viernes, 11 de octubre de 2013

EL DÍA QUE CONOCÍ A MAQUIAVELO… a propósito de los 500 años de El Príncipe.



Dos cosas son las que sobrevivieron a Nicolás Maquiavelo: su mala fama – tan mala que pasó a los diccionarios y al imaginario como concepto de lo inmoral, de aquel que está dispuesto a todo, sólo por lograr sus fines – y El Príncipe, como breviario inmortal de todos los hombres de Estado.

De la primera no hace falta decir mucho…  Me ha pasado a mí, y por eso infiero que nos ha pasado a todos, escuchar que fulano es un tipo maquiavélico, o que mengana tiene una expresión maquiavélica, y siempre el adjetivo conlleva la idea de algo pérfido o falto de escrúpulos.

En cuanto a El Príncipe, la cosa es más seria. Mucho se ha dicho, escrito y reflexionado sobre esta obra, que está cumpliendo en 2013 quinientos años de haber sido escrita. Aunque realmente aparecería publicado en 1531, cuatro años después de la muerte de su autor.

Nicolás Maquiavelo, como muchos otros antes que él (y también después), quiso dejar por escrito un manual sobre el arte de gobernar, una idea que no era ni original, ni escasa, ni novedosa, pero… ¿Qué hizo que este breviario se convirtiera en la obra inmortal que es hoy en día? ¿Por qué las observaciones y consejos de un funcionario administrativo (más bien de segunda línea) sobre cómo debería ser el gobierno de un príncipe lograron trascender de tal manera?

Maquiavelo parte de un realismo con presupuestos antropológicos, tomando la noción de la naturaleza malvada del hombre, es decir, la visión pesimista de la condición humana. Y de allí elabora un manual de acción, para así desde este “pesimismo pragmático” permitir al gobernante contener la tendencia al mal de los seres humanos para orientarlos a un bien común. Ese es el enfoque que hace de El Príncipe una obra tan útil y utilizada.

Existe, para ser justo, una tercera cosa sobreviviente al Maquiavelo de carne y hueso: la consideración que de él se hace como precursor de la Ciencia Política, tal cual hoy la conocemos… Algunos dirán que este reconocimiento es por consecuencia de El Príncipe  – puede ser – pero  no sólo por ello. Maquiavelo, con su inteligencia, sus conocimientos y su experiencia se ocupa y dedica a entender la relación de los hombres con el poder, con la política, como se evidencia en esta frase que suelta en una carta fechada en 1515: “todos estos príncipes nuestros tienen un propósito, y puesto que nos es imposible conocer sus secretos, nos vemos obligados en parte a inferirlo de las palabras y los actos que cumplen, y en parte a imaginarlo”.  Allí está el oficio de un politólogo…

Pero he traído toda esta historia sólo como preparación del terreno, para lo que realmente quiero referirles: el día que conocí a Maquiavelo.

Fue en un viaje a la Argentina. Por razones de trabajo, la empresa donde trabajaba entonces nos había convocado a todos los responsables de la región a una reunión sobre el nuevo enfoque que le daríamos a los asuntos públicos en la zona… La sede regional – ó como le gusta decirlo a los corporate, el headquarter para Suramérica – evidentemente estaba en Buenos Aires.

La reunión se dividió por temas. A cada quien se le asignó un grupo por tema específico (ya saben, lo típico, en base a cada perfil, habilidades y bla,bla,bla) y además se nombró un experto/responsable por tema. El tema en el grupo que a mí me tocó fue algo así como “la construcción y manejo de relaciones gubernamentales” (¡?). Yo pensé: coño yo vengo de Venezuela, de esta Venezuela de hoy en día… a mí ¿quién me va a echar cuentos…?

Entramos a la sala correspondiente para nuestro grupo, y nos recibe el experto/responsable. Un tipo más bien joven, con la clásica estampa de argentino, melenita, sonrisita cool, desenfado, hola-qué-tal-cómo-andás

Yo por supuesto, seguía pensando en las ventajas comparativas y competitivas (para continuar con la jerga gerencial) que tenía sobre el resto de la audiencia… y en eso arranca el experto/responsable: Buenas chicos, bienvenidos, mi nombre es Massimo Macchiavello, soy politólogo con un Phd en…

Y yo pensé: Politólogo, argentino, y además “MÁ-XI-MO-MA-QUIA-VE-LO”… qué le digo yo a este tipo que no sobre…

Levanto la mano para preguntar, el experto/responsable interrumpe su presentación y con un gestico de “adelante” me da la palabra, y yo de chistoso suelto mi intervención genial: Disculpa, ¿dijiste Maquiavelo como Maquiavelo… el del Príncipe?... La sala se ríe, y el experto/responsable con el característico ademán sureño entre arrogante y tipo cool, me responde: Ya esperaba yo la típica bromita de facultad!... ¿de dónde viene el amigo?...

Y en ese nano-segundo me dí cuenta que me había jodido en público…

El problema no es Maquiavelo ni lo maquiavélico, sino andar por ahí de pendejo.


Juancho Pérez
@jonchoperez