Puede que no todos tengamos claridad en los conceptos, pero
hablar de paz, de igualdad, de libertad, de derechos, de solidaridad con los
necesitados, resulta hoy normal y casi cotidiano para el hombre
contemporáneo.
Al enterarnos de cualquier hecho terrible, por remoto que
sea, bien por la tele, por la prensa, por Twitter… solemos conmovernos y
apuramos – aunque sea máximo en 140 caracteres – una sentencia o un comentario
ante tal o cual situación.
Somos (o parecemos) una humanidad más sensible y esto ha sido
claramente, una conquista de occidente, es decir, una herencia del cristianismo.
Es el legado cultural de un movimiento que se inicia en los
primeros días de nuestra era, de manera clandestina y marginal, allá en los
confines del Imperio Romano… y que a la vuelta de 300 años terminó por
convertirse en la religión Imperial y en el fundamento angular del pensamiento
occidental.
Pero ¿cómo ocurre esto? Ese es el tema que trata Rodney
Stark en su libro “La expansión del Cristianismo. Un estudio Sociológico”
(Editorial Trotta, 2009).
Stark, investigador, escritor y profesor universitario, deja
a un lado la directa intervención providencial como explicación/justificación
de conversiones masivas y nos plantea el argumento de la expansión cristiana desde
su profesión: la sociología. De aquel inicial grupúsculo de no más de 120
seguidores judíos al momento de la muerte de Jesús, llegamos a casi 34 millones
de cristianos para el año 350 d.C. Este crecimiento que suena y se lee
milagroso, Stark lo presenta como un ritmo de crecimiento sin duda importante
pero normal, a una rata de 40% por década durante los primeros siglos, lo cual ha
sido el ritmo de crecimiento de otras confesiones religiosas exitosas en la
historia, como por ejemplo – según el mismo autor – los mormones.
De allí entonces que para Stark, el fenómeno de la expansión
no radique tanto en la rata de crecimiento, sino en lo exitoso del mensaje del
cristianismo como oferta religiosa, en lo atractivo de su propuesta, en el
contenido novedoso de aquella buena nueva.
El cristianismo creció como creció, gracias al testimonio de
vida de los cristianos de los primeros siglos, a su ética práctica que logró
inspirar a una sociedad romana agotada y vacía. Las circunstancias históricas
se convirtieron en oportunidades que fueron correctamente aprovechadas,
permitiendo así el posicionamiento del cristianismo principalmente en las
clases medias, pero también en las clases bajas, así como en importantes, determinantes
e influyentes familias de clase alta.
Según Stark, las repuestas/propuestas de los cristianos
frente a temas como, el papel de la mujer en la sociedad, al trato de los
esclavos, a la dignidad de todos los hombres (p.e. la condena del circo y los
juegos), la activa solidaridad y el servicio desprendido ante los enfermos,
llegando incluso a temas más de corte íntimo-familiar como la fertilidad, el
infanticidio, el aborto… representó una verdadera revolución cultural que
permitió el auge del crecimiento del cristianismo.
A dos elementos en particular da el autor especial relevancia
como grandes promotores y diferenciadores del cristianismo frente a la amplia
oferta de religiones existentes para ese momento: a la organización y al
entramado social de las primeras comunidades cristianas, que ofrecía y
garantizaba una suerte de “seguridad social” para sus miembros. Y a la actitud de
los cristianos ante las grandes epidemias de viruela y sarampión que sufrió Roma
en aquel tiempo. Los cristianos apoyados en su fe, ayudaban y se ocupaban de
los enfermos, reduciendo así el número de víctimas, pero a la vez mostrando una
clarísima actitud de servicio y solidaridad ante el prójimo que resultaba
asombrosa, admirable, efectiva y por último contagiable.
El libro de Stark es sin duda un trabajo sumamente útil e
interesante para los cristianos de este tiempo, pero también para los no
cristianos. El cristianismo hoy igual que ayer continúa siendo y haciendo una
propuesta de vida para el mundo entero.
Y les pongo un ejemplo muy actual de por qué digo esto.
Recientemente Benedicto XVI – por su envestidura quizás el
más emblemático de los voceros cristianos – visitó El Líbano.
Quisiera rescatar
y compartir con ustedes, lo que para mí fue el mensaje medular de esta visita:
el discurso pronunciado a los miembros del gobierno y a los líderes religiosos
de ese país.
El Líbano, es la muestra viva de cómo puede darse la
convivencia entre culturas, entre religiones, entre los hombres, eso es ya de
por sí admirable. Pero lo es aún más al considerar su ubicación en esa zona
de conflicto que representa el medio oriente.
Allá se presentó este anciano de manera osada y corajuda, a rogar
y pedir paz. Lo hizo de la siguiente manera: Promoviendo una solidaridad
efectiva de respeto a todo ser humano, y apoyo a las políticas e iniciativas
que actúan para unir los pueblos de modo honesto y justo.
Invitando a construir un verdadero diálogo que permita
una nueva manera de vivir juntos. Sobre la idea de la confianza, compartir las
riquezas y las competencias, respetando la identidad de cada uno de un modo
solidario, sereno y dinámico.
Y llamando a vivir un nuevo concepto de
fraternidad, donde lo que una sea justamente el común sentido de la grandeza de
toda persona, y el don que representa para ella misma, para los otros y para la
humanidad.
En esto – nos asegura Ratzinger – se encuentra el
camino de la paz.
Casi 2.000 mil años después, el mensaje de los cristianos
sigue siendo un mensaje radical. Pero va más allá, sobre
todo es una invitación a la acción.
Juancho Pérez
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