Alguien me
comentaba en estos días, que a este paso, a punta de tweets y consejos para-todo-público pronto el papa
Francisco iba a terminar lanzando al mercado una agenda con frases diarias tipo
Paulo Coelho. De entrada, dicha así, la expresión (y la imagen) me resultó chistosamente disparatada.
¿Por qué comparar a un papa con un mercader de la “auto-ayuda”?… pero en el fondo
y después de pensarlo bien, puede que la idea aunque imprecisa, nos sirva para tratar
de abordar el tema del papado contemporáneo.
Hoy día, los
papas gozan en líneas generales de buena aceptación en términos de opinión
pública. Pero evidentemente esto no siempre ha sido así.
Basta sólo con recordar
lo desgastada que estaba a finales del siglo XIX la figura del papado. En 1881,
pasados ya 3 años de la muerte de Pio IX, para poder trasladar los restos de
este papa al cementerio de Campo de Verano en Roma, hubo que organizar una
maniobra secreta y nocturna. Sin embargo, toda la sigila no fue suficiente para
evitar que la muchedumbre enardecida y rabiosa intentara echar al río Tíber los
restos (la “carroña” gritaba el tumulto) de aquel papa tan impopular y
detestado. El incidente no pasó a mayores, porque intervino el ejército
italiano para poner orden en la situación.
Es cierto que
aquellos eran tiempos peculiarmente anticlericales, de agitadas e incendiarias
ideas liberales. Pero es también cierto que la Iglesia Católica era
identificada con las viejas monarquías europeas, y no sólo se identificaba sino
que prácticamente era en sí misma una vieja monarquía europea. Los papas se habían convertido en distantes
monarcas, ataviados, atareados y dedicados a demasiados asuntos temporales.
Los tiempos
cambiarían. El siglo XX comenzaría de la mano de un papa más sensible, preocupado
y ocupado en los graves problemas de su tiempo. León XIII con sus “Cosas Nuevas” (Rerum Novarum) abría la
puerta y marcaba la pauta de los siguientes pontificados. Pero esto no sería lo
único nuevo.
Existe un
segundo elemento que definiría de forma importante los siguientes papados y es
el hecho de que serían – precisamente – León XIII junto al corto papado de
Benedicto XV, los últimos papas provenientes de familias aristócratas y nobles.
Los demás papas
del XX e igual los del XXI, provendrían de orígenes – digamos – plebeyos: campesinos-artesanales
(como Pío X y Juan XXIII), de extracción funcionarial (como Pio XII y Pablo VI), de clase media
baja (como Juan Pablo II), hijo de un policía de pueblo (como Benedicto XVI), ó
descendiente de humildes inmigrantes italianos (como Francisco).
El siglo XX, con
su lamentable experiencia totalitaria y sus demostraciones de atroz abuso, dejó
como impronta en la población mundial un rechazo y una desconfianza hacia toda
clase de poder autoritario. Este será el tercer elemento definitorio del papado
de los últimos ciento y pico de años. En palabras de Bernardo de Clairvaux “fides suadenda, no un porenda”: la fe
debe persuadir, no imponerse.
En mi opinión,
son estos tres elementos los que permitieron conformar y definir el estilo del
papado contemporáneo, haciéndolo no sólo respetable sino sobre todo accesible, vinculado
y vinculante al hombre actual; a tal punto que cualquier persona – creyente o
no – pueda escuchar, entender y hasta identificarse con lo que diga o haga un
papa.
Les pongo sólo 3 situaciones, a manera de ejemplo.
En
1981 (paradójicamente cien años después de aquel incidente tan hostil contra
Pio IX) el mundo entero se horrorizaba y conmovía a la vez ante los disparos
recibidos por Juan Pablo II en la Plaza San Pedro…
Luego, hace
poco, aplaudiría con justificada aceptación
y condescendencia la renuncia de Benedicto XVI…
Y ahora, se emociona
e inspira en los gestos sencillos de Francisco.
No se trata pues
de sabios gurúes que buscan vender frases de “auto-ayuda”, sino de hombres
comunes – como usted y yo – pero que
ofrecen un camino a la trascendencia… aunque sólo sea en ciento cuarenta caracteres.
Juancho
Pérez
@jonchoperez
Los líderes de todo tipo son apreciados y queridos cuando se acerca y se muestran iguales o parecidos a aquellos que guían. Asimismo pasa con los servidores públicos: cuando tratan a los demás sin mezquindades, ni gestos arrogantes ni luciendo ni de superioridad a razón de un cargo o habilidad. Por esa razón, los papas modernos, a pesar de ser los máximos representantes de Dios en la Tierra, fortalecen la fe de la gente porque les recuerdan que ellos también son humanos.
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