Dos
cosas son las que sobrevivieron a Nicolás Maquiavelo: su mala fama – tan mala
que pasó a los diccionarios y al imaginario como concepto de lo inmoral, de
aquel que está dispuesto a todo, sólo por lograr sus fines – y El Príncipe, como breviario inmortal de todos los hombres
de Estado.
De
la primera no hace falta decir mucho… Me
ha pasado a mí, y por eso infiero que nos ha pasado a todos, escuchar que fulano es un tipo maquiavélico, o que mengana
tiene una expresión maquiavélica, y
siempre el adjetivo conlleva la idea de algo pérfido o falto de escrúpulos.
En
cuanto a El Príncipe, la cosa es más
seria. Mucho se ha dicho, escrito y reflexionado sobre esta obra, que está cumpliendo
en 2013 quinientos años de haber sido escrita. Aunque realmente aparecería
publicado en 1531, cuatro años después de la muerte de su autor.
Nicolás
Maquiavelo, como muchos otros antes que él (y también después), quiso dejar por
escrito un manual sobre el arte de gobernar, una idea que no era ni original,
ni escasa, ni novedosa, pero… ¿Qué hizo que este breviario se convirtiera en la
obra inmortal que es hoy en día? ¿Por qué las observaciones y consejos de un
funcionario administrativo (más bien de segunda línea) sobre cómo debería ser
el gobierno de un príncipe lograron trascender de tal manera?
Maquiavelo
parte de un realismo con presupuestos
antropológicos, tomando la noción de la naturaleza malvada del hombre, es
decir, la visión pesimista de la condición humana. Y de allí elabora un manual
de acción, para así desde este “pesimismo pragmático” permitir al gobernante
contener la tendencia al mal de los seres humanos para orientarlos a un bien
común. Ese es el enfoque que hace de El Príncipe una obra tan útil y utilizada.
Existe,
para ser justo, una tercera cosa sobreviviente al Maquiavelo de carne y hueso:
la consideración que de él se hace como precursor de la Ciencia Política, tal
cual hoy la conocemos… Algunos dirán que este reconocimiento es por
consecuencia de El Príncipe – puede ser – pero no sólo por ello. Maquiavelo, con su
inteligencia, sus conocimientos y su experiencia se ocupa y dedica a entender
la relación de los hombres con el poder, con la política, como se evidencia en
esta frase que suelta en una carta fechada en 1515: “todos estos príncipes
nuestros tienen un propósito, y puesto que nos es imposible conocer sus
secretos, nos vemos obligados en parte a inferirlo de las palabras y los actos
que cumplen, y en parte a imaginarlo”. Allí está el oficio de un politólogo…
Pero
he traído toda esta historia sólo como preparación del terreno, para lo que
realmente quiero referirles: el día que conocí a Maquiavelo.
Fue
en un viaje a la Argentina. Por razones de trabajo, la empresa donde trabajaba
entonces nos había convocado a todos los responsables de la región a una
reunión sobre el nuevo enfoque que le daríamos a los asuntos públicos en la zona… La sede regional – ó como le gusta
decirlo a los corporate, el headquarter para Suramérica – evidentemente
estaba en Buenos Aires.
La
reunión se dividió por temas. A cada quien se le asignó un grupo por tema
específico (ya saben, lo típico, en base a cada perfil, habilidades y
bla,bla,bla) y además se nombró un experto/responsable por tema. El tema en el grupo
que a mí me tocó fue algo así como “la
construcción y manejo de relaciones gubernamentales” (¡?). Yo pensé: coño
yo vengo de Venezuela, de esta Venezuela de hoy en día… a mí ¿quién me va a
echar cuentos…?
Entramos
a la sala correspondiente para nuestro grupo, y nos recibe el
experto/responsable. Un tipo más bien joven, con la clásica estampa de
argentino, melenita, sonrisita cool,
desenfado, hola-qué-tal-cómo-andás…
Yo
por supuesto, seguía pensando en las ventajas comparativas y competitivas (para continuar con la jerga gerencial)
que tenía sobre el resto de la audiencia… y en eso arranca el
experto/responsable: Buenas chicos,
bienvenidos, mi nombre es Massimo Macchiavello, soy politólogo con un Phd en…
Y yo
pensé: Politólogo, argentino, y además “MÁ-XI-MO-MA-QUIA-VE-LO”… qué le digo yo
a este tipo que no sobre…
Levanto
la mano para preguntar, el experto/responsable interrumpe su presentación y con
un gestico de “adelante” me da la palabra, y yo de chistoso suelto mi
intervención genial: Disculpa, ¿dijiste Maquiavelo
como Maquiavelo… el del Príncipe?... La sala se ríe, y el
experto/responsable con el característico ademán sureño entre arrogante y tipo
cool, me responde: Ya esperaba yo la
típica bromita de facultad!... ¿de dónde viene el amigo?...
Y en
ese nano-segundo me dí cuenta que me había jodido en público…
El problema no es Maquiavelo ni lo maquiavélico, sino andar por ahí de pendejo.
Juancho Pérez
@jonchoperez