziblatt en su libro titulado “Cómo mueren las democracias” publicado en 2018, así lo concluyen, no sólo a través de golpes militares se acaba con las democracias, hoy día acudimos al colapso de las democracias más bien mediante un proceso gradual y paulatino, mediante el cual se desmantelan estas mediante sus propias instituciones y actores hasta lograr así, al final, imponer un régimen dictatorial.
Por su parte Foa y Mounk llegan a la similar conclusión en su investigación titulada “La desconexión democrática”, al referirse a los cambios en el apoyo de la población a la democracia. Según estos investigadores, “si queremos entender por qué los niveles de apoyo para la democracia han cambiado, debemos estudiar las formas en que las personas conciben la democracia, así como su grado de compromiso con las instituciones democráticas”, y continúan “más allá del apoyo a las elecciones regulares, que son imprescindibles incluso según la mínima interpretación de la democracia, el apoyo total a la democracia debería también conllevar un compromiso con valores liberales como la protección de derechos fundamentales y libertades civiles, así como la disposición a utilizar las instituciones de la Democracia Liberal para efectuar el cambio político”[7].
En la misma línea Yuval Noah Harari nos dice que ante la crisis que enfrenta la democracia se hace necesaria su defensa “no solo porque ha demostrado que es una forma de gobierno más benigna que cualquier otra alternativa, sino también porque es lo que menos restringe el debate sobre el futuro de la humanidad.”[8]
Como vemos la preocupación tiene serio fundamento, sin embargo – y he allí el aporte verdaderamente importante para el debate – Francisco coloca el foco del problema, en un elemento que se ha dejado fuera de los análisis. Nos dice el Papa: “La democracia tiene inherente un gran e indudable valor: el de estar juntos”[9].
Llegamos así al corazón de la democracia. “El Evangelio nos ayuda a comprender que estamos hechos los unos para los otros y, por tanto, los unos con los otros. Nuestra casa común requiere un corazón humano y espiritualmente universal”[10], nos dice atinadamente el Cardenal Zuppi.
Francisco nos lo deja en claro, democracia es resolver “juntos” los problemas de todos. Solo entendiéndolo y asumiéndolo así lograremos superar la crisis, en democracia nadie debe quedarse atrás, nadie debe quedarse solo.
Podríamos pues concluir que el verdadero problema de la democracia no es otro que la indiferencia. Superada esta, podremos entonces tener un sistema que esté al servicio del hombre, de su dignidad, de la libertad y la autonomía de la persona humana.
Juan Salvador Pérez
*Artículo publicado en Revista SIC
Citas
[1] RADIOMENSAJE «BENIGNITAS ET HUMANITAS» DE SU SANTIDAD PÍO XII EN LA VÍSPERA DE NAVIDAD. 24 de diciembre de 1944.
[2] Ibidem.
[3] COMPENDIO DE DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA.
[4] La doctrina del bien común es explicada por Juan XXIII en la encíclica “Mater et Magistra (sobre el reciente desarrollo de la cuestión social a la luz de la doctrina cristiana)” (1961): “Este concepto [del bien común] abarca todo un conjunto de condiciones sociales que permitan a los ciudadanos el desarrollo expedito y pleno de su propia perfección.”(§65). Esto implica una distinción frente a versiones utilitaristas o mayoritarias del bien común, implicando una noción de armonía entre la pluralidad de sectores sociales, afianzado también sobre las necesidades materiales de los individuos que actúan con interdependencia en la sociedad.
[5] COMPENDIO DE DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA.
[6] La quiebra de las democracias. Juan J. Linz. Alianza Universidad. 1987
[7] The Democratic Disconnect. Roberto Foa y Yascha Mounk. Journal of Democracy. 2016.
[8] Los cerebros ‘hackeados’ votan. Yuval Noah Harari. El País. 2019
[9] En el corazón de la democracia. S.S. Francisco. Librería Editorial Vaticana. 2024
[10] https://www.vaticannews.va/es/iglesia/news/2024-07/mattarella-la-democracia-es-libertad-igualdad-y-participacion.html
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