lunes, 7 de abril de 2025

AMORIS LAETITIA: PERDÓN, ALEGRÍA Y DISCERNIMENTO


 

“…Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”

(1 Co 13,7).

1.- A manera de introducción.

Dos hermosas conmemoraciones coincidían el día en el cual la Exhortación Apostólica Amoris Laetitia fue firmada por el papa Francisco: la festividad de San José y el jubileo extraordinario de la Misericordia.

José de Nazareth, ese hombre de quien se conoce poco, que habló poco (tan poco que no hay palabras suyas en las Escrituras), pero que por sus virtudes – la paciencia, la mansedumbre, la amabilidad, la ternura, la obediencia, la acogida y calidez, la valentía, la creatividad, el silencio y el trabajo – y que por ejemplo de castidad y santidad es reconocido como el patrón de la familias y también patrón universal de la Iglesia.

En cuanto al jubileo de la Misericordia, el mismo papa Francisco dijo al convocarlo: “Será un año santo de la Misericordia, lo queremos vivir a la luz de la palabra del Señor: 'Seamos misericordiosos como el Padre'. (...) Estoy convencido de que toda la Iglesia podrá encontrar en este Jubileo la alegría de redescubrir y hacer fecunda la misericordia de Dios, con la cual todos somos llamados a dar consuelo a cada hombre y cada mujer de nuestro tiempo. Lo confiamos a partir de ahora a la Madre de la Misericordia para que dirija a nosotros su mirada y vele en nuestro camino”.[1]

Sobre estos dos pilares, San José como ejemplo y la Misericordia como clave de actuación, Francisco yergue y desarrolla el texto de la exhortación. Nada más y nada menos.

 

2.- El Amor como Don. La alegría y el perdón.

Para hablar de Amor, debemos partir de la premisa cristiana de que el amor proviene de Dios, aún más Dios mismo es el Amor: "Dios es amor; quien está en el amor vive en Dios y Dios en él" (1Jn 4, 16). "Dios es amor" es afirmar que Dios nos ama, es decir, Dios nos da su amor a todos como un padre bueno. De una manera misteriosa, Dios nos crea por amor y nos ofrece su amor. He allí – desde el principio –  el origen del amor como un don divino.

 

Pero ¿cuáles son los elementos centrales que lleven a vivir el amor como don y no como obligación matrimonial? La respuesta la encontramos en la exhortación Amoris Laetitia. Nueve son los títulos que conforman el cuerpo de la exhortación: 1) A la luz de la Palabra, 2) La realidad y los desafíos de la familia, 3) La mirada puesta en Jesús: la vocación de la familia, 4) El amor en el matrimonio, 5) El amor que se vuelve fecundo, 6) Algunas perspectivas pastorales, 7) Fortalecer la educación de los hijos, 8) Acompañar, discernir e integrar la fragilidad; y 9) Espiritualidad conyugal y familiar.

Pero es en el propio nombre de la exhortación donde queda perfectamente resumido, recogido y expresado – en tan sólo dos palabras – toda la esencia y el mensaje de la misma: Amoris Laetitia, la alegría del Amor.

Podríamos incluso llegar a decir, en una suerte de atrevido juego de palabras, el Amor trae la alegría. Y si nos resultase aún abstracto esto, el subtítulo de la exhortación lo precisa y lo acota: sobre el amor en la familia.

Es en la familia, en la familia cristiana, donde conseguimos la fuerza constante para la vida de la Iglesia.[2]

Pero, ¿por qué es esto así? ¿Cómo se fundamenta esa alegría y ese amor? La exhortación va tejiendo y armando todo el andamiaje para cimentar la alegría del amor, pero da especial relevancia a dos elementos. Primero, en una alegría compartida, un alegrarse con los demás:

110. (…) La familia debe ser siempre el lugar donde alguien, que logra algo bueno en la vida, sabe que allí lo van a celebrar con él.

Y segundo, en el perdón, en perdonarnos:

108. Pero esto supone la experiencia de ser perdonados por Dios, justificados gratuitamente y no por nuestros méritos. Fuimos alcanzados por un amor previo a toda obra nuestra, que siempre da una nueva oportunidad, promueve y estimula. Si aceptamos que el amor de Dios es incondicional, que el cariño del Padre no se debe comprar ni pagar, entonces podremos amar más allá de todo, perdonar a los demás aun cuando hayan sido injustos con nosotros. De otro modo, nuestra vida en familia dejará de ser un lugar de comprensión, acompañamiento y estímulo, y será un espacio de permanente tensión o de mutuo castigo.

Sin perdón no hay alegría, y sin alegría no hay amor.

Francisco repite con frecuencia que «un cristiano que continuamente vive en la tristeza, no es un cristiano», pero la tristeza no son lágrimas o malos ratos, tampoco es sufrimiento o miedo. La tristeza es en realidad un mal sentimiento que se apodera de nosotros.

105. Si permitimos que un mal sentimiento penetre en nuestras entrañas, dejamos lugar a ese rencor que se añeja en el corazón.

Nos dice el papa que “la alegría no es vivir de risa en risa. No, no es eso. La alegría no es ser divertido. No, tampoco es eso. Es otra cosa. La alegría cristiana es la paz. La paz que se encuentra en las raíces, la paz del corazón. La paz que solo Dios nos puede dar. Esa es la alegría cristiana. Y no es fácil custodiar esa alegría”.[3]

Sin perdón no hay paz, no puede haberla. Por supuesto que se dice fácil, pero evidentemente no lo es, cuesta y cuesta mucho.

106. Cuando hemos sido ofendidos o desilusionados, el perdón es posible y deseable, pero nadie dice que sea fácil. La verdad es que «la comunión familiar puede ser conservada y perfeccionada sólo con un gran espíritu de sacrificio. Exige, en efecto, una pronta y generosa disponibilidad de todos y cada uno a la comprensión, a la tolerancia, al perdón, a la reconciliación. Ninguna familia ignora que el egoísmo, el desacuerdo, las tensiones, los conflictos atacan con violencia y a veces hieren mortalmente la propia comunión: de aquí las múltiples y variadas formas de división en la vida familiar.[4]

Pero es el perdón la fuente de la alegría, pues primero supone habernos perdonado nosotros mismos, en un honesto, serio y consciente ejercicio de autorreflexión; para luego sabernos perdonados por Dios Misericordioso.

107. Hoy sabemos que para poder perdonar necesitamos pasar por la experiencia liberadora de comprendernos y perdonarnos a nosotros mismos. Tantas veces nuestros errores, o la mirada crítica de las personas que amamos, nos han llevado a perder el cariño hacia nosotros mismos. Eso hace que terminemos guardándonos de los otros, escapando del afecto, llenándonos de temores en las relaciones interpersonales. Entonces, poder culpar a otros se convierte en un falso alivio. Hace falta orar con la propia historia, aceptarse a sí mismo, saber convivir con las propias limitaciones, e incluso perdonarse, para poder tener esa misma actitud con los demás.

108. Pero esto supone la experiencia de ser perdonados por Dios, justificados gratuitamente y no por nuestros méritos. Fuimos alcanzados por un amor previo a toda obra nuestra, que siempre da una nueva oportunidad, promueve y estimula. Si aceptamos que el amor de Dios es incondicional, que el cariño del Padre no se debe comprar ni pagar, entonces podremos amar más allá de todo, perdonar a los demás aun cuando hayan sido injustos con nosotros. De otro modo, nuestra vida en familia dejará de ser un lugar de comprensión, acompañamiento y estímulo, y será un espacio de permanente tensión o de mutuo castigo.

De todos los planteamientos de la Amoris Laetitia, acaso el argumento más difícil de asumir y aceptar para todos, es la aceptación del Amor, del amor cristiano, como contracultural.

111. El elenco se completa con cuatro expresiones que hablan de una totalidad: «todo». Disculpa todo, cree todo, espera todo, soporta todo. De este modo, se remarca con fuerza el dinamismo contracultural del amor, capaz de hacerle frente a cualquier cosa que pueda amenazarlo.

Disculpar todo, perdonar todo: es esta la base sólida del Amor. Es esta la raíz profunda de la alegría. Suena loco, suena incluso injusto, disparatado, alcahueta, irresponsable. Pero no lo es.

No se trata de un perdonar, ni de un perdonarse, ingenuo. Es un perdón que nace del convencimiento cristiano, del «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Es un perdón que parte de nuestras limitaciones e imperfecciones, y que desde allí entiende, comprende, justifica: El amor convive con la imperfección, la disculpa, y sabe guardar silencio ante los límites del ser amado.

Pero que va más allá, no perdona sólo para entender o justificar, sino que perdona para hacer trascender. Es esta la alegría cristiana, que se goza en el triunfo de Cristo y se materializa en el alegre compartir con los nuestros, con nuestros hermanos, en este mundo.

Ciertamente la Amoris Laetitia nos llama a la alegría del amor. Y el amor para nosotros los cristianos, se basa en dar, en darnos, en entregarnos. Perdonar es entregarnos. Perdonar es Amar, nos lo dice la exhortación: “El amor tiene siempre un sentido de profunda compasión que lleva a aceptar al otro como parte de este mundo, también cuando actúa de un modo diferente a lo que yo desearía”.

El papa Francisco se apoya en San Pablo y su Himno de la Caridad, para mostrarnos cómo es el Amor:

«El amor es paciente, es servicial; el amor no tiene envidia, no hace alarde, no es arrogante, no obra con dureza, no busca su propio interés, no se irrita, no lleva cuentas del mal, no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta».

No hay obligación alguna que permita actuar así, no hay norma alguna que constriña a actuar así, con hay contrato ni acuerdo alguno que determine a actuar así. Sólo el amor como don, todo lo cree, todo los disculpa, todo lo soporta, todo lo espera.

 

3.- La importancia del discernimiento para acompañar a la familia y a los matrimonios.

Discernir, simplificando el concepto, es distinguir una cosa de otra o varias cosas entre ellas.

Pero para nosotros los creyentes, no se trata sólo de distinguir cosas, sino de reconocer, descubrir, interpretar (y actuar en consecuencia) la voluntad de Dios en nuestras vidas.

Como señalábamos al inicio, la exhortación Amoris Laetitia – en nuestro entender – se fundamenta en la misericordia.

291. Los Padres sinodales han expresado que, aunque la Iglesia entiende que toda ruptura del vínculo matrimonial «va contra la voluntad de Dios, también es consciente de la fragilidad de muchos de sus hijos». Iluminada por la mirada de Jesucristo, «mira con amor a quienes participan en su vida de modo incompleto, reconociendo que la gracia de Dios también obra en sus vidas, dándoles la valentía para hacer el bien, para hacerse cargo con amor el uno del otro y estar al servicio de la comunidad en la que viven y trabajan». Por otra parte, esta actitud se ve fortalecida en el contexto de un Año Jubilar dedicado a la misericordia. Aunque siempre propone la perfección e invita a una respuesta más plena a Dios, «la Iglesia debe acompañar con atención y cuidado a sus hijos más frágiles, marcados por el amor herido y extraviado, dándoles de nuevo confianza y esperanza, como la luz del faro de un puerto o de una antorcha llevada en medio de la gente para iluminar a quienes han perdido el rumbo o se encuentran en medio de la tempestad». No olvidemos que, a menudo, la tarea de la Iglesia se asemeja a la de un hospital de campaña.

Y si bien, los matrimonios son sacramento y bases de las familias, es decir, pilares de la Iglesia doméstica; la familia y los matrimonios son al mismo tiempo instituciones muy frágiles, muy sensibles, muy vulnerables y por ello requieren especial atención. Especial y profundo discernimiento.

Es precisamente en esta línea de misericordia y de sensible atención a la fragilidad, en la cual el papa Francisco nos propone los elementos y claves de discernimiento que debemos tener todos al momento del acompañamiento a los matrimonios y las familias cristianas.

Francisco nos presenta un nuevo enfoque, un nuevo paradigma[5]. Y por supuesto, como toda novedad, genera rechazos, sospechas, críticas y animadversiones. Sin embargo, el enfoque – en nuestro criterio – resulta no sólo adecuado sino genuinamente cristiano.

Desde el inicio de su pontificado, Francisco lo ha dejado en claro, su pontificado es un pontificado de la misericordia, “Miserando atque eligendo”.

Y pudiese parecer exagerado que hablar y actuar desde la misericordia, como lo propone y hace el papa, represente un cambio de paradigma para una religión que se basa en el amor de Cristo, pero no lo es.

Nos dice Del Missier en su trabajo sobre la Amoris Laetitia que la exhortación ofrece una mirada diferente al reconocer que el amor conyugal es frágil y puede fracasar y es precisa y justamente en ese momento en el cual entra el discernimiento cuidadoso y personalizado para establecer si existe o no responsabilidad moral a nivel subjetivo de la conciencia personal, sin excluir que en algunos casos se pueda reconocer la presencia de la gracia santificante en lugar del pecado mortal[6].

Para Del Missier este cambio de paradigma es un necesario paso de la teoría abstracta a la realidad vital (…) nos revele el rostro de un Dios rico en misericordia y deseoso de que la humanidad viva bien. Nos coloca ante la inminencia de una pastoral discernida que siempre se incline a comprender, perdonar, acompañar, esperar y sobre todo integrar.

Ciertamente debemos dejar claro que el ideal propuesto es el matrimonio cristiano, no las relaciones matrimoniales fracasadas, pero es necesario y cristiano discernir cuál debe ser el acompañamiento adecuado para que aquellos que hayan fracasado no se sientan ni consideren excomulgados, sino que pueden vivir y madurar como miembros vivos de la Iglesia, sintiéndola como una madre que les acoge siempre, los cuida con afecto y los anima en el camino de la vida y del Evangelio. Esta integración es también necesaria para el cuidado y la educación cristiana de sus hijos, que deben ser considerados los más importantes.[7]

El discernimiento que nos plantea la Amoris Laetitia, va enfocado en lo que bien señala Tony Mifsud[8]:

“La misión de la Iglesia no consiste en condenar, sino en difundir la misericordia a todas aquellas personas que la piden con corazón sincero. Por ello, el papa Francisco afirma que nadie puede ser condenado para siempre (AL, n. 297). Entonces, hay que evitar los juicios que no toman en cuenta la complejidad de las diversas situaciones, y hay que estar atentos al modo en que las personas viven y sufren a causa de su condición (AL, n. 296). Es la lógica evangélica de la integración a la comunidad.”

Podemos entonces concluir con Del Missier y Mifsud, que el discernimiento propuesto por Francisco en la Amoris Laetitia debe atender a estas tres premisas:

1.   Pasar de la teoría abstracta a la realidad vital.

2.   Colocarnos como punto de referencia en el ideal evangélico y no en la Ley.

3.     Reconocer la presencia de la gracia santificante en lugar del pecado mortal.

De esta forma, se hace una vez más conmovedoramente evidente la impronta y la esencia del Jubileo de la Misericordia y el modelaje de José de Nazaret en la esencia de la Amoris Laetitia.



 Juan Salvador PÉREZ



[1] de Juana, Álvaro (13 de marzo de 2015). «Papa Francisco convoca histórico Jubileo extraordinario: Año Santo de la Misericordia». ACI Prensa. Consultado el 16 de marzo de 2015.

[2] Exhortación Apostólica Amoris Laetitia. S.S. Francisco. 2016

[3] Papa Francisco: La alegría es la respiración del cristiano. 2018. https://www.aciprensa.com/noticias/papa-francisco-la-alegria-es-la-respiracion-del-cristiano-37567

[4] Exhortación Apostólica Amoris Laetitia. S.S. Francisco. 2016

[5] Como bien lo plantea Giovanni Del Missier en su artículo AMORIS LAETITIA Y EL CAMBIO DE PARADIGMA. 2021

 

[6] AMORIS LAETITIA Y EL CAMBIO DE PARADIGMA. Giovanni Del Missier. 2021

[7] El número 299 y 300 de la Exhortación Amoris Laetitia son verdaderamente una lección de misericordia concreta.

[8] Amoris Laetitia: un ethos pastoral. Tony Mifsud. 2021