Hay preguntas que no hacemos, y por lo mismo, hay respuestas que no damos. Por ejemplo, cuando saludamos a algún conocido en la calle con un: ¡epa vale! ¿qué tal? a lo sumo – en el peor escenario – estamos esperando un ¡bueno aquí vamos! ó un ¡poco a poco!; pero hasta allí.
No estamos esperando recibir ni tampoco dispuestos a dar por respuesta – al menos entre gente normal – un ¡coño hermano malísimo! o un ¡harto de esta vida miserable!
Pero si insistimos y repreguntamos ¿pero de verdad… estás bien, bien?, allí la respuesta sí puede cambiar…ante la insistencia, la apertura… y cualquier cosa sale de allí.
Es el caso típico del “despachado” (= despechado), que asegura que esa tipa nada que ver… y bueh! Ya sabemos, uno va de amigo incauto y repregunta… y a las tres de la mañana… boleros y rancheras…
O también, de muchos tipos que te juran que les está yendo del carajo en (qué se yo, digamos…) Miami Cracovia, y al tercer whisky y la repregunta, comienza el llanto: coño tú sabes, el terruño! Esto no es lo mismo… las arepas, …la familia, …aquí estos tipos son fríos…!
Yo creo que es eso justamente lo que pasa con las encuestas… Los “instrumentos” (nombre musical que le dan los sociólogos y encuestólogos a sus cuestionarios) están diseñados para preguntar y repreguntar, por eso el mismo 60% que “ama” a su líder a la primera pregunta, después de varias otras repreguntas, terminan asegurando que ni de vaina están de acuerdo con otro período…
A menos – claro está – que el encuestado no sea honesto y responda cualquier vaina; ó esté apurado y responda cualquier vaina; ó no entendió bien la pregunta y responda cualquier vaina…
Entonces, ustedes me preguntarán: ¿pero debemos creer en las encuestas? Y yo responderé SÍ, CLARO!
- Pero… ¿de verdad verdad, debemos creer en las encuestas?
- Bueno, TÚ SABES… LOS VENEZOLANOS SOMOS COMO SOMOS… Y QUIZÁ…
Juancho Pérez
Ajoporro con chicha! a comer sardinas...
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