A todos nos pasa: hay días en los cuales las cosas nos salen
bien, y hay otros en los que en cambio, nos salen mal…
Les pongo un ejemplo. Antier en el trayecto de todos los
días de la casa a la oficina, mientras estaba detenido en el tráfico matutino,
tomé mi celular para hacer una llamada y así aprovechar el tiempo, fue entonces
cuando un – en realidad una – fiscal
de tránsito se acercó a mi carro y me hizo indicaciones de detenerme a la
derecha de la vía. Al bajar el vidrio me increpó: ¿usted sabe porqué los estoy
parando, no?
Usted venía hablando por celular y eso supone una multa…
Intenté argumentar algo y justificarme pero al final, y en
vista de lo incómodo de la situación, opté por quedarme callado y esperar mi
multa.
Mientras la fiscal concentradamente iba llenando la boleta en
el talonario, pude observar cómo iban pasando decenas de conductores hablando
por celular, aprovechando el pesado tráfico de la mañana para así ganar tiempo,
y pensé: ¿por qué a mí?
Quizás sea esta la más primaria, la más básica, la más común
y elemental aproximación a los conceptos de bien y mal. De entrada pensamos que
aquello que nos conviene, que nos beneficia, eso es el bien, ó para ser más precisos es lo que está bien, lo bueno. Por contrario, lo que nos perjudica, lo que
nos daña, eso es el mal, ó para ser
más precisos es lo que está mal, lo
malo.
Que le pongan la multa a la vieja que viene delante
entorpeciendo la marcha, está bien. Que me pongan la multa a mí, que sólo
pretendía ganar unos minutos de tiempo, además en un asunto importante, está
mal.
Así, los conceptos de Bien y Mal como absolutos, parecerían
entonces más bien convertirse en conceptos relativos sobre lo bueno ó lo malo,
según cada quien, en cada circunstancia, en cada momento determinado…
Pero aunque esta manera de comprender luzca práctica, pragmática, sencilla, convincente y sobre todo
muy actual; no es ni suficiente, ni cierta, ni correcta. Lo bueno y lo malo,
aunque solamos (queramos) confundirlos, no son el Bien y el Mal, no son lo
mismo.
Cuidado con las apariencias.
No tiene nada que ver que algo esté malo, por ejemplo morder
una manzana podrida; con hacer algo malo, como incumplir una norma de tránsito;
con que nos suceda un hecho natural, por ejemplo sufrir una enfermedad, o estar
en el medio de un huracán; o un accidente mecánico como pinchar un caucho; ni con creer
que estamos haciendo algo bueno y contrariamente estar perjudicando a otros; ó
con deliberada, consciente y voluntariamente realizar un acto de maldad.
Conviene entonces que definamos – o al menos lo intentemos –
qué es el Mal.
Son muchos los pensadores y sabios que le han metido cerebro
al tema. Nos hablan desde la filosofía, la teología… Nos hablan de teodicea,de ponerología
(¡?)… Nos señalan los tipos de mal: el físico, el moral, el metafísico… Y todo
esto, a mí, un simple tipo “de a pie” más bien me confunde.
Evidentemente, yo no soy un calificado para intentar
competir en este campo… no tengo nada serio ni nuevo que aportar… Pero sí creo
que más allá de grandes definiciones, tratados y compendios, necesitamos tener
– al menos – una suerte de referencia clara, útil, aplicable y manejable de qué
es el Mal, y sobre todo de qué es el Bien, para nuestro día a día.
Me apoyo en dos autores (que a mí me han resultado muy
claros) para ello.
Morris West en su autobiografía Desde la cumbre, comparte el concepto del mal que ofrece el
Catecismo Holandés: el Mal es el gran absurdo, la gran impertinencia.
Por su parte Adolph Gesché, en su libro El Mal, nos dice que el mal es aquello que nos aparta de nuestro
destino como seres humanos, que nos separa de lo que estamos llamados a ser.
Yo soy de aquellos que piensan, que aquí en esta vida
estamos llamados a una constante búsqueda de la perfección… por supuesto, con
todo lo jodido y cuesta arriba que esto suponga...eso es el Bien.
Por eso todo aquello que nos desvíe de ese camino, todo lo
que nos haga peores, todo aquello que nos distraiga y nos lleve a evitar la
perfección, pues es una impertinencia, es una pérdida de sentido, es un
absurdo… un Gran Absurdo… eso es el Mal.
Debemos entonces estar muy atentos, y no dejarnos confundir,
porque son muchas – muchísimas – las veces que nos engañamos con acciones ó
situaciones que nos parecen buenas en el momento, pero que nos alejan de
nuestro llamado.
En cambio, son muchas las situaciones difíciles, que a todas
luces nos resultan adversas, que no logramos entender el por qué, que nos
parecen inmerecidas, pero que resultan ser un camino a la perfección.
Ya lo decía al principio de este post… a todos nos pasa: hay
días en los cuales las cosas nos salen bien, y hay otros en los que en cambio,
nos salen mal… pero ¡ojo! Cuidado con ligerezas… procuremos mantenernos en nuestra
senda.
Juancho Pérez