Cuando Don Miguel de Unamuno, siendo rector de la
Universidad de Salamanca, se levantó de su sillón y lentamente se dirigió al
estrado luego de escuchar los incendiarios discursos ultranacionalistas de
aquellos “próceres” del franquismo, todo el auditorio del paraninfo de la universidad
que atendía a la conmemoración del Día de la Raza, anticipó que en nada bueno
terminaría aquel acto.
Unamuno inició
excusándose, pues no estaba previsto que él hablara, pero se sintió en el deber
de no quedarse callado “porque el
silencio puede ser interpretado como aquiescencia”.
Así comenzó.
Con lacerante calma y argumentos precisos, Unamuno fue
dejando en el hueso la insensatez y la barbarie de aquella oda a la violencia y
al odio que imperaba y se contagiaba en una España pintada de guerra. Ante el
grito y la arenga de los falangistas de ¡Viva
la muerte!, Unamuno increpó al general Millán Astray – aquel feroz, lisiado
y mutilado legionario y protohombre ejemplar de las tropas de Franco – con preocupada
indignación y premonición: “en España hay
actualmente demasiados mutilados y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá
muchísimos más”.
Millán Astray, por supuesto reaccionó con violencia (¿con
qué más reaccionaría si no?) gritándole a Unamuno: “¡Abajo la inteligencia!
¡Viva la muerte!”, el auditorio comenzó a repetir a gritos la infausta frase…
Unamuno sólo alcanzó a terminar su exposición con una desoladora sentencia: “Me parece inútil el pediros que penséis en
España. He dicho”. Hubo que sacarle escoltado de la sala, pues la furia
contra el anciano era desbordada…
Eso fue el 12 de octubre de 1936. Unamuno fue separado de su
cargo. Mes y medio más tarde, el 31 de diciembre, moría el filósofo recluido y
decepcionado en su casa… fue la suerte que corrió y sufrió por disidir.
Por su parte, los españoles decidieron matarse unos a otros.
No se dejó espacio ni se creyó en entenderse, pues ya no se trataba de convencer, sino de vencer… Con los otros no
había nada que hablar, ni dialogar, ni negociar… La guerra, con su crueldad, su
destrucción, su horror, con su viudez y su orfandad, con su hambre y su
miseria… fue indetenible.
Hoy, aquí, en Venezuela… me preocupa mucho ver la ligereza y
la irresponsabilidad con que se habla de “guerra a muerte”… Me entristece mucho
ver cómo estamos convencidos de que ya no hay nada que hablar con los otros… de lado y lado nos vamos, o
nos dejamos (peor aún) atrincherar…
Se ha hecho un lugar común – para tirios y troyanos –
entender que la solución del país será inevitablemente la violencia.
Pues yo, ante esto, lo digo sin titubear: conmigo no
cuentan. No me apunto a eso.
Nos dicen los diccionarios: “Separarse de la común doctrina,
creencia o conducta”, eso es disidir… Así que ante este panorama de
enfrentamiento y lucha, yo me paso a la disidencia… y apuesto por el
entendimiento, por el ¡claro que! difícil pero sensato camino del entendimiento.
He dicho.
Juancho Pérez
@jonchoperez