El libro de José Antonio Marina La pasión del poder: Teoría y práctica de la
dominación (Anagrama 2008) es para mí la continuación – diría más bien
conclusión – de otro libro suyo al cual ya hemos hecho referencia antes, Anatomía del Miedo: un tratado sobre la
valentía.
El filósofo español nos ofrece, como siempre de
manera pedagógica pero profunda, su visión sobre el poder y la dominación. Prefiere
– opta por – hablarnos de control pues según él, “tiene poder
quien puede controlar el comportamiento propio (poder autorreferente) o el de
otras personas (poder social)”.
En su análisis, Marina parte de la evidente y
tan estudiada esfera del poder social y nos pasea por las diversas formas de control: el liderazgo, la seducción, las
apariencias, la opinión, las relaciones amorosas, la familia, las organizaciones,
las empresas, las instituciones y por supuesto, el poder político.
Llegamos así al segundo elemento clave de su
tratado, la relación dominador/dominado. “En la relación de poder está el
sujeto que se impone y el sujeto que obedece”, al primero se le ha dedicado
páginas y páginas de estudio, pero poco se ha dicho del dominado, perdiéndose
así la mitad del fenómeno: “una teoría
del poder no puede estar completa sin una teoría de la impotencia”.
La impotencia se manifiesta de diversas
maneras, en el sometimiento, en la docilidad, la sumisión, la dependencia, y – la cual para Marina reviste
especial atención – en la obediencia.
Para Marina posee la obediencia una relevancia particular,
al menos en el mundo occidental, pues se yergue sobre la tradición cristiana. Utiliza
como ejemplo para su argumento una correspondencia escrita por Ignacio de
Loyola dirigida a los padres y hermanos jesuitas en Portugal: “la obediencia
introduce en el alma el resto de las virtudes y las mantiene”… y concluye: “y
esta sujeción y subordinación no se hace sin conformidad del entendimiento y
voluntad del inferior al superior”. Es decir, obedecer al otro debe ser una
decisión pensada y voluntaria (discernida) por parte del que obedece, para
hacerse virtuoso.
Esta manera de comprender, de asumir, de
entender la obediencia, por supuesto se trasmitió al mundo político, que “al
fin y al cabo se consideró durante siglos que estaba instaurado por Dios”. Así
la obediencia llega a nuestros días, no ya bajo la oferta y garantía de la
salvación futura, sino de forma secularizada como la garantía de dos elementos
que siempre han acompañado, definido y determinado al ser humano como ser
social: la necesidad de seguridad y de bienestar.
Esto nos conduce al tercer eje del
planteamiento de Marina sobre el poder: las ficciones.
Los seres humanos no nacemos libres, ni somos
iguales, pero queremos intentar que esto
sea así y por ello nos comportamos – o al menos lo intentamos – como si así
fuese. Aquí comienza la obra de la mente humana frente a la realidad:
construimos nuestras ficciones.
“Un proyecto es una idea, un ficto, una ficción que queremos
convertir en realidad”, de allí que “necesitamos ficciones jurídicas, políticas
y éticas porque la inteligencia humana tiene la capacidad de pensar cosas
inexistentes que sería bueno que existieran, por ejemplo una ciudad justa o una
humanidad digna”.
Lo mismo ocurre con el poder, al no ser posible
eliminar las relaciones de poder, pues les creamos un límite, una ficción: la dignidad.
Para Marina la dignidad es una ficción que va
en dos direcciones, como reconocimiento y respeto del otro, pero también como
reconocimiento y respeto de uno mismo.
En algún momento, Marina suelta esta pregunta y
la deja sin respuesta inmediata: “¿debemos educar a nuestros alumnos para la
obediencia o para la rebelión?”. La respuesta nos la da en los últimos párrafos
del libro, y es precisamente en este punto, donde se encuentran y complementan sus
tratados sobre el poder y sobre la valentía.
“El poder no puede desaparecer, sino cambiar de
nuevo de titularidad. No es el monarca, no es la nación, no es el pueblo el
titular, sino el sujeto que se hace responsable de su azarosa presencia en el
mundo, y que, superando la angustia de la precariedad, se lanza a una azarosa y
valiente navegación”.
No se
trata pues de obedientes o rebeldes, se trata de hombres y mujeres conscientes de su
dignidad y de la dignidad de los otros. Hombres y mujeres dignos.
José Antonio Marina confiesa que escribe para
aclararse, yo admito que le leo con el mismo fin.
Juancho Pérez
@jonchoperez
Me gusto mucho el articuló, da que pensar sobre como se dan las relaciones de poder
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