Hay días en
los cuales coinciden varios compromisos a la vez, a veces se puede uno escapar
de alguno, a veces no.
En estas
noches me ocurrió el segundo caso, dos eventos a los que no podía faltar: un cocktail
en la casa de mi jefe (obligación laboral) y una cata de Oporto y Chocolate
organizada por las Asociación de… (obligación institucional). Ustedes dirán - y
con razón - que a “obligaciones” así vale la pena estar obligado, no es lo
mismo “ir de tragos” que p.e. asistir a una cadena presidencial; pero créanme,
obligación es obligación…
Decidí
estratégicamente (por horario, conveniencia
y sobre todo TRÁFICO) comenzar primero por la cata.
Jamás había
asistido a una cata, no me había nunca llamado la atención… cosas de instinto,
quizás! Pero bueno, llegué a tiempo,
todo el mundo ubicado en sus mesas, y muy atentamente escuchando al experto
catador que con credenciales de famoso gastrónomo (y panza como evidencia) nos
iba explicando con aires de historiador “bonchón” desde las características de
la región de Porto hasta las propiedades organolépticas (¡?) del oporto…
hasta allí todo me pareció – digamos – lo esperado.
Luego,
comenzó la cata en sí misma. Nos sirven un vasito de oporto y comienzan las
indicaciones y el performance: Breve
sorbo, suficiente para un buche. Pasear por la boca de lado a lado varias veces
(como el Listerine pensé yo y seguro que varios más de los presentes). Tragar.
Segundo breve sorbo. Esta vez mantener en el paladar (es decir sin dinámica de
Listerine). Con el sorbo en la boca aspirar aire por la boca (coño!) y procurar
que los ésteres lleguen a la región “retronasal” (coño! coño!). Tragar al
final… Ya en esta parte comencé a
sentirme – son cosas mías y sólo mías – ridículo.
Pero a mi
sensación de ridículo, tuve que agregar la de avergonzado, cuando me dí cuenta
que mi vasito de oporto prácticamente estaba vacío en dos sorbos, mientras que
el resto de los presentes tenían sus vasos prácticamente llenos… mi vaso no
daba para más cata.
Había
tomado la precaución antes de entrar en la cata, de advertirle a los
organizadores que debía retirarme temprano porque tenía otro compromiso y
bla,bla,bla… así que ante mi ridículo y mi precavida advertencia, disimuladamente
me escurrí hasta la puerta y me fui.
Llegué
luego a la casa de mi jefe. Saludé – en correcto pero precario francés – a los
invitados, me excusé por el breve retraso, explicando – en español – que había
tenido un compromiso previo y bla,bla,bla. Se me acercó un mesonero con su
bandeja “full-equipo” y me preguntó: ¿Qué le sirvo?
Viéndole firmemente
a los ojos le dije: Whisky en las rocas, poco hielo, vaso corto.
Esta vez me
tomé el whisky sin instrucciones pero con más recato.
Juancho Pérez
Cada quien en su lugar...
ResponderEliminarMe hubiese gustado acompañarte a la cata del oporto, ¡sobretodo porque me encanta!. La verdad es que el cuento de mantener el licor en la boca y aspirar es un poco dificil. Ja, ja!!!
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