viernes, 6 de septiembre de 2013

LOS PAPAS PLEBEYOS…



Alguien me comentaba en estos días, que a este paso, a punta de tweets y consejos para-todo-público pronto el papa Francisco iba a terminar lanzando al mercado una agenda con frases diarias tipo Paulo Coelho. De entrada, dicha así, la expresión (y la imagen) me resultó chistosamente disparatada. ¿Por qué comparar a un papa con un mercader de la “auto-ayuda”?… pero en el fondo y después de pensarlo bien, puede que la  idea aunque imprecisa, nos sirva para tratar de abordar el tema del papado contemporáneo.

Hoy día, los papas gozan en líneas generales de buena aceptación en términos de opinión pública. Pero evidentemente esto no siempre ha sido así.

Basta sólo con recordar lo desgastada que estaba a finales del siglo XIX la figura del papado. En 1881, pasados ya 3 años de la muerte de Pio IX, para poder trasladar los restos de este papa al cementerio de Campo de Verano en Roma, hubo que organizar una maniobra secreta y nocturna. Sin embargo, toda la sigila no fue suficiente para evitar que la muchedumbre enardecida y rabiosa intentara echar al río Tíber los restos (la “carroña” gritaba el tumulto) de aquel papa tan impopular y detestado. El incidente no pasó a mayores, porque intervino el ejército italiano para poner orden en la situación.

Es cierto que aquellos eran tiempos peculiarmente anticlericales, de agitadas e incendiarias ideas liberales. Pero es también cierto que la Iglesia Católica era identificada con las viejas monarquías europeas, y no sólo se identificaba sino que prácticamente era en sí misma una vieja monarquía europea.  Los papas se habían convertido en distantes monarcas, ataviados, atareados y dedicados a demasiados asuntos temporales.

Los tiempos cambiarían. El siglo XX comenzaría de la mano de un papa más sensible, preocupado y ocupado en los graves problemas de su tiempo. León XIII con sus “Cosas Nuevas” (Rerum Novarum) abría la puerta y marcaba la pauta de los siguientes pontificados. Pero esto no sería lo único nuevo.

Existe un segundo elemento que definiría de forma importante los siguientes papados y es el hecho de que serían – precisamente – León XIII junto al corto papado de Benedicto XV, los últimos papas provenientes de familias aristócratas y nobles.

Los demás papas del XX e igual los del XXI, provendrían de orígenes – digamos – plebeyos: campesinos-artesanales (como Pío X y Juan XXIII), de extracción funcionarial  (como Pio XII y Pablo VI), de clase media baja (como Juan Pablo II), hijo de un policía de pueblo (como Benedicto XVI), ó descendiente de humildes inmigrantes italianos (como Francisco).  
  
El siglo XX, con su lamentable experiencia totalitaria y sus demostraciones de atroz abuso, dejó como impronta en la población mundial un rechazo y una desconfianza hacia toda clase de poder autoritario. Este será el tercer elemento definitorio del papado de los últimos ciento y pico de años. En palabras de Bernardo de Clairvaux “fides suadenda, no un porenda”: la fe debe persuadir, no imponerse.

En mi opinión, son estos tres elementos los que permitieron conformar y definir el estilo del papado contemporáneo, haciéndolo no sólo respetable sino sobre todo accesible, vinculado y vinculante al hombre actual; a tal punto que cualquier persona – creyente o no – pueda escuchar, entender y hasta identificarse con lo que diga o haga un papa.

Les pongo sólo 3 situaciones, a manera de ejemplo.

En 1981 (paradójicamente cien años después de aquel incidente tan hostil contra Pio IX) el mundo entero se horrorizaba y conmovía a la vez ante los disparos recibidos por Juan Pablo II en la Plaza San Pedro…

Luego, hace poco, aplaudiría con justificada aceptación y condescendencia la renuncia de Benedicto XVI…

Y ahora, se emociona e inspira en los gestos sencillos de Francisco.

No se trata pues de sabios gurúes que buscan vender frases de “auto-ayuda”, sino de hombres comunes  – como usted y yo – pero que ofrecen un camino a la trascendencia…  aunque sólo sea en ciento cuarenta caracteres.


Juancho Pérez

@jonchoperez

1 comentario:

  1. Los líderes de todo tipo son apreciados y queridos cuando se acerca y se muestran iguales o parecidos a aquellos que guían. Asimismo pasa con los servidores públicos: cuando tratan a los demás sin mezquindades, ni gestos arrogantes ni luciendo ni de superioridad a razón de un cargo o habilidad. Por esa razón, los papas modernos, a pesar de ser los máximos representantes de Dios en la Tierra, fortalecen la fe de la gente porque les recuerdan que ellos también son humanos.

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