Cuentan – no se si es cierto – que cuando a Jorge Luis
Borges ante el triunfo de Argentina en el Mundial 78´ algún exaltado le dijo
que habían derrotado a los holandeses, este contestó con sutil ironía: “Yo no…
Yo no he derrotado a Erasmo ni a Spinoza”.
Borges no gustaba del fútbol y denigraba de él al punto de explicar
y justificar la atracción mundial por este deporte así: “El fútbol es popular,
porque la estupidez es popular”.
Sin embargo, más allá del desprecio borgiano por el fútbol,
y de la veracidad o no de la frase sobre la derrota… quisiera detenerme en esta
idea.
Otro intelectual, Paul Auster, definía al fútbol como el
milagro que le permitió a Europa – y para ser justos, FIFA mediante, a casi
todos los países del mundo – odiarse sin destruirse.
Y esta ¡sí que es una gran victoria!
Pues aunque en estos torneos queden vestigios de guerra,
nacionalismos, escuadras, disciplina, estrategias, uniformes, banderas, himnos,
gritos, tambores, caras pintadas, derrotados y ganadores; ahora se dimite toda la furia – o toda la
estupidez, diría Borges – y se resuelve el duelo sin muertos, con un balón de
cuero, en 90 minutos, bajo las reglas de un juego… y al final hasta se
intercambian amistosamente las camisetas y se abrazan los contrincantes…
Podrá haberle parecido a Borges que una pelea de gallos era
un espectáculo más digno que un partido de fútbol (cosa que dijo, por cierto),
pero tanto él como Maradona, igual que Merkel, Obama, Putin, Felipe VI ó
Michelle Bachelet, saben y coinciden que resulta mejor gritarle con pasión y
locura a 22 tipos en shorts corriendo tras un balón desde el televisor, que
sumar soldados a las trincheras y cruces a los cementerios.
Pero claro que la estupidez está y estará siempre presente.
No nos engañemos. Va desde la grandísima
tontería de aquel que decide quedarse obsesivamente despierto y pegado al
televisor para no perderse un match,
hasta como lo advertía en su momento el Cardenal Ratzinger en su reflexión
sobre el Fútbol y los Mundiales, llegar al punto de que “todo esto puede pervertirse por un espíritu comercial que somete todo
eso a la sombría seriedad del dinero, y el juego deja de ser tal para
transformarse en una industria que suscita un mundo de apariencia de
dimensiones horrorosas…”
Sin embargo, al mismo tiempo, señalaba en su tratado el
ahora papa emérito, las bondades que el fútbol trae a la humanidad:
“Finalmente, el fútbol
enseña un enfrentamiento limpio en que la regla común a la que el juego se
somete sigue siendo lo que une y vincula aun en la posición de adversarios y,
además, la libertad de lo lúdico, cuando se desarrolla correctamente, hace que
la seriedad del enfrentamiento vuelva a resolverse y desemboque en la libertad
del partido finalizado. En calidad de espectadores, los hombres se identifican
con el juego y con los jugadores y, de ese modo, participan de la comunidad del
propio equipo, del enfrentamiento con el otro, así como de la seriedad y de la
libertad del juego: los jugadores pasan a ser símbolos de la propia vida. Eso
mismo actúa retroactivamente sobre ellos: saben, en efecto, que las personas se
ven representadas y confirmadas a sí mismas en ellos.”
Podemos incluso animarnos e ir más allá y concluir que este
juego funciona hoy día no sólo como entretenimiento
formativo sino también como válvula
de escape de las peligrosas pasiones humanas.
Es un juego, sí, y como tal que el mundo se entregue a un
juego claro que resulta estúpido… pero afortunadamente fue así – se cambió la “estupidez”
de la violencia, por otra… más mansa, más conveniente, menos peligrosa, más
divertida.
Al fin del día, es una evolución y un aliciente que en los mundiales
– en verdad – nadie “derrote” a nadie, como tampoco Borges quiso derrotar a
Erasmo.
Juancho Pérez
@jonchoperez
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