Miguel de Unamuno, ese gigante del pensamiento español del
siglo XX, admirador de San Ignacio (quizá por paisano) aunque no de los
jesuitas y su estilo jesuítico,
planteó – ¿con ironía? – en su obra Vida
de D. Quijote y Sancho, que la Compañía de Jesús debía su origen al burro
en el cual iba montado Ignacio en su debutante peregrinar de Loyola a
Barcelona.
Este año y este mes de julio, cumplí 20 años de graduado del
Colegio San Ignacio. Por supuesto hubo reencuentro, misa, almuerzo y
tragos.
El reencuentro, como todo reencuentro, supuso desempolvar
anécdotas, reconocernos más viejos (algunos más calvos, unos más gordos, otros más…),
pero también reencontrarnos con nuestros orígenes y nuestras creencias para seguir
adelante.
Por ello, aunque la fiesta de San Ignacio se celebra el 31
de julio, he querido adelantarme y referirles esta historia.
Resuelto Íñigo (aún no había cambiado su nombre por Ignacio)
a convertirse en peregrino, deja atrás en el castillo de Loyola todos sus
sueños de hidalgo caballero y emprende su camino a Jerusalén.
Si hoy es complicado viajar a esa parte del mundo, imagino
que en pleno siglo XVI y a lomo de burro, la aventura sería más jodida aun…
pero la determinación de un hombre que quería ser santo, sumada a la terquedad
vasca, sirvieron de buen impulso.
En el viaje, aún por tierras españolas, Íñigo se encuentra
con un moro del cual sólo sabemos tres cosas: que iba a caballo, por el mismo
camino real y que conocía (al menos lo suficiente para sacar de quicio) algo de
los dogmas de la religión católica.
El moro iba a una villa cercana, Íñigo seguiría más lejos,
sin embargo ambos deciden hacerse compañía durante ese tramo. Comenzarían –
imagino yo – como siempre se comienza a charlar de manera polite sobre el clima, pasarían luego a hablar sobre los peligros propios
del viaje: salteadores y asaltantes de camino, etc. Seguirían algunas bromas, y
luego entrarían en temas más serios, como por ejemplo qué hacía cada quien con
su vida.
Íñigo entusiasmado con su nuevo enfoque de peregrino, habría
comenzado a contar sus planes… y eso daría paso a los temas religiosos.
La “norma estrella” de las relaciones públicas, todos la
conocemos, y es clarísima: Nunca hablar de religión ni de política… La historia
que aquí refiero, es muestra elocuente del porqué de esta sabia máxima.
El moro –armado sólo con el conocimiento suficiente para
hacer irritar – comenzó a hablar del absurdo que le resultaba el dogma de la
Virginidad. Palabras más, palabras menos, dijo que él podía incluso respetar
que hubiera concepción sin hombre, pero ¡después del parto!, ya allí si le
resultaba imposible sostener aquello…
Íñigo, a la fecha más soldado que otra cosa, no logra (o
quizá no supo cómo) dar argumentos ante la posición del moro… Claro está que la
situación se tornó muy tensa y así las cosas, el moro – que iba a caballo –
decide apurar el paso y separarse.
Íñigo al principio agradece la separación… ya se había
vuelto pesada la compañía… pero mientras avanza en su burro, comienza a darle
vueltas en su mente la siguiente idea: este moro ha blasfemado contra su Fe y
peor aún (en el código de un hidalgo) ha insultado a su Dama, a su Señora.
Una sola obsesión se apodera de Íñigo: Honrar el nombre
manchado de su Señora… dándole muerte a aquel moro grosero.
El hombre que había partido de Loyola para ser peregrino y
convertirse en santo, se encuentra de pronto invadido por la rabia y el odio.
Él se da cuenta de eso. Sabe que no
puede estar bien. Pero no logra controlar su ira.
Es así que ante semejante dilema, decide lo siguiente: si al
llegar a la bifurcación el burro sigue por el camino que conduce a la villa,
dará muerte al moro y honrará a su
Señora y a su Fe. Si en cambio, el burro toma el desvío pequeño y se mantiene
por el camino real, seguirá entonces a Monserrate…
Soltó las riendas…
Y así - nos dice Unamuno - el burro “…dejando el camino ancho y llano por donde había ido el moro, se fue
por el que era más a propósito para Ignacio. Y ved como se debe la Compañía de
Jesús a la inspiración de una caballería”.
Para mí, la lección – aunque difícil – es muy sencilla: los
temas serios se discuten con gente seria; y ante la ira mejor pasar por burro.
El resto es encomendarse.
Que les aproveche.
Juancho Pérez