miércoles, 19 de febrero de 2025

FRANCISCO: EL PESO DE SER DE PUENTE


 

Verle es contemplar la estampa de un hombre cansado y enfermo. No cabe duda de ello.

Dice el parte médico que la hospitalización se debe a una delicada afección respiratoria, que siempre debe atenderse con seriedad y cautela en los ancianos, pero sobre todo en un hombre de 88 años que tiene un solo pulmón.

Alguna vez escribió Jules Romains – con atinado y profundo humor – que la salud es un estado provisional que no presagia nada bueno. Y ciertamente es así, aunque se empeñen los ilusos en su obstinación por vivir sanos y hasta siempre.

A medida que el tiempo pasa, el deterioro es inevitable. En todos. Pero sobre todo en aquellos hombres y mujeres que asumen su destino con la clara convicción de llevar adelante su misión con vocación hercúlea. Tal es el caso de Francisco.

Once años atrás, el 27 de abril de 2014, Francisco celebraba en la Plaza San Pedro la ceremonia en la cual elevaba a los altares a dos pontífices santos: Juan XXIII y Juan Pablo II. Hoy cobra un especial sentido que Francisco haya canonizado a sus antecesores.

La palabra pontífice, como bien sabemos, proviene del latín pontifex, y su significado literal es “constructor de puentes”. Ha habido en la larga historia de la Iglesia Católica muchos papas muy destacados por su habilidad al momento de construir puentes. Pero también ha habido otros, que entendieron su misión de pontífices no solo como fabricantes de puentes, sino haciendo ellos mismos de puentes. Es decir, sirviendo ellos con su fragilidad y su empeño, su dedicación y su entrega, hasta convertirse en su obra: servir de puente.

Juan XXIII, el papa bueno, llevó a cabo el proceso de aggiornamento de la Iglesia Católica. Diagnosticado con cáncer de estómago en 1962, no quiso dejarse operar para no desviar el rumbo del Concilio Vaticano II. Murió en 1963 a sus 81 años. Sobre sus hombros, Juan XXIII cargó una Iglesia que supo cuestionarse, actualizarse y sobre todo entenderse con un mundo distinto.

Por su parte Juan Pablo II, acaso uno de los grandes protagonistas de la historia del siglo XX, tras un pontificado de 26 años se vio cada vez más disminuido en su salud, al punto de verse seriamente limitado por su enfermedad hasta los últimos días de su vida. Tenía 84 años al momento de su muerte en 2005. Al igual que Juan XXIII en su momento, Juan Pablo II se echó en sus espaldas una Iglesia que entraba temerosa al siglo XXI.

Tanto Juan XXIII como Juan Pablo II llevaron sobre sí el pesado trabajo de ser puentes y tal responsabilidad les costó la vida. Así – cristianamente – lo dispusieron ellos.

Hoy, el papa Francisco lleva también sobre sí el peso de ser puente, y eso se le agradece enormemente pues la Iglesia que hoy transita a través del puente llamado Francisco, avanza de manera inexorable e indetenible hacia una Iglesia de la inclusión.

 

Juan Salvador Pérez

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