A veces el significado de nuestras
palabras, de nuestros conceptos, atiende más al desiderátum, al futuro, que a
la acción presente… como bien lo expresa el poeta Nuno Júdice: “Atajo, es como dice en los diccionarios.
Palabras que nos llevan más rápido hasta ese horizonte al que nunca pensábamos
llegar”.
Por más que nos empeñemos, difícilmente
las palabras o conceptos logran alcanzar la idea exacta que queremos expresar.
Por ejemplo, la palabra “astrónomo”, que nos trae la idea de aquel que estudia y
profesa las leyes de los astros, nos deja sin embargo con la inquietud ¿pero de
verdad estos tipos podrán llegar a saber todo sobre el cosmos? ¿acaso no
resultará exagerado – por no decir arrogante – pretender conocer el “nomos” de los “astros”? ¿es realmente esto posible para la mente del hombre?
Semanas atrás estuvo en Caracas,
el P. José Gabriel Funes, s.j., director del Observatorio del Vaticano,
dictando varias charlas sobre – claro está – Astronomía y Fe…
Tuve la oportunidad de ir a
escucharle en una titulada: “Ciencia y fe al comienzo y al fin del universo”. Lo
confieso, fue difícil llegar. Cruzar esta ciudad hasta Montalbán es una razón
más que poderosa para desistir, pero creo que fue el título estilo tele-serie de NatGeo, lo que me hizo
perseverar… y por supuesto, el hecho de
que quien iba a estar allí cerquita hablando sería el direttore della Specola Vaticana, lo cual no es poca cosa.
A finales del siglo XVI, el papa
Gregorio mandó instalar en la Torre de los Vientos en el Vaticano un
observatorio que permitiera ver y estudiar los astros. Confió estas
instalaciones a los jesuitas astrónomos y matemáticos del Colegio Romano y
encargó que preparasen la reforma del calendario que se promulgaría después en
1582: el Calendario Gregoriano (del cual hablaremos en otra oportunidad).
Tres siglos más tarde, a
principios de marzo 1891, León XIII (otro súper papa) funda el Observatorio de
la Colina Vaticana, justo detrás de la Basílica de San Pedro, con una doble
intención: por supuesto para continuar con la importantísima tradición del
estudio de la astronomía; pero al mismo tiempo, para contrarrestar de manera
tajante y manifiesta los ataques liberales de la época que acusaban a la
Iglesia Católica de ir en contra del progreso científico.
Con la entrada del siglo XX, la
llegada de la luz eléctrica y el abrupto crecimiento urbano, el cielo de Roma
adquirió tal luminosidad que hizo imposible continuar desde allí con la
observación y el estudio astronómico. Por ello, en la década de los 30, el
Observatorio se traslada a la residencia estiva de Castelgandolfo, sobre las
colinas Albani, a unos 35 km al sur de Roma, donde actualmente continúa activa
la sede principal de la Specola Vaticana.
En 1981, el Observatorio funda un
segundo centro de investigación, el “Vatican Observatory Research Group (VORG)”
en Tucson, Arizona. Y recientemente, en 1993, La Specola en colaboración con el
Observatorio Steward, construyó el Telescopio Vaticano de Tecnología Avanzada
(VATT) que fue colocado en el Monte Graham (Arizona), - según los entendidos - el mejor sitio
astronómico del continente norteamericano.
Como podrán darse cuenta, todas
estas credenciales dieron mayor fuerza a mi determinación de atravesar Caracas
para escuchar al P. Funes.
Al entrar en la sala, me encontré
con un auditorio conformado básicamente por alumnos y profesores, y allá al
fondo estaba sentado sólo un curita bajito, de aspecto simple, que me hizo
recordar al father Brown de las
historias de G.K. Chesterton.
El padre Funes comienza su
exposición con un chiste: ¿Me escuchan bien? – pregunta mientras da unos
toquecitos en el micrófono, y ante la respuesta afirmativa de la audiencia
replica “¡pues cuánto lo siento!”… El
inicio de Funes me hizo recordar la primera intervención pública de Francisco,
quien también comenzaba su pontificado con un chiste: “mis hermanos cardenales
fueron a buscar al papa casi al fin del mundo…”. Ambos utilizaron el humor y la
humildad para cautivar a su público.
De inmediato comenzó la
exposición realizada de manera sencilla y pedagógica, sin embargo dado mis muy precarios
conocimientos de astronomía, tuve que esforzarme para no perderme entre tanta
información: que si el Universo se estima tiene una edad de 13.7 mil millones
de años, que si está conformado por más 100.000.000.000 de galaxias, que si el
modelo cosmológico del Big Bang es la explicación más compartida y
satisfactoria sobre el inicio del Universo… que si la expansión del Universo y la
teoría de Hubble… que si la radiación cósmica de fondo, que si el balance
energético del Universo… que si 4% de materia ordinaria, que si 27% de materia
oscura, que si 69% de energía oscura…
Yo iba tomando apuntes en mi
libreta como quien no se quiere perder un dato, pero mientras seguía escuchando
y anotando, una gran duda comenzó a
darme vueltas en la cabeza: ¿y todo esto al final qué importa, si total ya
estamos aquí?
Pero mi gran duda consiguió respuesta – paradójicamente – gracias a una
pregunta “retórica” que soltó a la audiencia el P. Funes en su exposición: “…y cabe preguntarnos ¿por qué existe el
Universo y no la Nada?
Esta pregunta me hizo pensar: ¿Es
posible que yo estuviera allí sentado, escuchando a ese sacerdote astrónomo,
hablando sobre el origen del Universo, y sigo más allá, que todo nuestro mundo,
y todas las cosas, y la vida misma exista simplemente por un acto de simple
casualidad cósmica, es decir, por pura coincidencia?
Ante la pregunta de si se originó
la vida por azar, respondía el científico y astrónomo Sir Fred Hoyle: Imaginemos que una persona intenta resolver
el cubo de Rubik a ciegas. La probabilidad de conseguir un perfecto
acoplamiento de los colores es de 1 entre 50.000.000.000.000.000.000
aproximadamente. Esta probabilidad es prácticamente igual a la de que una sola
de las 200.000 proteínas de nuestro cuerpo haya evolucionado al azar, por
casualidad…
Para Hoyle, que no es un hombre creyente,
sin embargo tiene que existir la intervención
de un designio inteligente… una inteligencia controladora que permita
explicar el origen de todo. Él lo llama el
Universo Inteligente. Yo, más ingenuo y menos científico, prefiero llamarlo
Dios.
Y surge de inmediato la segunda
gran duda: ¿y por qué Dios ó el Universo
Inteligente ha creado este Universo que no necesita? ¿Para qué fabricar
todo este embrollo?
En este punto los creyentes y los
no-creyentes nos distanciamos. Los no-creyentes consiguen respuesta en una
suerte de retroalimentación del universo con el universo mismo, es decir, la
inteligencia controladora existe en virtud del apoyo que recibe del propio universo…
la razón de la existencia ordenada del Universo es precisamente la existencia
ordenada del Universo.
En mí opinión, una explicación
lógica pero aburrida... le falta algo…
En cambio, desde la concepción
del creyente, el origen del Universo, es misteriosamente un perfecto acto de amor.
El P. Funes concluía toda su científica disertación así: “…es que para mí, la mejor manera de
explicar a Dios, es entenderlo como un amoroso padre…”
Claro que esta imagen no es para
nada original ni tampoco novedosa, pero es increíblemente atinada, sobre todo cuando
la entendemos desde nuestro rol de padres… pues nos obliga a situarnos en ese
instante en el cual, incluso en este planeta cada vez más complejo, ante la certeza
de enfermedades, de riesgos, de sufrimiento, de corrupción, de muerte, ante la
existencia del mal… decidimos corajudamente dejar todo eso a un lado y en un
compartido acto de amor traer al
mundo una criatura.
Esta es una explicación que no
explica… es un misterio que resulta científicamente ilógico… pero al menos para
mí es una hermosísima (y muy divertida) manera de entender la razón de nuestra
existencia.
Pero volvamos al inicio de esta
reflexión, al alcance de los conceptos. Nos dice el P. Funes que los nativos
que viven en Tucson, Arizona en la reserva indígena que se encuentra en la
misma zona donde el Vaticano tiene su observatorio, ante la ausencia de una palabra
que defina al astrónomo, los llaman los
hombres de ojos largos… y la verdad
es que esta definición (aparte de ser mucho más gráfica) me resulta más precisa
pues centra todo el tema del Universo no allá lejos en las reglas de las constelaciones
y galaxias, sino en la visión del hombre que intenta entender desde aquí, por qué
está aquí y qué debe hacer aquí.
Juancho Pérez
@jonchoperez